miércoles, 27 de abril de 2016

Defender lo indefendible

Los que votamos a Cristina, sin llegar a ser arrepentidos k, vemos con tristeza todo el tema del manejo del dinero público. Del robo, como vienen diciendo. No se puede defender lo indefendible. La gente que está enferma de poder o dinero, se llame como se llame y sea del partido que sea, no conviene a los intereses del pueblo. Si no caemos en el "roban pero hacen". No debería ser requisito indispensable, éste de robar en función de hacer. Una campaña política presidencial, para aparecer en cualquiera de los tres primeros puestos, sale entre quinientos y mil millones de pesos.

http://www.lanacion.com.ar/1752213-campanas-millonarias-los-increibles-costos-que-insumira-el-sueno-presidencial.

Es mucha, mucha plata. ¿Cómo se financia la política, con quiénes hay que transar?

Mi corazón está con Cristina. No me gusta su soberbia, no me gustaron sus interminables cadenas nacionales, no me gusta su virulencia hacia todo el que cuestione el pensamiento único, no me gusta el "relato", no me gusta su aprovechamiento del tema de los derechos humanos. Casi una apropiación, podría decirse. ¿Dónde están los derechos humanos para el jubilado que recibe 5000$, quién vetó el 82% móvil? Me aterrorizaron sus negociados con Monsanto y la Barrick Gold, las consecuencias nefastas y criminales que afectaron a tantas familias.
Sin embargo, y a pesar del dolor, algo dentro mío aún busca emocionarse.

Macri me da miedo. Le temo a su mente empresarial, a su falta absoluta de empatía. Temo por mi fuente de trabajo y la de tantos otros. Temo que se apropie aún más del espacio público. Temo lo que pueda hacer con los espacios verdes, con los árboles. Espanta saber cómo nos ha endeudado por décadas. No le creo el discurso, el amor al pueblo.

Estamos solos. Uno escucha lo de "el dinero de todos nosotros", pero no deja de ser una abstracción. Todos sabemos que faltan insumos en los hospitales, que los techos de las escuelas se vienen abajo; así y todo es difícil tomar conciencia. Hace poco y por primera vez, sentí verdadera indignación cuando me enteré que la empresa Austral Construcciones, de Lázaro Báez, había llegado a facturar casi un millón de dólares por km de ruta reparada... en el Chaco. ¿Quién puede defender algo así? ¿Quién puede no aborrecer algo así, no mencionarlo siquiera? La defensa de Cristina no debería cegarnos. El corazón con Cristina no debería hacernos pecar de ingenuidad. La única forma de salir adelante es atravesar lo que sea. The way out is the way through, dirían nuestros ahora amigos del norte. Mirando con ojos bien abiertos, desilusionándonos si hace falta.

Lo que los no k nos enrostran, y lo bien que hacen, es la ausencia total de autocrítica. El fanatismo.
En el "pueblo" al final entra cualquiera, entran los obreros, entra Fariña, entra Lázaro Báez...
Al verdadero lo hambrean, es el que ni siquiera registran en las estadísticas y encima le roban. "Ah, sí, murió, se le paró el corazón..." ¿Pero por qué? Por la desnutrición, por la tuberculosis.

Macri no. Pero esto (la degradación final del modelo anterior, la destrucción de nuestras ilusiones) tampoco. Roban para hacer política y hacen política para robar. Se turnan, unos con un discurso, otros con otro. En este país no deberían existir el hambre ni la miseria y sin embargo más de un tercio de la población los padece. Estamos defendiendo unos a un ladrón y otros a otro ladrón y no nos damos cuenta porque estamos ocupados laburando para esquivar el pozo al que nos llevan. Y creemos que estamos enterados de política porque miramos un programa de televisión donde cada uno confiesa los pecados del otro.

viernes, 22 de abril de 2016

Señal

Tarifazos, despidos, privatización del espacio público, extensión de la pobreza, protocolo para la represión de la protesta social, felicitaciones de Paul Singer, transferencia de riquezas a los ricos, un nuevo Cromañón... ¿querrá el Universo decirle algo?

No querían que jugara conmigo

 
Armando Tejada Gómez (21 de abril de 1929, en Mendoza; 3 de noviembre de 1992, en Buenos Aires) fue un poeta, letrista, escritor y locutor argentino, relacionado con la música folklórica. Es el autor de la letra de "Canción con todos", considerado Himno de América Latina. Incluido entre las cinco máximas figuras autorales del folklore argentino por la Fundación Konex.
 
Nació en Mendoza en el seno de una familia de descendientes de huarpes, de trabajadores rurales de muy escasos recursos. Fue el anteúltimo de 24 hermanos. Quedó huérfano de padre a los cuatro años, razón por la cual su madre debió repartir a los hijos. Armando fue criado entonces por su tía, quien le enseñó a leer. Prácticamente no fue a la escuela y comenzó a trabajar a los 6 años, como canillita (vendedor callejero de diarios), y luego lustrabotas.
Supe que no querían que jugara conmigo, porque yo era la forma del pánico y el hambre y la más descarada miseria por el mundo.
Armando Tejada Gómez.
A los quince años se compró un ejemplar del "Martín Fierro" que le despertó la pasión por la lectura y la poesía. Simultáneamente se despertó en él la inquietud por las injusticias sociales, volviéndose un activista político.

Luego del derrocamiento de Perón en 1955, Tejada Gomez pegaría un giro tanto en su arte como en su posición política. Él contó varias veces que el elemento detonante para el cambio en su manera de escribir fue un comentario crítico de su hermano, obrero de la construcción, que le mencionó que sus compañeros de trabajo decían que "escribía cosas que nadie entendía". El comentario influyó notablemente en Tejada Gómez, quien decidió entonces orientar su poesía hacia la problemática social y los temas populares. Uno de los primeros poemas de esta nueva etapa fue su conocido poema "Hay un niño en la calle".

Datos de Wikipedia

(Don Armando, escuche esta versión...)


jueves, 21 de abril de 2016

Si camina como un pato, nada como un pato y hace cuac...




Se lamentan las muertes, se alerta sobre la peligrosidad de las drogas, se debate su legalización, se discute por qué los chicos las consumen, se aconseja a los padres escuchar a sus hijos, se entrevista a asistentes a la fiesta, DJS, médicos, personal del SAME, psicólogos y abogados. Mil temas girando... y volviendo, una y otra vez.

Se cuestiona también, aquí y allá, la ausencia del Estado.
Según Prefectura, en la fiesta no había drogas.

http://www.politicargentina.com/notas/201604/13263-denuncian-que-el-predio-donde-ocurrio-la-tragica-fiesta-estaria-ligado-a-dirigentes-del-pro.html

Una investigación posterior da cuenta de lo que sigue:


    Imágenes integradas 2


Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 17 de abril de 2016.
 

COSTA SALGUERO:
ILEGALIDADES DE UNA CONCESIÓN

 
            Lamentablemente en el marco de la fiesta electrónica denominada Time Warp fallecieron hasta el momento cinco (5) jóvenes. Esta fiesta se realizó en los predios conocidos como "Costa Salguero", más precisamente en los pabellones 2, 3 y 5.
           
            Más allá de las medidas de seguridad y salubridad en particular detallaremos cómo con respecto a estos predios el GCBA durante años ha violado la normativa de la Ciudad que prohíbe que se puedan realizar este tipo de actividades comerciales en el Complejo Costa Salguero.
 
 
ü  Actualmente Telemetrix S.A. paga $ 263.576 como canon por todo el predio Costa Salguero por mes. Son aproximadamente diecisiete (17) hectáreas (170.000 m2) donde existen 23 sub-concesionarios que explotan distintos emprendimientos. Es decir, el GCBA está cobrando $ 1,5 por m2 por mes. Un canon en extremo irrisorio si comparamos que en la zona más cercana se está pagando por el alquiler de 1m2 desde $ 160 a $250 [1]. La concesionaria paga, por lo menos, 100 veces menos de acuerdo a lo que el mercado establece. Para entender por qué el GCBA sigue sosteniendo esta concesión que ha incumplido en forma reiterada las leyes de la ciudad, cabe destacar que uno de los sub-concesionarios es la empresa Centro Costa Salguero S.A. que explota los cinco pabellones del Centro de Exposiciones, en los cuáles se realizó la fiesta electrónica Time Warp. El esposo de Carmen Polledo (Vicepresidente primero de la Legislatura de la Ciudad y diputada del PRO), el Sr. Fernando Polledo Oliera integra el Directorio de Centro Costa Salguero S.A. 
 
ü  La Resolución de la Autoridad General de Puertos S.E. N° 025/92 concesionó los predios de Costa Salguero a la empresa Telemetrix S.A. por un plazo de 30 años [2]. Las actividades que actualmente se desarrollan en los establecimientos exceden ampliamente el objetivo inicial de la concesión. La cláusula Primera del título II OBJETO del contrato del día 29 de diciembre de 1988 dispone que el predio será destinado para la ejecución de obras civiles e instalaciones para la habilitación de un Complejo Polideportivo y actividades comerciales complementarias relacionadas con el conjunto a desarrollar en el predio.
 
ü  Al momento de la concesión de uso y explotación, estos predios no figuraban en las Planchetas de Zonificación General del Código de Planeamiento Urbano (Ordenanza N° 33.387) porque eran terrenos de relleno ganados al río. La Constitución de la Ciudad, en su art. 8 “Capítulo Segundo. Límites y Recursos” dispone que la Ciudad de Buenos Aires es corribereña del Río de la Plata y del Riachuelo, los cuales constituyen en el área de su jurisdicción bienes de su dominio público. Luego establece que “los espacios que forman parte del contorno ribereño de la Ciudad son públicos y de libre acceso y circulación”. De esta forma, los predios ribereños como Costa Salguero fueron destinados constitucionalmente a UP (urbanización parque). Actualmente, según la ley 449 el predio conocido como Costa Salguero posee zonificación Urbanización [3] Parque (UP)[4] y Urbanización Futura (UF)[5]. En los distritos UF sólo se permiten los usos que sean compatibles con las zonificaciones adyacentes. En este caso, las zonificaciones adyacentes son UP. Ninguna de las actuales actividades que se desarrollan en el predio de Costa Salguero son compatibles con la zonificación UP (playas de estacionamiento, boliches bailables, restaurantes, hoteles, oficinas comerciales, salones de conferencias, centros de exposiciones, agencia de autos, eventos musicales, etc.).
  
            Todas estas cuestiones ilegales ameritan a que la concesión del Complejo Costa Salguero sea finalizada y que dichos predios sean destinados para el disfrute público, principalmente espacios verdes públicos como establece la Constitución de la Ciudad y el Código de Planeamiento Urbano.
 
 
Contacto:
 
            Asociación por la Justicia Ambiental (AJAM):
            justiciaambientalarg@gmail.com
            Tato Arce: (011) 15 6828-6011
           
 
            Observatorio del Derecho a la Ciudad (ODC):
            Jonatan Baldiviezo: (011) 15 3655-3465
 

sábado, 16 de abril de 2016

El ocio negado




Valeria Tentoni, Clarín de hoy.

No sé quedarme quieta: el ocio me desespera

Vivo frente a una plaza. Desde acá se escuchan las hamacas. A nadie se le ocurre aceitar las cadenas. Mientras trabajo, se oye cómo va y cómo viene un peso liviano por el aire. Es la canción del ocio. Hace años que no la canto. En ese momento de la tarde en que la luz del sol parece embalsamada, los chicos del colegio de acá a una cuadra salen por el portón. Avanzan en abanico por la vereda, una marea de gritos puntiagudos y mochilas con rueditas. Los padres se ponen al día, conversan entre sí. Son un murmullo de fondo mientras ellos corren, enardecidos, hacia los juegos. Se atropellan como si tuvieran miedo de volver a ser cazados y devueltos de prepo al lugar del que acaban de zafar. Pero no: sus obligaciones han terminado. Son libres por el resto del día.
Conozco esa sensación total. Yo fui chica. Fui una de esas chicas odiosas para los maestros que terminan rápido la prueba y se ponen a conversar. A molestar a los demás, como decía el cuaderno de comunicaciones. Siempre sufrí de sentido del deber. Hacía la tarea ni bien llegaba a casa, sin que hiciera falta retarme. Siempre cumplí pronto y con sobreesfuerzo. Eso no quiere decir, por supuesto, que haya hecho las cosas bien. Para alguien como yo, el ocio es una materia a marzo.

Hace poco me acordé de algo que pasó hace mucho. Un modesto drama originario, una secuencia menor. Iba al jardín, que ya no existe y se llamaba Bosque encantado. Ocupaba una antigua casa chorizo, en Bahía Blanca, mi ciudad natal. Quedaba en la otra esquina de lo de mi abuela Carmen.
Era el acto del 25 de mayo. Yo estaba feliz con la pollera de papel crepe fucsia que mi mamá me había preparado para cumplir con mi misión: repartir entre el público presente pastelitos de dulce de membrillo. A otros de mis compañeros les había tocado pintarse la cara con corcho, izar la bandera o envejecerse el pelo con talco. A mí la pollera me llegaba hasta los pies. Era perfecta. Mi pequeño corazón de pájaro se sentía triunfante. Los pastelitos los había cocinado con mi abuela la tarde anterior, mientras el limonero torcía su sombra en el patio y mis primas jugaban. Me invitaban a los gritos a saltar la soga, después al elástico. Me negué, rotunda: tenía una responsabilidad. Me senté frente al horno como ante un televisor. Observé la masa hincharse, los pliegues del hojaldre endurecerse. El baño de oro de la cocción sobre el dulce. Había un perfume lento esparciéndose por la casa. Cuando estuvieron listos, los dispusimos en una canasta de mimbre con cuidado, hicimos que entrasen todos. Me aguanté y no comí ninguno, para que fueran bastantes.

En el acto los ofrecí con una simpatía eficiente. Me acuerdo que por el altoparlante flotaban canciones patrias, que el espacio era demasiado chico para tanta gente. Que todos lo estaban pasando bien y eran más altos que yo, empecinada entre ese mar de piernas para entregar hasta el último pastelito. Los padres manoteaban de la canasta despreocupadamente, mientras charlaban. Algunos ni siquiera me dirigían una mirada antes o después de llevarse a la boca mi trabajo. Todo ese esfuerzo de azúcar estrellándose entre sus dientes; hasta podía escuchar cómo crujía la masa, o eso me pareció. El coro de esas bocas masticando subía el volumen en mi imaginación. La maestra pasó y me palmeó la cabeza, felicitándome. Yo interpreté, en cambio, que con ese gesto me estaba pidiendo que me apure, que lo haga mejor. Volví a casa de mi abuela caminando. Alguien me tomaba de la mano que no tenía ocupada con la canasta vacía y evitó que me tropezara cuando pisé, sin querer, la pollera y la rompí. Al llegar al zaguán y cerrar la puerta, lloré. Aullé de ira y arrepentimiento, como llorarían los pulpos si tuviesen la capacidad de hacerlo. Los pulpos, cuando tienen mucho hambre y no encuentran alimento, no pueden evitar comerse sus propios tentáculos; y cuando tienen mucho miedo y hay un predador cerca, si hace falta abandonan un brazo para escaparse. Resignan demasiado: en algún momento deben entristecerse. Nadie me podía calmar. ¿Qué era esa angustia, qué era ese fuego de agua? No era por la pollera. Era por los pastelitos. Los había repartido tan bien que no me había quedado ninguno para mí. Había sido incapaz de disfrutar, y la bronca me estaba cobrando el error.

Cuando me voy de vacaciones, empatizo más con los que están trabajando que con los veraneantes. Aprendí temprano, con los pastelitos, que el ocio de unos es el sacrificio de otros. Una solidaridad involuntaria me alía con los segundos, aunque sepa que es muy probable que los que están descansando ahora vengan de esforzarse durante meses a su vez. Nada me cae peor que un turista. Su indolencia y su pereza, a la que seguramente tenga derecho, me resulta ofensiva. A mi vez, me cuesta ocupar ese rol. Me viene una incomodidad extraña, no me sé conducir. ¿Es culpa? El tiempo libre se parece demasiado, en mi cabeza, a una malversación. En Semana Santa viajé con mi mamá a Uruguay, en uno de esos ferries que cruzan el Río de la Plata en una hora. Por la ventanita ovalada vi cómo un hombre desataba la gruesa cuerda que nos unía al continente, pitando su cigarrillo sin necesidad de sacarlo de su boca. Esa economía de movimientos da cuenta de un universo, pensé. Nos despegamos del puerto como de una cáscara. El río estaba picado. A mitad del trayecto, cualquiera hubiese dicho que era un mar. El barquito se zarandeaba como un electrocutado en cámara lenta. Lo primero que hice en el viaje fue sacar mi anotador. No sé mirar ni estar entre las cosas sin segundas intenciones, descansando. Ni siquiera en un feriado largo. Los deadlines corren, sus plazos no se suspenden por lluvia. El término con el que llamamos a la fecha de entrega de una nota tiene su origen en costumbres de guerra. La fecha límite, la fecha letal: lo que un periodista hace para cumplir a tiempo se parece bastante a cruzar a velocidad de liebre un campo minado. Salvo imposibilidad extrema, nunca pido prórroga a un jefe. Cuando la pido, lo primero que hago es arrepentirme.

También tomo apuntes para escribir otras cosas, en ese anotador. Las llamo “cosas para mí”, en vez de “cosas para otros”. ¿Escribir, en esos momentos, es parte del ocio? Empecé a hacerlo, de hecho, porque estaba aburrida. Porque el ocio, a la hora de la siesta, era insoportable. Me enojaba que todo se suspendiera, como una gota de miel que no termina de caer de la cuchara. Entonces me metía en la oficina de mi papá, que estaba en el garage de casa, y le usaba la máquina de escribir para llenar páginas. Era una Olivetti verde laurel, con el teclado blando y poderoso. El sillón de cuero, reclinable, tenía un chirrido particular. Cuando pude me lo traje a mi casa de adulta, un trono brillante que ya nadie quería. Pero las cosas se hacen mejor ahora, aunque sean peores; me hacía mal a la espalda y lo tuve que devolver al sótano. Escribía, jugaba y leía, de chica, pero igual me aburría seguido. No es que fuera una nena quietita. Todo lo contrario, era más bien hiperactiva. Mis rodillas estaban siempre machucadas, el pelo desordenado, el ansia efervescente. Arrojada a la vida como desde lo alto de una montaña, lo que yo quería era rodar y rodar, cada vez más fuerte. ¿Por qué no se detiene, esta fuerza colosal? ¿Por qué no me deja en paz? ¿Por qué no me entrego a la nada, al desparramo alegre en la meseta? No ignoro la dirección de la pendiente. ¿Qué tipo de persona podría ignorarla? Hay una línea del bueno de Ray Bradbury, mi autor de autoayuda favorito: “Caminá hasta el borde del precipicio. Saltá. Construí tus alas mientras vas cayendo”. Pero, al caer, la gravedad hace sus trabajos. El desastre se acelera, y no hay tiempo para artesanías.

Empecé a caer por ese precipicio en la infancia. Hacía muchas cosas, y de todas me cansaba pronto. Mi atención se desordenaba, rompía filas. Cuando me aburría les avisaba a mis papás. Más que un aviso; el tono era de reclamo. Como si la culpa fuese de ellos. Como si la ficha de un juego se hubiese agotado y les estuviese pidiendo otra, otra y otra. De sus sugerencias, y de la sociedad magnífica que tenía con mi hermano y mis muchos primos, dependía se salvaran las tardes de ese monstruo. ¿Por qué será que si pienso en el ocio pienso en lo terrible de no tener nada que hacer? No es algo que me enorgullezca del todo. Se parece a una adolescencia del carácter. Sé que se han fundado grandes ideas alrededor de la sabiduría en el sentido del sosiego. Que la contemplación es un arte, que el ego es un mono que salta a través de la selva, que se pueden dar viajes alrededor de una habitación. Que la mente se agita como un pescado arrojado en la playa. Lo sé, pero soy una desaforada y me cuesta. Perder el tiempo, para mí, es un crimen. Cuando miro a los que se derriten en el no hacer nada, pienso que están abusando de una casualidad divina, demasiado exigente con el cosmos para una reacción como la suya: la de la vida. Mi vacilante serenidad no los disculpa. A mí ninguna cosa no me parece urgente. 

Hay un libro que se llama Breve historia de casi todo. Dice que una vida humana suma, a lo mucho, 650.000 horas en total. No parece tanto. Yo esperaba otro número. No sé qué número, pero no ese número. ¡Tan poquito! Me gustaría vivir 500 años. ¿Por qué estoy en este fuego? Iría a todos los lugares, oiría todas las músicas, entrevistaría a todas las personas que me cruce y haría un libro con eso. Me metería en museos, ferias, hospitales, fábricas, pasillos, hoteles, colectivos. Almorzaría de pie y seguiría mirando. Quisiera verlo todo, de cerca y de frente. Y después escribirlo. ¿Qué es esta desesperación? No sé qué es. ¿Qué es el tiempo libre? ¿Existe una cosa así, para alguien que anda como ando yo con el anotadorcito listo? Una vez tuve un novio escritor al que le hacía gracia que yo estuviese siempre escribiendo algo, varias cosas a la vez. Le parecía que no era más que una pose adorable de la imbecilidad. Yo escuchaba su reclamo como escucharía las confesiones de un alemán o de un chino: sin entender ni jota, sin sentir que me hablara del todo a mí.

¿Dónde empieza, dónde termina el tiempo libre? ¿Libre para qué? Cuando toco la guitarra y canto, en mi departamento, para nadie, para nada; quizás eso sea. Cuando riego las plantas y descubro una hoja nueva. Cuando salgo a caminar sin dirección y miro los frentes de las casas, vidrieras de vidas ajenas, y admiro sus puertas, sus ventanas, sus molduras. Cuando pedaleo al sol y paso bajo las copas de los árboles, y cambia la estación. Cuando estuve en la arena blanca, frente al mar. ¡Pero si hasta entonces saqué mi anotador! No sé qué es el ocio. Se debe parecer a eso que comieron los padres de mis compañeros de jardín cuando se cruzaron conmigo y la canastita de mimbre llena. Se debe parecer a un pulpo flotando, tranquilo, en el fondo del mar.
 

Las marcas que buscan que te odies a ti mismo

"Marrones marrones -enfatizaba una publicidad de tintura, allá en mi adolescencia- sin esos espantosos reflejos rojizos". Lo recordé hoy al leer esta nota en Yahoo.



A los 40 años, Annick Robinson prefiere no utilizar maquillaje, pues le gusta mostrar su belleza tal como es. Por ello, mientras esperaba su vuelo en un aeropuerto, se sintió atraída por una tienda que ofrecía un jabón completamente natural. Lo que ocurrió después se ha convertido en un éxito viral en las redes sociales.
 
Estrategia de venta
 
Al acercarse a una tienda de belleza del Aeropuerto Internacional de Calgary, en Canadá, Annick fue interceptada por un vendedor. El hombre comenzó por hacerle un cumplido: “Tu piel se ve muy natural, no estás usando maquillaje, ¿verdad?”.
Calculó la edad de la mujer para después intentar venderle una crema anti-edad y así contrarrestar las arrugas de su rostro. Fue entonces cuando ella respondió: “¿Qué hay de malo que una mujer se vea de 40 años?”.
El vendedor no se esperaba la respuesta de esta mujer.
 
El hombre cambió su estrategia de venta e hizo a un lado el tema de las arrugas. Observó más de cerca a Annick y le aseguró que la crema que vende también podría ayudarla con las bolsas que tiene bajo los ojos.
La respuesta de la mujer fue aún más contundente:
“¿Qué hay de malo en mis ojos? Tengo un bebé en casa y no he dormido en dos años. Por lo tanto, tengo bolsas y estoy orgullosa de tenerlas. A mi marido y a mí nos causa mucha gracia, y a él le encanta cómo me veo… Creo que no necesito su crema”, le dijo.
La conversación entre ambos fue publicada por Annick en su cuenta de Facebook, con un claro mensaje: “La vejez es un privilegio que negamos demasiado, y yo no aprecio ni tu marketing, ni tus productos, ni tus técnicas de venta, que denigran a la mujer mayor. Gracias, pero no quiero ni necesito tu crema”, agregó en su publicación.
 
Reacción en las redes sociales
 
La publicación de esta mujer se ha convertido en todo un fenómeno viral. Tiene más de 35 mil Me gusta, casi 3 mil comentarios y se ha compartido más de 33 mil veces.
Tras la reacción de las redes sociales, la mujer aprovechó para publicar una actualización sobre este post y aclarar que no es algo personal contra el vendedor de cremas. “Estoy segura que es muy bueno en su trabajo. El problema es una industria de billones de dólares que depende de mujeres que se odian a sí mismas”.
Al final, Annick propuso tomar acciones. “Vamos a iniciar un movimiento que le diga ‘No’ a las marcas que buscan que te odies a ti mismo para comprar sus productos. No les des ni un dólar más”, escribió.
Y respecto a aquellos comentarios que aseguraban que la mujer había sido grosera con el vendedor, respondió: “No se preocupen, el tono en que se lo dije no se aprecia muy bien en la transcripción. Pero soy canadiense, después de todo. Fui muy, pero muy cortés”, aseguró.

viernes, 15 de abril de 2016

Mis respetos

Pajarito, en Méjico (enero 2006)
 
 
Chacha, en Japón (abril 2016)
 
 
Inky, en Nueva Zelanda (abril 2016)
 
 
¿No habrán intentado transmitir algo? Qué duros de entendederas somos.
 


miércoles, 13 de abril de 2016

Nuestra cintura en expansión



Entonces si el demonio es el aspartamo, presente por ejemplo en el NutraSweet, la solución sería volver al azúcar, no? No. "Movámonos", aconseja Michelle Obama. Movámonos para evitar la epidemia mundial de obesidad.

No alcanza, el problema está en los alimentos procesados.

 

lunes, 11 de abril de 2016

¿Vos te pensás que lo permitirían?

La verdad es que Anabela Ascar, de Crónica, es una de las pocas que se ocupa de estos temas. Es cierto que presenta notas bizarras (gente que colecciona zapatitos, etc), pero también que en su momento entrevistó a Soledad Barruti, autora de Malcomidos, uno de los libros más necesarios que podamos leer por estos tiempos. Vez pasada la vi en otra entrevista interesante, con una nutricionista cuyo nombre se me chispoteó. Sus respuestas me parecieron sensatas y centradas, así que cuando aconsejó ver el video Dulce miseria, fui a buscarlo. Vaya si tiene razón en recomendarlo.

Días después compro en el super unos postres para preparar, marca Royal, de chocolate y vainilla light (no hay de los comunes) y gelatina de frutilla. De regreso a la feria se me ocurre leer los ingredientes: almidón de maíz, edulcorantes no nutritivos: aspartamo (INS 951) y un largo etc.

"..ta que los parió -me sale del alma- la cosa ésta tiene aspartamo". Eh?, responde mi amiga. "Aspartamo, un veneno que te jode el cerebro". "Y cambialo por otro..." Me fijo en la gelatina, que no es light. También tiene aspartamo. Mi postre Royal, el postre de mi infancia.

"Ay, Maia -dice la amiga de mi amiga, con tono condescendiente- ¿vos te pensás que si algo hace mal, lo permitirían?"

jueves, 7 de abril de 2016

Las paredes no se tocan

"Permiso, señora". Debo pedírselo, la mujer está sentada del lado del pasillo con cara de pocos amigos y me ha mirado sin amagar levantarse. "Momento", ordena deteniendo un avance inexistente con sus manos. La mujer se para y ahí sí, me dejo caer en el asiento vacío. No agradezco, no me dan ganas. Al ratito nomás la escucho quejarse de un hombre. Su mochila -voluminosa, hay que decirlo- la ha rozado. "Habría que prohibirlas", etc, etc. Ahora sí, la miro de lleno. Tiene puestos lentes de sol y pañuelo de seda al cuello. El pelo rubio está bien cortado. Una linda señora, de boca amarga. No pierdo nada con intentarlo, así que junto coraje y largo: "Mi suegro solía decir: no pateés todas las piedras del camino porque al final del día te quedás sin pie. Algunas cosas hay que dejarlas pasar..." Ah, no, ella no deja pasar una, no deja pasar nada. La gente no tiene educación, dejan las mochilas en el piso, ellos mismos se sientan en el piso, cualquier cosa, y después le rozan la ropa a uno. ¡Qué asco! Ella no entiende cómo no les da asco. Y los pibes, los pibes de hoy tan desatentos, ella viene de poner en vereda a uno de la obra social. Le dejó bien claro que ella está un peldaño más arriba y siempre va a estarlo (respiro profundo, es difícil practicar la escucha compasiva). Negros, eso es lo que son, ella odia a los negros. ¡Ah, se les nota tanto! Siempre andan con chicos encima. ¿Puedo yo creer que los otros días una de estas negras dejó que su criatura tirase una servilleta al suelo y no le dijo nada? Ni un no le dijo. Ella tuvo una única hija que se crió en un departamento de paredes blancas, alfombrado, con una mesa con sus adornos y su lámpara encima y nunca tocó nada, nunca rompió nada. Las paredes no se tocan, las puertas tampoco, para eso están los picaportes. Ella le dice a su marido -al segundo marido, que tiene la costumbre de explicar las cosas señalando encima- "¡No toqués! ¿Qué tocás?" Esgrimo como puedo la defensa de los que están un peldaño más abajo, digo que tuvieron otra educación, escasas oportunidades. No señor, no tiene nada que ver, ella se crió en medio del campo y nadie le enseñó educación, aprendió mirando a sus padres. Igual que esas cosas de rancho de comer una galletita en el aire, sin plato ni nada (me pregunto si tiene perro, doy por descontado que no).

"¿Cómo era que decía su suegro?" Le repito la frase. Ah, pero las piedras -los obstáculos- también sirven para cruzar el río, afirma con aire triunfante. Me cuenta que tiene familiares con los que está distanciada, pero resulta que necesitan ayuda, ¿y a quién recurren? A ella, la mala. Que éste no puede, que aquel tampoco, la cuestión que es ELLA la que va ahora camino al hospital para después llevar a su pariente hasta provincia. Porque hay gente mala que trabaja de buena, ella siempre lo dice. "Es brava usted", afirmo. "Ah, sí, yo soy como soy y al que no le gusta puede irse". "Y está orgullosa de ser brava". Claro que sí. Aún trabaja en un Ministerio. Y eso que han querido jubilarla.

lunes, 4 de abril de 2016

Conspirar para derrocarnos

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Dice Carlos Nine... ¿lo tienen? Extraordinario ilustrador y acuarelista, muchas veces tapa de Humor y Fierro. Dice Carlos Nine -en una entrevista de Canal Encuentro- qué a él le interesan el volumen y la luz. Él pinta volúmenes, por tanto era casi inevitable que su próximo paso fuese la escultura.

Opina que sería deseable tener varias vidas paralelas, en lugar de ésta sola. Conspirar para derrocarnos. Ojo, hacer una revolución, no un golpe de Estado. No es fácil (concede).