martes, 17 de junio de 2014

De borrachos y buscavidas

Una ambulancia

Son dos muchachas en edad de merecer, una rubia y una morocha. De merecer qué, no se sabe. Con ropa llena de brillos, se sientan a escasos metros de donde armamos Rodolfo y yo. "Mirá los hippies", le dice una a la otra en un susurro por demás audible. Enderezo la espalda y la miro largamente a través de mis anteojos de sol. "Mirá Mirtha Legrand, jajajjuju". ¡Mirtha Legrand! Voy a matarla. La rubia lleva una bolsa de consorcio de la cual extrae una botella de cerveza. "¿La podés abrir?", le pide al mozo de uno de los bares. El mozo parece dudar, incómodo. "No, perdóname, acá no tengo destapador". En la bolsa tintinean lo que parecen ser más botellas. "Cómo roncábamos, ¿te acordás cómo roncábamos? Dónde hay un negrito feo que nos abra la cerveza..." Finalmente un chico que pasa se las ingenia.
Están borrachas, de eso no hay duda. Dos policías de la metropolitana, un varón y una mujer con chalecos verde flúo, cruzan la calle a paso tranquilo. No dicen nada, simplemente se paran muy cerca. Las chicas captan el mensaje, se levantan a regañadientes y empiezan a alejarse. La mujer policía les pregunta si están bien. "Bien bien, no, pero vamos a estarlo", dice la rubia rumbo a la esquina. ¿Necesitan una ambulancia?, ofrece la mujer policía. "¡Una ambulancia!", se escandaliza la rubia. "En serio, de onda, ¿querés que llame al Same?"

El resto de la conversación se pierde en el aire.

Espíritu comercial

"Porque los brasileros no tienen ni pizca de espíritu comercial", dice Jorgelina en el local que atiende. "No digas", murmuro distraída. "Mirá, yo voy bastante a Brasil, vez pasada paré en un hotel de esos cuatro estrellas, no había tele en la recepción, no había tele en el salón principal, un lugar enorme con ventanales que daban a la pileta... Escuchame, a dos meses del Mundial tenés que tener plasma hasta en el baño". Es verdad.

-Es verdad.
-No hicieron ni un miserable souvenir, aunque sea un llaverito con la copa y la bandera brasilera. Ustedes tienen una mina de oro, les dije a los pibes del hotel, la tienen que explotar. Fijate que acá cualquier kiosco de barrio te vende la remera, el gorro, la bufanda, la escarapela, la corneta, la vuvuzela y hasta el mate argentinos.
-Bueno, recién escuché en la radio que a los brasileros no los dejan acercarse a menos de treinta y cinco cuadras de los estadios, así que toda la gente que vende sandwiches, jugos y demás, se siente excluída de la fiesta.
-Pero mi vida, ¡ponete en la cuadra treinta y seis! ¡Si es el paso obligado!

Jorgelina explica que la gente piensa que el brasilero vive con una maraca en la mano, y no es así. Son hasta aburridos, dice, a las seis de la tarde oscurece y ya no ves a nadie por la calle. Y las casas no tienen jardines. "¡Pero si Brasil está lleno de plantas y flores!", objeto en una tibia defensa. Sí, pero porque ya es así, no porque la gente plante nada (las casas no tienen jardines, escuchame). Las de la playa, sigue Jorgelina, son todas iguales: con techito a dos aguas, rodeadas de una galería y con aberturas de madera. "Bueno, lindas..." "Seee...", recibo como respuesta. O si no, tenés casas con paredones altos que no te dejan ver nada, con unos macetones así, llenos de cactus. "Mirá vos los brasileros", me resigno.

Eso sí, los tejidos del noreste son una maravilla. Jorgelina describe unas remeras pre-cio-sas, "...una color arena, otra amarillo patito, no sabías con cual quedarte". Pestañeo confundida, ambas somos grandotas. Usted está siendo filmado y escuchado dice un simpático cartel a sus espaldas. Temo por su puesto, llevamos media hora de charla.

Estoy en la feria, tomando mate con Isidoro. Le comento de la charla con Jorgelina, de la falta de espíritu comercial de los brasileros y de mi admiración por los buscavidas. Allá en la esquina hay una señora que vende jugo, me cuenta Isidoro. "Y vende y vende. Cuando llueve, desaparece. La ves al rato ofreciendo capas para la lluvia, esas horribles que no deben costar más de un peso. 'A la capa, a la capa, capas para la lluvia...' No sabés cómo vende, a familias enteras".

-¿A cuánto, a diez?
-Y a veinte también.

5 comentarios:

  1. Uy, ayer le dejé un comentario y se evaporó!

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  2. 1. Me perdí. ¿Mirtha Legrand es hippie? (aunque claro, si estaban borrachas...) 2. Espíritu ocioso: dicen que el Cristo Redentor tiene los brazos abiertos esperando que los cariocas trabajen, para empezar a aplaudir. No sé. A mí me parece que gozan mucho de la vida aunque no tengan jardines en las casas. 3. Buscas sofisticados: hace poco, un vendedor ambulante en el colectivo. Yo estaba sentada atrás. El tipo se subió y empezó a promocionar su mercadería. No gritaba, hablaba normal y se lo escuchaba perfecto. Cuando llegó donde yo estaba vi que tenía un microfonito y un pequeño amplificador. "Qué buena idea", le dije. "Ah, sí, yo no me rompo más la voz". Le compré una lupa por diez. Bajé del bondi chocha.

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  3. Ahí lo encontré, no sé qué pudo haber pasado.

    1. No, sería el hecho de que la miraba seria, con anteojos de sol y sombrero. 2. Si es por eso, acá tampoco hay demasiados jardines que digamos. Es más, afortunado el que tiene un jardín en Capital. 3. De veras, qué buena idea. Una vez subió uno que vendía cadenitas doradas, lo más barato que te puedas imaginar. Pero el verso era maravilloso, venían de las minas de no sé dónde, el tipo era un maestro de la venta.

    Tengo un amigo que hace rosas de cuero, de todos colores. Las vende como hebillas para el pelo y prendedores. Enganchó un pedido groso para un fabricante de sandalias y dejó de ir a la feria, incluso tuvo que contratar empleadas para poder cumplirle. Un día se le ocurrió hacer escarapelas, con rosas celestes y blancas. Se fue a Plaza de Mayo para una fiesta patria, se cansó de vender. Otro compañero armó aros con plumas verdes y se fue a los bares del centro para la fiesta de San Patricio. Cuando se le terminaron los aros, se puso a vender cerveza en la vereda. Es saber qué vender y dónde.

    Ahora, por ejemplo, me gustaría tener cien remeras de Argentina para vender en Plaza San Martín este sábado. Las compro a 20, las vendo a 60, serían... 4 lucas de ganancia, si no me equivoco. Siete mil personas el domingo pasado, viendo el partido. Claro que está el riesgo de que llueva, de que Argentina pierda, de que nos eche la cana. En ese caso, venderemos capas en la esquina. :-)

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    1. Soy incapaz de vender nada (ya le conté mi experiencia fallida como artesana) así que admiro ese don, aunque huyo de los vendedores seriales que te caen encima cual presa y no te sueltan hasta que les comprás algo.

      Parece que el agua llegaría recién el domingo, estese atenta...

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  4. Ahhhh!!! En el minuto 90, Messi festejando con los brazos abiertos como un pájaro en vuelo... Betina, robemos otras 300 camisetas de la selección, para vender, para regalar, para revolear hacia el cielo!

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