miércoles, 29 de octubre de 2014

El don

Silvia me muestra su última obra en resina. Quedo maravillada, qué plasticidad. Su bruja tiene joroba, pelo blanco, ojos celestes y una sonrisa dulce que deja entrever un solo diente. Silvia le levanta el vestido para que yo pueda apreciar las piernas chuecas. Las expresivas manos (de cuatro dedos) terminan en largas uñas pintadas de negro. Los brazos están envueltos en jirones de tela negra. Lleva bastón, una rama curva. "Tiene cara de buena". "En realidad -contesta Silvia- yo hubiese preferido hacerle un ojo medio saltón, con venas rojas, y una rata al hombro". "No -interviene Mónica- si la hacés así, no la vendés".

Tenés un don, le digo a Silvia. Y vaya si lo tiene, cada uno de sus gnomos tiene una cara diferente. Ha hecho gnomos negros (¿por qué no?), gnomos bebés (con restos de cordón umbilical), gnomos con mascota propia. Silvia es una artesana de aquellas, conoce mil técnicas y todas las hace bien. Hasta ahora le conocí botas tejidas (divinas, con tiras de cuero alrededor), collares de hilo encerado, vinchas para la playa, pulseras con piedras naturales. Pero fue recién cuando dio vida a sus criaturas, cuando desarrolló su don, que empezó a vender bien.

Es de noche, tarde. Estoy entrando en un sueño profundo del que me despabila la voz del Hombre: pretende que escuche una canción. Sin esperar respuesta, la pone a buen volumen (qué puedo decirle, es una forma como cualquier otra de romanticismo). Cuando finaliza, ingresa otra vez al dormitorio. "¿Te gustó?", pregunta con suavidad, sabedor de que detesto ser despertada. "Sí, la conocía". "Bellísima", afirma convencido.

Es un don -comento más tarde- componer así, tan redondito. Y le cuento de Silvia y su bruja. "Yo también tengo mi don, éste de combinar formas y colores. ¿Te acordás que hace muchos años me preguntaste qué quería hacer de mi vida y te contesté 'no sé'? De veras no sabía, es un dolor muy grande no saber". Todos tenemos un don, concluyo.

https://www.youtube.com/watch?v=dGTI6Fd-q_A


lunes, 27 de octubre de 2014

Presentación de El robo de Buenos Aires




http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/m2/10-2809-2014-10-21.html

Parte del texto de Sergio Kiernan:

Robos y avivadas

Lo de los adoquines es apenas una punta de alguno de los muchos ovillos que deja la gestión del PRO, madeja que ahora se puede seguir con más orden gracias a un nuevo libro de Gabriela Massuh. La autora, novelista, doctora en Filología, directora de la editorial Mardulce, directora por muchos años del Instituto Goethe y traductora del alemán, resulta una investigadora inesperada del sucio mundo del macrismo. Su libro lleva el duro título de El robo de Buenos Aires: la trama de corrupción, ineficiencia y negocios que les arrebató la ciudad a sus habitantes. Lo que sigue al título es lapidario por cierto y detallado.

La historia comienza con Massuh, tucumana, explicando cómo se tuvo que acostumbrar a una Buenos Aires que le resultaba “más violenta, más convulsiva, más sucia y más ardua” que las ciudades de su infancia. La vivencia urbana de la nena mudada a la Capital se compone de elementos familiares, de interminables viajes en colectivo, de visitas de compras al centro, de comparaciones entre urbes alemanas y provinciales, de geografías porteñas como las esquinas a evitar, las salidas de colegios pesados, la estrechez del departamento, las pintadas, las arboledas. La autora tuvo que alejarse de Buenos Aires para quererla y tenerla en sus sueños, una experiencia más común de lo que puede pensarse.

Y ahora, esta ciudad “tiene un alma exánime” porque está “convirtiéndose progresiva y vertiginosamente en desmemoria. La hemos destruido y nos ha desamparado”. El resultado es que nuestra ciudad es “el marketing de lo que alguna vez fue”.

A este arranque, más personal, le siguen capítulos duros sobre grandes negocios como Puerto Madero, que enriqueció a tantos menemistas, en el que se descubren cosas como que hasta 2007 no se preguntaba de dónde venía el dinero. En esas páginas Massuh establece con números que a nadie le importa ni le importó jamás que ese barrio exista, tenga habitantes o vida real, porque fue concebido desde el vamos como una inversión abstracta. La mitad de lo que se ve ahí pertenece a extranjeros que lo vieron en foto, gente que participa del giro internacional de capitales que buscan estacionarse en algún lugar rentable o al menos estable, que no haga demasiadas preguntas. De hecho, un especialista que se dedicó a vender muchos de esos departamentos define a Puerto Madero como “la mayor caja de seguridad del país”.

El libro, editado por Sudamericana, sigue con una larga comparación de modelos de ciudad que va de Berlín a París y se detiene en la Río de Janeiro rebelada contra el Mundial. El tema es la integración urbana, eso que hace que los que viven en una ciudad se sientan parte de ella y no apenas habitantes. En el debate uno se entera hasta de la denominación técnica de lugares como Nordelta: “urbanización cerrada poderizada”, en el sentido de creada a partir de dragados y control de aguas. En la comparación entre provincia y ciudad aparece claramente la vocación especulativa del macrismo, que promueve activamente el reemplazo de piezas urbanas por otras más grandes, dando hasta exenciones impositivas.

Lo que no deja a salvo a la provincia de Buenos Aires, que permite algunas de las mayores aventuras urbanas en Escobar y Tigre, emprendimientos de tal impacto que ya andan contando las especies a extinguirse. Estos emprendimientos tienen una característica común, la de usar tierra barata porque es inundable. La idea es “acabar” con las inundaciones canalizando las aguas, lo que es mostrado como progreso y hasta como un falluto caso de “reutilización de aguas de lluvia” supuestamente ecológico. La cosa es que se construyen ciudades sobre humedales necesarios para evitar inundaciones en otros sectores geográficos, lo que incluye, por ejemplo, el área urbana porteña: por algo se inundan esos campos.

El cuento continúa con la valorización del suelo urbano y el ataque al patrimonio edificado, todo contado con impecable lógica económica que revela que el valor de la tierra en Buenos Aires subió un quinientos por ciento en términos reales en apenas una década. En estos capítulos hay nombres familiares para los lectores de m2, de Basta de Demoler a Marcelo Magadán, e historias dolorosas de pérdidas de nuestro patrimonio. La novedad viene en la investigación de dos de los mayores especuladores inmobiliarios del país, Eduardo Costantini y Eduardo Elsztain, que incluye el enorme negocio por el que el Abasto se transformó en un shopping.

Nicolás Caputo es otra figura empresaria, “amigo y hermano adoptivo” de Macri, su asesor ad honorem y miembro firme de la mesa más chica que tiene el gobierno porteño. Su constructora es de las más beneficiadas por el PRO en funciones y es irritante seguir la lista de favores, contratos y contactos que recibe de nuestra ciudad.

Y la cosa termina con la incapacidad contumaz del gobierno macrista en ejecutar sus presupuestos, en la preferencia por elefantes blancos como el metrobús, por las diferencias estratosféricas entre lo que se presupuesta para obras y cualquier otro asunto de gobierno, en la peculiar mezcla de incompetencia y mala fe que tiñe todo. El panorama final es el de un gobierno chanta, clasista, snob y de una crueldad frívola hacia el que menos tiene, que se ocupa de tonterías para la foto mientras crecen las villas miseria.

El de Gabriela Massuh es un libro duro y útil, lleno de números que hay que recordar y de conceptos claros. Es la exposición de la economía y las prioridades de negocios del actual gobierno porteño, con lo que resulta la explicación final de pulsiones que de otro modo no se entienden.

viernes, 24 de octubre de 2014

Volver a casa

Antes de declararlos marido y mujer, antes de dar el gran paso, el juez de paz pide a los contrayentes que busquen nuestro apoyo. Ambos giran. El novio tiene la mirada de quien vuelve a casa. Les voy a estropear el video (pienso), y enjugo mis lágrimas a manotazo limpio.

lunes, 20 de octubre de 2014

Cuarenta feriantes y ninguna flor

Allanaron tres depósitos, dice Lili a modo de saludo... y no entiendo de qué habla. Así que mi reacción es todo lo indiferente que cabe imaginarse, concentrada como estoy en el rojo de su pelo. Recién después, conversando con uno y otro, me doy cuenta de la gravedad del caso. Allanaron tres depósitos, una fiscal, la policía. Se llevaron tablas y caballetes y estructuras, retuvieron a los armadores hasta las tres, cuatro de la tarde, abrieron las cajas, confiscaron la mercadería.

Hay una tejedora con un ataque de nervios, se llevaron las zapatillas pintadas de los pibes de allá, menos mal que mónica se lleva sus cosas a la casa, te imaginás, se moría si no. son unos hijos de puta en vísperas del día de la madre bueno yo trabajé en parque rivadavia y lo hicieron el veintidós de diciembre, tenía un viejo enfrente que se las ingeniaba para fabricar sandalias y había hecho unas bastante lindas para las fiestas, en dorado y plateado, y vino la cana y le secuestró una de cada par, como si te dijese la izquierda, el viejo lloraba. después te dicen venga a buscar la mercadería el lunes, ponele, de diez a catorce, vas y te dicen el encargado del depósito no está venga el jueves vas el jueves y te dicen salió a almorzar al final terminás diciendo métanse la mercadería en el orto, que es lo que quieren, que te canses. estos deben ser los anticuarios. bueno yo estaba en la guardia del santojanni y escuché a dos tipos y una mina diciendo que se venían los allanamientos a los depósitos incluso dijeron que para noviembre la zona de defensa desde independencia hasta chile tenía que estar limpia. así dijeron? limpia, sí o sí. vos parando al oreja, me imagino. julio, acabo de enterarme que allanaron tres depósitos, lo de ustedes está bien? quedate tranquila que nosotros guardamos las cosas en la camioneta. no tiene nada que ver lo que dice julio, cuando acá no podían armar los bares, vinieron con unos camiones enormes y se llevaron las sillas, las mesas, todo. así que si te quieren confiscar te secuestran la camioneta entera. eso pasa porque hay revendedores, entonces pagan justos por pecadores, vos te pensás que los que abren las cajas distinguen si es artesanía o reventa? no tienen idea. la puta madre, qué joda. cuarenta son. qué cosa. cuarenta feriantes que se quedaron sin mercadería. es una bocha de gente, loco.

A media tarde llegan ellos. Se agradece la música, es lo mejor de este día encapotado. Venden cds, le pregunto a la rubia que minutos antes bailó tap sobre una tabla de madera. No, no venden. Diligente, antes del segundo tema me alcanza un cartoncito:

El club del mar 

Compañía musicante que 
se acuna en el puerto de 
Montevideo. Lleva como 
bandera su extraña ópera 
llena de faros y pianos 
abandonados.

jueves, 16 de octubre de 2014

Wow

Es mediodía, una frase pronunciada en la radio hace que nos miremos con el mismo deslumbramiento. Me levanto a buscar papel y birome. "¿Cómo era?"

El médico encuentra lo que busca y busca lo que conoce.

"Usala en tus trabajos". El Hombre asiente.

miércoles, 15 de octubre de 2014

La enorme China

Una vez la vi, en no recuerdo qué obra de teatro. Yo era muy joven, así que obedecí a la imprudencia de una tía que se coló y me guió tras bambalinas para felicitarla en persona. China nos recibió (¿o mi tía abrió la puerta del camerino?) transpirada, con una vincha o pañuelo en la cabeza, en plena tarea de quitarse el maquillaje. Escuchó nuestros elogios con cara seria, y supe que el personal de seguridad iba a recibir un buen reto.

el homenaje

La enorme China
(1922-2014)

La actriz uruguaya China Zorrilla, emblema cultural del Río de la Plata y con una extensa y prolífica actividad teatral y cinematográfica en la Argentina, falleció el 17 de septiembre a los 92 años en Montevideo. Su muerte conmovió a ambas orillas, donde era valorada por su enorme talento y su encantadora personalidad que reunía inteligencia, gracia, belleza y una generosidad extrema, de la que subsisten infinidad de testimonios.

"Fue una mujer muy feliz y ha hecho felices a muchísimos. La conocí siendo chico y ella una jovencita. Este año cuando la visitaba en su casa me decía: 'Carlitos, por qué no te casás conmigo porque me gustaría irme de este mundo casada?' Y yo le decía: 'No, China, yo soy viejo para vos, tenés que buscarte un jovencito".
Carlos Perciavalle

"Hace años fuimos a un festival de teatro organizado por la compañía El Galpón de Montevideo. Como fallaron varios de quienes habían prometido asistir, agarró una silla e improvisó por 40 minutos. China tenía material para entretener durante un viaje en barco".
Luis Brandoni

"No era vieja, tenía años que es otra cosa, trabajó hasta el final, dejó su trabajo para memoria de las generaciones que vienen, como Alfredo Alcón y Dulio Marzio. Mucha gente no lo sabe, pero el teatro en estas latitudes nace en las dos orillas del Río de la Plata y China no es uruguaya: es una actriz rioplatense a quien lo único que la separa de algo es el agua".
Pepe Soriano

"Lo primero que uno recuerda de ella es su reflexión, su ternura, su ironía y esa alegría que nos transmitía. Ella está viajando y eso hace que la tengamos en el pensamiento: China ya no es una imagen, es un sentimiento, una sensación".
Lito Cruz

"Tuve la suerte de festejarle los 85 y los 90 acá en casa. Era graciosa hasta en la tristeza. La última llamada que tuve le dije 'China, te amo'. Y me dijo 'Si me amás venime a ver'. Tenía razón. Ella era un ser muy especial".
Susana Giménez

"Tuvimos mucha vida juntas, la escuchaba con los oídos de la cabeza y del corazón abiertos. Una mujer muy moderna, muy actual, muy abierta a todo y muy llena de amor, la amaba con todo mi corazón".
Graciela Borges

Octubre de 2014 - la Cita 




jueves, 9 de octubre de 2014

De lo irritante

De atrás parece un viejo. Jeans, zapatos acordonados color mostaza, mochila que acomoda una y otra vez en su espalda. Eso es lo primero que me hace observarlo, lo que demora en calzar a gusto esa mochila, distribuyendo el peso a un lado... y luego al otro. Uno de los bolsillos traseros del jean tiene un agujero, producto de esa costumbre irritante, quizás. ¿Será extranjero? Eso explicaría los zapatos y el hecho de que toca una guitarra imaginaria sin vergüenza alguna. Pero no, lee Tiempo Argentino y putea. Puta que lo parió este colectivo, refunfuña y después se inclina hacia adelante en un punteo salvaje. Le toco el brazo. El viejo se da vuelta, no es tan viejo a fin de cuentas, salvo el bigote canoso. Se quita el auricular de la oreja y responde como si fuese absolutamente natural que él toque la guitarra en la parada del colectivo y yo, detrás suyo, le pregunte de qué tema se trata. Es de Guns N' Roses, un temón, contesta con ojos chispeantes. Y me acerca el auricular para que escuche. "Uh, se cortó", lamenta el viejo no viejo y ahí nomás, a capela, canta para mí.

No, no lo ubico y justo viene el 76.



martes, 7 de octubre de 2014

La niña descarada que elige todo

¿Por qué razón una mujer de hoy, casada y con más dudas que fe religiosa, se sintió atraída por la vida monástica? Kathleen Norris se hizo esta pregunta muchas veces durante sus dos períodos de retiro en un monasterio benedictino del medio oeste norteamericano.
   A su regreso a casa, sin embargo, Norris comenzó a sentir que su vida entera se transformaba y adquiría un nuevo significado. Los días en el monasterio, en el seno de una comunidad de hombres célibes regida por un estricto esquema de oración, trabajo y meditación, le infundieron la calma necesaria para examinar su existencia desde una perspectiva diferente. La experiencia contemplativa dotó a su propia relación conyugal de una riqueza inédita. Y hasta las acciones más sencillas, como lavar la ropa o hacer las compras, cobraron, bajo la lente del ritual monástico, una dimensión desconocida.
   Con un lenguaje claro y lleno de poesía, este libro ofrece el relato de una experiencia humana singular, de genuino valor para cualquier persona, no importa su fe.

"Me llevo este libro, Rodolfo, cuánto?" Diez pesos, dice Rodolfo. No sé si porque me tiene aprecio o piensa que no habrá mayores chances de vender Una experiencia contemplativa. En el capítulo titulado Teresa del Niño Jesús, un párrafo atrae especialmente mi atención:

   En un comentario sobre Primera Corintios, en su autobiografía, Teresa lamenta que no se podía reconocer en ninguno de los miembros que describe Pablo en la epístola -no era una mártir (materia opinable) ni un apóstol, sino una joven monja insignificante conocida en el convento fundamentalmente por su tendencia a quedarse dormida durante la Liturgia de las Horas. Recordando repentinamente que era la niña descarada que elige todo, afirma: "encontré mi llamado, mi llamado es el amor", y escribe: "En el corazón de la Iglesia, mi Madre, seré el amor, y así seré todas las cosas..."

En lo que va del día gozo de la lectura y los gajos en los árboles, de una mateada, de empanadas caseras y de los más hermosos óxidos en collares de cerámica secándose al sol.

   Me sentí invadida por la maravilla de haber viajado todo el camino desde Dakota del Sur, en el oeste, vía Minnesota, simplemente para encontrarme a solas frente a una pareja de coyotes en Los Ángeles. Cuando inspiraba el aire delicioso, contemplaba los picos nevados de las montañas del este y la brisa del Pacífico al oeste, percibí por primera vez la belleza del lugar, entendí por qué hubo quienes sintieron que estaban en un paraíso.
   En la capilla, una hermana anciana que nos trajo libritos para que pudiéramos seguir el servicio de vísperas, murmuró en voz alta: "¿Quiénes son ustedes?" Pero cuando empezamos a contestarle, nos hizo una señal con la mano. "No se preocupen, no oigo bien", dijo, y mientras se alejaba por la nave, agregó "No importa, todos somos hijos de Dios". La antífona de esa noche, 21 de diciembre, era "Oh, Oriens": "Oh, Aurora Radiante, brillo de la luz eterna, y sol de toda justicia; ven e ilumina a quienes habitan en la oscuridad profunda, a la sombra de la muerte". Terminó demasiado pronto.




sábado, 4 de octubre de 2014

Los rostros que enfrento

Soy tímido: mi infierno es tener que hablar con vos

Por Pablo Toledo, escritor. Entre sus libros figuran "Se esconde tras los ojos" (Premio Clarín Novela 2000) y "Los destierrados".

Miedo a quedar expuesto. La mirada de los demás y que te juzguen de manera indebida son fantasmas que persiguen a las personas tímidas. El autor cuenta ese día a día y cómo, a nivel profesional, logra ponerse una máscara que lo convierte en alguien diferente.

Publicado el sábado 4 de octubre de 2014 en Clarín

Mi único problema en este mundo sos vos. Vos, que estás leyendo: sería tan feliz si no fuera por vos. Pero no sos el único. Está la gente que te rodea, las personas que te cruzás en la calle, todos ustedes. Mi problema es que el mundo está lleno de todos ustedes. De todos esos otros. Mi lema más íntimo lo escribió Sartre: el infierno son los otros . Bienvenidos a mi infierno.
Y es que soy tímido. Me admito incapaz de afrontar mi timidez.
Peleo todos los días cientos de batallas contra ella, pulseamos cada una de mis elecciones, me dicta las claves privadas (y no tanto) que quedan en mis textos, sea como el terror a la mirada de los otros, sea como una obsesión con el desplazamiento y el estar fuera de lugar.
Cada mañana me construyo frente a un espejo imaginario; preparo, como dice el poeta anglo estadounidense T.S. Eliot en La canción de amor de J. Alfred Prufrock (un poema que sólo los tímidos comprendemos por completo, nuestro himno), un rostro que afronte los rostros que enfrento. Mi utopía era hacer cosas sólo con palabras, y ahora no paro de hacer cosas con otros. Todos mis trabajos me fuerzan a interactuar con ellos, hasta el de escritor. Doy clases, presentaciones y charlas, vendo, persuado, negocio, construyo relaciones y las sostengo.
Soy un vegano que trabaja en el Mercado de Liniers, un fugitivo de sí mismo que salta alambrados falsos. La práctica me enseñó a pasarlos sin dejar enganchados ropa ni piel, la mayoría de las veces ya en automático. Algunos son más altos, otros tienen púas. Y de la nada, en las zonceras más cotidianas, el alambrado se convierte en muralla y me deja del otro lado.
Como el día en que vino el técnico del portero eléctrico. Tocó la puerta el encargado del edificio, lo presentó. Hubo algo como un saludo. El saludo del tímido es como los gestos masónicos: ante la frase sin aliento, el tono de disculpas y la mirada que se resbala sabemos que del otro lado está uno de los nuestros, sólo que para un tímido no hay nada peor que otro tímido. Cruzó la puerta, le señalé el aparato. Si necesitaba saber cuál era el problema, no me lo dijo. Si yo necesitaba preguntar algo, no lo hice. Volví a la pantalla de mi computadora, en la misma mesa donde desplegó sus herramientas. Desarmó y volvió a armar el equipo. Pasaron quince minutos, o tal vez quince días, de un silencio perfecto, inhabitable, inquebrantable.
En las películas estas tensiones se resuelven: uno mata al otro, o le salva la vida, o suelta un discurso genial que los libera. Aquí no. Entre dos tímidos no ocurre nada visible, pero el terremoto de culpa y desesperación va por dentro. El tipo dio por terminado el trabajo, ordenó sus cosas y se paró al lado de la puerta. Los dos hicimos un sonido que, de ser palabra, hubiera estado en el punto justo entre “gracias”, “perdón” y “adiós”.
Me angustian los negocios. Mi esposa sabe que mandarme a consultar algo es un último recurso que probablemente termine mal, que en las rotiserías donde cien padres desesperados consiguen las milanesas de su prole a prepotencia pura es fijo que termine rezagado. Si hay números, santo remedio, las reglas me ahorran la fricción, pero ese tono entre marcial y canchero del “¡Ey, jefe!” es diez veces más fuerte que el mejor de mis esfuerzos para hacerme ver entre la manada.
En mi cabeza estoy saltando a los alaridos, pero lo que pasa el filtro de la garganta estrangulada a duras penas llega hasta el borde del mostrador.
Y si hay que seducir al parrillero con una charla amistosa que acelere el trámite quedo descalificado antes de la largada. Trato de compensarlo con una media sonrisa (otra dificultad: sonreír con dientes para las fotos), pero lo que mal anda mal acaba y esos gestos terminan por embarrar más la situación.
De afuera se parece al fastidio, al aburrimiento o a la indiferencia (de todo eso me han acusado mil veces). Adentro son cinco millones de palabras por segundo que revientan contra los labios cerrados, un ejército de levantadores de pesas empujando un vagón que no se inmuta, y detrás una tribuna que reacciona a cada microsegundo de inacción como si fuera un gol en contra en el tiempo suplementario de la final.
Una mano te cierra la boca, otra te agarra de los brazos y las piernas, una voz te amenaza con molerte a palos si movés un músculo.
No hay dudas sobre lo que querés, pero el miedo es más fuerte. Miedo a hacer y a no hacer, a lo que puede pasar y a lo que no podría pasar, a todo y a nada. Y esas manos, esa voz, ese miedo, son todos propios: lo único que te retiene sos vos mismo. Lo sabés. Sabés que deberías controlarlo, que eso que te controla no existe fuera de tu cabeza, que eso que temés son sombras que vos mismo proyectás. Y sin embargo.
En Oda a una urna griega, el poeta romántico inglés John Keats escribe que el beso no dado es el más hermoso. John Keats era un idiota. El eterno retorno de esos cinco minutos en los que todo hubiera sido cuestión de estirar una mano o decir una frase es una tortura, y no hace más que reforzar el circuito que vuelve todavía más difícil al próximo intento.
Cualquier acto, para mí, es un acto de arrojo. Es físico, el mismo agujero negro en la boca del estómago del que tiene pánico a las alturas y no puede bajar por la escalera de los bomberos para escapar de un incendio. Lo último que piensa ese tipo mientras se prende fuego es que es un idiota. El tímido va a morir mucho después, en su cama, sin mayores fuegos, pero va a morir repitiéndose la misma frase.
Soy un idiota. No puedo. Sin parar. No puedo. Soy un idiota.
Todo el día. Soy un idiota. No puedo. Todos los días. La cabeza del tímido es la rave más angustiante del planeta.
De chico era un tímido de libro. De vivir dentro de libros. De no conectar ni participar ni integrarme (recitar genealogías de El Señor de los Anillos a los doce años, mucho antes de las películas, no ayudaba). Escribir era una salida lógica (y una vocación, pero cuál vino primero es el huevo y la gallina). La idea romántica del escritor es la de alguien que sólo sale al mundo como palabras en un papel. Pero resulta que publicares hacer público , y que ser escritor también es hacer redes, moverse entre otros, exhibirse.
El momento de escribir es difícil, pero para mí es aún peor todo lo que está alrededor y lo que viene después. El punto final es el principio de otra historia, y en esa historia alguien, de alguna forma, en algún momento, tiene que interesarse por lo que uno produjo, por esa historia entre tantas. Hay personas generosas que abren puertas y otras que las cierran sólo porque pueden, hay lugares en los que ver y hacerse ver, hay un millón de tackles y rumores y golpes bajos, hay manos que se dan a quien las pide. Como no hay manuales, la única forma de llegar a alguna parte es con ayuda de los demás. Mi infierno no tiene atajos ni salidas de emergencia.
Y sin embargo, en ciertos ámbitos sería difícil etiquetarme de introvertido. Durante tres años retiré a mi hija del jardín de infantes s in cambiar más de veinte palabras con los otros padres, pero por trabajo voy a eventos y congresos donde encaro, y hasta inicio, decenas de conversaciones por hora.
En mi última evaluación, mi jefa destacó mi capacidad para hacer contactos y trabajar con otras personas. Dediqué años enteros a lamentar besos no dados, pero seis meses, cinco mil charlas y cuatro citas después, y a tres cuadras de un ultimátum que no dejaba mucho lugar a interpretaciones, di el primer beso a la mujer a la que quisiera dar el último.
Las armas iniciales vinieron tras la adolescencia más fundamentalista, cuando empecé a buscar por observación, prueba y error técnicas para romper algunos silencios y salvar algunas distancias. Fue un trabajo de zapa, y mucho le debo al profesorado de inglés.
Al dar clases la timidez no es una opción, los estudiantes huelen la inseguridad como los tiburones una gota de sangre a cinco kilómetros. Para mí era liberarse o retirarse. El profesor de inglés tiene dos armas: ocupa el lugar de profesor, y habla en inglés. Eso no es tan obvio como suena. Un docente actúa todo el tiempo con una máscara sostenida por varias instituciones.
Desde la máscara se puede, algunos dirían que se debe, ser otro.
Y si ese otro habla una lengua extranjera es dos veces otro. Apenas me probé ese traje comencé a dejármelo puesto fuera de las clases y del inglés. De a una conversación por vez, impostando los tonos, con pasos en falso pero, por fin, con algo más que inseguridad en la mano.
El neurólogo Oliver Sacks relata el caso de una paciente cuyo cuerpo, de la noche a la mañana, dejó de hablarle a su cerebro. Sin sensaciones ni respuestas del otro lado, su mente flotaba en el vacío y sus músculos no tenían quién los dirija. Con el tiempo aprendió a reemplazar la propiocepción por la vista: mientras viera cómo dirigirla y dónde detenerla, podía ordenarle a eso que había sido su mano que agarrara cosas. Pero las tomaba con demasiada fuerza, y sus movimientos eran rígidos como la pose de una bailarina. Era la imitación de un movimiento, había perdido la naturalidad.
A mi modo, soy esa marioneta. Actúo como una persona segura en el sentido teatral de la palabra: represento el papel de alguien que lo hace naturalmente.
El combustible de este motor paralizante que no para (la frase es del músico Darío Jalfin) es el control, el miedo a perderlo y a que salte un payaso de adentro de la caja. Cada tímido es un mundo con geografía y leyes propias, pero todos compartimos el miedo a quedar expuestos. En mi caso, no me puedo deshacer de una imagen exagerada, idealizada de mí mismo, y el miedo es doble: la parte de mí que lucha contra esa imagen teme que algo la confirme y ahí sonamos, la parte que la sostiene no quiere que nada la refute porque ahí sonamos. En cada pequeña cosa se juega todo. Me angustio cuando algo no sale perfecto, y me angustié al día siguiente de ganar un premio literario con 25 años.
Actuar con otros, salir al mundo, es entregarse a reglas y voluntades ajenas, al azar, a lo incierto. Ese es el enemigo común de las dos partes, y la timidez es la herramienta para tenerlo a raya mientras resisten, cada vez con menos efectividad, los cañonazos que lanzan mi madurez y mis años de terapia. Esa imagen se va a caer. Falta trabajo, pero falta cada vez menos.
El cartel en las puertas del infierno del Dante dice que los que entran allí tienen que abandonar toda esperanza.
Entonces no estoy en el infierno. Bienvenidos.

viernes, 3 de octubre de 2014

El glamour



Anoche soñé que abría una revista, tal vez una Susana. De todas formas una edición lujosa, de hojas satinadas. A doble página presentaba un living, una disposición estudiada de muebles en color ciruela, con cortinado y alfombra a tono. Falta la entrevistada, murmuraba yo en el sueño, dando por sentada la presencia femenina en ambiente tan glamoroso.

"La estamos esperando", contestó una voz de hombre. A mí, vaya sorpresa.