lunes, 26 de mayo de 2014

La feria, la feria, la feria

Vende, vende, vende, vende, vende, vende, vende, hey!

"Parto pobre, volveré millonaria...", pienso y tras una última mirada, cierro la puerta del departamento. Expectativas altas de quien piensa armar su paño en las afueras de arteBA.

No hemos llevado siquiera mate, la idea es dar un perfil bajo. Es también el motivo por el cual Mónica no ha traído su perchero. Igual se estira lo suyo: ponchos, remeras, sacos. "No puedo creer que no me alcance el lugar", murmura después de casi vaciar un bolso enorme. Una señora que pasa se enamora de sus hebillas para el pelo y le compra una, a $15. "Voy al baño", anuncio. Queda lejos, a más de una cuadra. En la esquina un hombre vende pantuflas con uñas monstruosas, cruzo Santa Fe hasta un Havanna. Cuando regreso, Mónica me recibe con una sonrisa de sol, recién acaba de vender un gorro de lana, a $50. "Mirá, mirá, lo lleva puesto esa señora de muletas..." Entonamos felices la canción de la venta: "Vende, vende, vende, vende, vende, vende, vende, hey!"

Mónica teje a un costado. ¿Cómo puede? Yo ni siento los dedos. La gente camina ligero, una señora de paso tranquilo, en cambio, viene a alimentar a los gatos de la Rural. "Vos tendrías que estar adentro", le dicen a Mónica varias veces a lo largo de este día gélido, también yo recibo algunos elogios. Adentro es la feria del diseño, suponemos. Horas más tarde, Mónica hace su tercera venta del día: un broche para el pelo de $20. "Al final, yo no sé si te dicen vos tendrías que estar adentro, o la tenés adentro". Es bueno reírse. La señora de los gatos vuelve con más comida y se acerca a mirar nuestras cosas con ojos achinados, está casi ciega por causa de la diabetes.

Dos hombres más se detienen ante mi paño, qué bueno, clientes. Dejo el asiento de piedra que comparto con Mónica -pasamos el día apiñadas como los gatos- y me acerco diligente. El más joven enarbola una chapa en alto, tal como un sheriff de película mostraría su estrella. Lo único que retengo de su discurso es "usurpación del espacio público" y "confiscar la mercadería". Balbuceo que armé porque vi más gente vendiendo. "Sí, ellos tienen permiso. Consígase un permiso..." ¿Qué?, pregunta Mónica desde su lugar, en respuesta a mi mirada. Que nos tenemos que ir, simplifico. Cuando llevo guardado medio paño, los hombres vuelven. "Quedesé -dice el más viejo- ya que armó, quedesé. Pero no venga ni sábado ni domingo". Una parejita me compra un par de aros de $20, ¿no podría dejárselos a $15? Al final del día, mis ventas suman $110, las de Mónica, $100.

"Siempre tan exitosas, nosotras...", ironiza Mónica arrastrando su bolso hasta el auto. Somos exitosas, cómo no. Lo intentamos, hicimos la experiencia.

El contenedor

Un monstruo. Un intruso, justo en mi espacio de venta. Cuando lo vi, me refugié en el baño y dejé salir toda la frustración acumulada. Después lavé mi cara, me puse los anteojos de sol y busqué quienes lo subiesen, al menos, a la vereda. Un basurero gigante, a mis espaldas. "Imposible moverlo más lejos -dijeron los compañeros- hacete a la idea de convivir con él". Cada vez que alguien levantaba la tapa y arrojaba algo, la peor pestilencia llegaba hasta nosotros. Al final del día mi paño se llenó de mosquitas.

Hoy, una semana después, encuentro otra vez al contenedor en la calle, alguien se tomó el trabajo de despejar la vereda. El Hombre lo mueve, él solo, apoyando el hombro. Corro a buscar a los armadores, cuando volvemos ya está empujando el contenedor con el auto. Sólo falta evitar chocar contra algún puesto y decidir en qué esquina dejarlo. Vuelvo exultante.
En el asfalto camina una cucaracha.

El mensaje divino

Leo un libro de Víctor Sueiro, uno que habla de la Virgen, Jesús y el Padre Mario. Contagiada por el misticismo del texto, me encuentro casi en estado de beatitud. Un muchacho delgado y contrahecho revisa las remeras del paño siguiente. Hay seres que son enviados de Dios, seguramente llegan para decirnos algo. Lo observo con más atención, tiene puesta una campera con una palabra impresa en la espalda. Desde mi sitio, alcanzo a leer ate. ¿Podrá ser relajate, será ese el mensaje divino? Ansiosa, rodeo el puesto y me sitúo detrás suyo.

River Plate, dice la campera.

Horrible

"Por eso me gusta Mar del Plata, porque allá todo es lindo. Porque está llena de autos lindos, ropa linda, casas lindas. Gente linda, alta, elegante...". No como esta negrada que está ahora en Plaza de Mayo, venía diciendo mi compañera. La crème de la crème, dirá después cuando una columna de La Cámpora desfile frente nuestro. Lo intento, qué puedo perder. "Oíme, cómo te sentirías vos si fueses morocha y bajita..." Y alguien viéndote dijese estos negros de mierda, quiero seguir.
"Horrible", interrumpe mi compañera.

http://www.youtube.com/watch?v=6TpLVEZTcQ8

lunes, 19 de mayo de 2014

jueves, 15 de mayo de 2014

Bellas leyendas

Hace algún tiempo circuló por Internet un video filmado en Israel. En él se ve a dos muchachos en la playa que observan con sorpresa creciente a una... ¿sirena? sobre las rocas, mar adentro. Ella se da vuelta, capta su presencia y a los coletazos se sumerge en el agua. Precioso video, en verdad. Porque está bien hecho, porque parece posible, porque rescata la leyenda.

http://www.youtube.com/watch?v=hCiSbz5AP-w

Ayer escuché de otra. Apoltrónense junto al fuego, es una linda historia.

Según Beto Casella, Nacha Guevara tendría unos noventa años. "Ehhh!!!", profirió el panel de Bendita, casi al unísono. Tal cual, no creo que tanto. Pero veamos... ¿qué se sabe en concreto, cual es el secreto de su lozanía? Se cuenta que a comienzos de los 80, Nacha y un acompañante viajaban en auto saliendo de las Termas de Río Hondo. El acompañante se quedó dormido y al tomar una curva cerrada se desvió de la ruta quinientos metros campo adentro, chocando finalmente contra un árbol. Como resultado del accidente, él se desmayó y ella sufrió contusiones. Nacha salió del auto como pudo y empezó a caminar buscando ayuda, desorientada, cuando de la nada apareció un viejito con una cabra. Como tenía un modo sereno que infundía confianza, Nacha se dejó guiar hasta una gruta con un espejo de agua cristalina, allí el anciano la lavó con amor y en completo silencio. Sintiendo mucha paz, Nacha se durmió a la entrada de la gruta. Despertó horas después, recuperada, sin tener clara conciencia de cuándo había quedado sola. Desandó entonces el camino y volvió al auto, encontrando a su compañero en estado de shock por el choque, en la ruta fue asistida por un camionero que los llevó al hospital zonal. A partir de esa experiencia Nacha inició una transformación asombrosa, experimentando cambios en la piel, el cuerpo y la energía. Lo atribuyó, claro, a su encuentro con el viejito. Volvió al mismo lugar, pero no pudo dar con él. Perseverante, lo intentó también al día siguiente, recorriendo una vez más la zona. Igual que aquella vez, el viejito y la cabra se hicieron presentes como salidos de la nada. El viejito no dio mayores explicaciones, salvo que había gente buena que merecía vivir el doble o triple que los demás.

Hasta aquí lo que podría denominarse la leyenda. Sin embargo, hay hechos curiosos que parecen sostenerla. Por ejemplo, hace mucho compré un libro de Nacha titulado Sesenta años no es nada, asombrada ya por su increíble cambio. Uno de los mejores maquilladores del ambiente contó que Nacha no tiene cicatrices, es decir, no hay cirugías a la vista. Como en el video de la sirena, hay algo que está bien hecho, algo que nos regocija. La escuché en un reportaje, explicando que hay dos tipos de belleza: externa e interna. Para la belleza externa ya todos sabemos lo que hay que hacer, pero si a eso le sumamos la belleza interna, el resultado se potencia. Se consigue un 200% más, aclaró.

Sí, pensé entonces. Gente piadosa, de rostro sereno. La Virgen María, los atemporales. Recordé los varios casos de santos, fallecidos algunos hace siglos, a quienes por diversas razones debieron desenterrar. Ante sus cuerpos intactos y a falta de una explicación científica, los médicos al menos le dieron nombre al asombro: fenómeno de la incorruptibilidad.

viernes, 9 de mayo de 2014

Un gran alivio

Hay días en los que todo sale bien, de una. No digo que seamos máquinas de eficiencia, pero en general las cosas funcionan. Otros días no.

Hoy aprendí una gran lección: todo se puede arreglar. Después de trabajar durante horas en una pieza, se me resbaló y fue a parar al piso. Aparentemente no había sufrido mella, pero después le descubrí un golpe feúcho nada menos que en el centro. Pegué otra pieza -especialmente diseñada para una superficie curva- y me distraje un momento. Cuando volví a verla se había deslizado, dejando un rastro de adhesivo extra fuerte. Así con todo. Me la pasé lijando, puteando, despegando, volviendo a pintar y a repintar. ¿Y cómo quedaron las cosas? Perfectas. Pero de veras perfectas, nada de medias tintas.

Entonces pensé... ¿qué hacemos en la vida, si no arreglar lo que presenta fallas, una y otra vez? ¿O no vamos al dentista y a la peluquería? ¿Acaso no llevamos el auto al taller, hacemos terapia, empezamos una dieta? ¿Por qué iba a ser diferente con las manualidades o artesanías? Para esta perfeccionista supone un gran alivio.

jueves, 8 de mayo de 2014

Celebrando

Anoche haciendo zapping me detuve en Bendita, el tipo de programa que casi todos negamos ver. Cuando lo enganché, cargaban a Evelyn Von Brocke por su participación en el Bailando. La esperanza de los enyesados, la anunció Beto Casella. Una señora tuiteó en su momento: "Aquí estamos, moviendo el televisor para que Evelyn no parezca quieta". Otro dijo que en el campo, al compás del viento, los espantapájaros tienen más ritmo.

¡Y el jurado! Nacha Guevara dijo que se notaba que nunca había bailado, acto seguido le preguntó por qué quería hacerlo. Yanina Latorre tuiteó: "¿Cuándo baila Evelyn?" (en medio del baile, claro). Soledad Silveyra afirmó que era casi una burla que se hubiese presentado. Polino le preguntó si estaba fumada. A todo esto la susodicha aguantaba a pie firme el tape de su performance, sonriendo y sosteniendo una suerte de marioneta que la representaba, con brazos y piernas de madera.

Qué quieren que les diga, me parece buenísimo que alguien tenga ganas de bailar, y lo haga. Como tantas y tantas mujeres (y hombres, ésta no es una cuestión de género), sufrí un desengaño amoroso importante, de esos que parten el corazón. Anduve hecha un trapo alrededor de un año, me costó lo mío recuperarme. No puedo menos que aplaudir, entonces, que una mujer abandonada salga y enfrente al jurado, al público y a millones de televidentes haciendo lo que menos bien le sale. Con actitud. Sin carisma, un tronco... lo que ustedes quieran, pero con actitud. Es una manera de decir sigo viva, acepto los desafíos, me puse de pie nuevamente. ¿No es eso preferible a permanecer en la cama tapada hasta la nariz, sin ganas de nada?

Bailar debería estar al alcance de todos, ¡es una actividad natural! Una celebración de la vida. Diez puntos para Evelyn, por corajuda.

lunes, 5 de mayo de 2014

Ceremonial y protocolo

I

Mi hermano vino a cenar a casa, por primera vez en cuatro años. Y como correspondía, tuve un ataque de limpieza. Limpié los estantes de los insumos. Limpié las puertas del bajo mesada en la cocina. Limpié la parte de arriba de la heladera. Limpié los vidrios. Limpié y di vuelta los estantes de la biblioteca (se comban por el peso). Limpié los azulejos del baño con un producto antihongos que promete sacarlos de raíz, consiguiendo una disfonía que aún me dura. Limpié los pisos. La puerta del baño y la de entrada. Limpié el arcón con jabón blanco y después le pasé cera con siliconas. Qué no limpié.

El día del evento (Evento) me dije: "Bueno, voy a lavar ropa, no creo que mi hermano deje de hacer su vida por venir hoy a casa..." Así que lavé toalla y toallón, dos remeras, ropa interior y el paño de la feria. Todos colgaditos en el baño. Un resto de pudor me llevó a esconder una bombacha todavía húmeda dentro del placard, pero la casa se veía más o menos como siempre, sin ninguna escenografía montada. Salí con intención de comprar al menos una de las tantas copas que se rompieron. La conseguí igual de alta, pero con el pie más grueso. Por supuesto que voy a cambiarla por otra cosa, ¿quién puede tolerar algo así? Uno de los tres cuchillos que cortan (yo no sé en otras casas, nosotros tenemos cuchillos que cortan, cuchillos que no cortan y cuchillos que parece que cortan pero son pura facha) está manchado con vaya a saber qué, tal vez pegamento. No hubo forma de quitarlo, ni con alcohol, ni con quitaesmalte. No encontré servilletas, salvo unas muy monas de Navidad. Así que armé una mesa para tres con dos copas, un cuchillo supuestamente pringoso y servilletas con dibujos de muérdago y lazos rojos.

El Hombre no anduvo mejor, mudó el bermuda de siempre pero se dejó las chancletas. Para hacer espacio tuvimos que sacar dos bicicletas al pasillo. Mi hermano llegó también en bici. "Ah -dijo el Hombre- esto parece la masa crítica". Mi hermano contestó que pensó que iba a pasar vergüenza viniendo en pantalones cortos. Hubo empanadas, matambre casero con rusa y bola de lomo con ensalada de lechuga y tomate. Con el café comimos brownie hecho por una amiga, esos postres caseros que salen tan buenos. Cuando lo retiré de la heladera (¡por suerte aún en su bolsa!), el Hombre dijo: "Le cayó sangre encima, traté de quitarla para que no te dieses cuenta". Delante de mi hermano, miren si se iba a callar.

La pasamos bárbaro.

II

"¿Querés Levité caliente de mandarina?", le digo a Dani, el librero anarquista.
Dani me mira de costado. "Si invitás así no te va a aceptar nadie. Aparte suena mal eso de Levité caliente, se dice natural". Sí, claro, natural. "Los otros días la compré porque no quedaba de naranja y fue una sorpresa agradable, parece mandarina en serio..." Dani prueba un sorbo. "Qué rica, traeme una de dos litros". Es malicioso, no hay nada que hacer. Le cuento entonces de la vez que el Clarín vino con un antitranspirante de regalo y se me ocurrió ofrecérselo a Marina. "¿Querés un antitranspirante? A mí me da cáncer." Hubieras visto la cara de Marina, le digo a Dani. "Claro, te habrá mirado como diciendo ¿qué te pensás, que soy inmune al cáncer?"

Me alejo a atender mi puesto. Cuando regreso, sus compañeros ríen con ganas, seguro les ha contado de mi buen decir.

-Qué me traes ahora... ¿una empanada fría?
-De hace dos días. ¿Qué preferís, carne o queso?

En ese orden, contesta Dani.