lunes, 23 de enero de 2017

Feliz domingo

Camino cargada hacia la vía del tren, cuando me acerco veo a un muchacho sentado en un viejo sofá cercano a la garita, traído para comodidad de los guardabarreras. Pero no los hay a la vista y el muchacho aprovecha para manosearse inequívocamente, mientras se masturba busca mi mirada. Sigo mi camino imperturbable, como si no me violentase o yo estuviese más allá del bien y del mal. Por Rivadavia alguien dice "No tomés si te ponés agresivo". "Eh, gato...", contesta el aludido y algo más que no se le entiende. "Si no sabés tomar, quedate en tu casa", insiste el otro. En la parada del colectivo, un tipo de torso desnudo se me acerca haciendo eses. Mi humor no es el mejor así que evito mirarlo, sí entiendo que me está pidiendo dinero. Meneo la cabeza, negando. El borracho se sienta en un banco de cemento, a dos pasos míos, levanta un pedazo grande de losa rota y lo estrella contra el piso. Se queda mirando los fragmentos mientras murmura no sé que cosa. Alguien que pasa le ofrece su botella a medio vaciar, pero no (se excusa), no puede darle plata. Una chica se le acerca, le dice algo y levanta una colilla del suelo. No puedo quedarme ahí, debo buscar la siguiente parada. No sé dónde queda, no quiero llegar tarde, opto por esperar algo más alejada, cuando veo que el colectivo se acerca vuelvo sobre mis pasos. El colectivero parece entender, un hombre curtido que debe haberlo visto todo.

Por la subida desde el Bajo hay un reguero de sangre, seca primero, de gotas brillantes después. Estoy acostumbrada a verlos, son el resultado de peleas a botellazos. Una mujer me cruza en sentido contrario, va corriendo en calzas, ajena a la sangre bajo sus pies veloces. Dos pibes aprovechan la bajada de Belgrano para deslizarse y hacer piruetas con sus skates, el sonido es atronador. Miro la hora, son apenas las 7:30. Alguien nos quitó los domingos. Esos de mi infancia, cuando domingo era sinónimo de calzarse los mejores zapatos y ver una película largamente esperada. "Put on your sunday clothes, that's lots of world out there...", cantaban en Hello Dolly. Ponte tu ropa de domingo, hay mucho mundo ahí afuera. "...no, we won't come home until we fall in love". No, no volveremos a casa hasta habernos enamorado. Tal vez se siga tratando de eso. Sólo que podrían buscarse modos menos sórdidos.



jueves, 12 de enero de 2017

Hermano mapuche

Clarín no informa nada, claro. Ni ayer ni hoy. Sí hay lugar, en la primera plana, para una nota sobre los boliches en la costa. "¿Adónde va, con este calor?" me gritó ayer un vecino que esperaba el corte del semáforo. "A una manifestación por los mapuches", respondí al acercarme. "¿Y por qué no se queda tranquilita en su casa?" "No, no, es una causa que hay que apoyar..." El vecino palmeó mi brazo, como quien dice "Vaya , vaya..." Caminé hacia la parada del colectivo pensando que lo suyo puede ser un resabio inconsciente de la dictadura, con su mejor intención buscaba protegerme. "¿Sabe usted dónde está su hijo ahora?", amenazaban en un aviso de las épocas oscuras. Tranquilita en su casa significa no te metas en problemas, no participes, no resistas, no protestes.

Comunidad mapuche ocupa tierras de Benetton, titulan un video en youtube. Qué hijos de puta.

http://www.resumenlatinoamericano.org/2017/01/11/nacion-mapuche-nuevamente-reprimieron-en-chubut-hay-heridos-de-bala/

La Casa de Chubut, en la calle Sarmiento 1172, está vallada. Detrás de las vallas, un policía habla por handy. Lo imagino diciendo "Por ahora todo tranquilo, cambio y fuera", o lo que sea que diga un policía. Cruzando la calle somos unos pocos, casi parecemos estar esperando algún colectivo. De a poco va llegando más y más gente, todos en silencio. Produce alegría la llegada de la primer bandera roja. Y otra, y otra más. Estudiantes universitarios, una infaltable bandera del Che, un hombre con la remera de Madres de Ituzaingó, línea fundadora. Aplausos cerrados reciben a una Madre de Plaza de Mayo, que traspone el vallado. "¡¡¡Libertad, libertad, al mapuche por luchar!!!", gritamos y aplaudimos sin desmayo, hasta enrojecer nuestras palmas. "¡No estamos todos, faltan los presos!", es otro de los cantos. "¡Gobierno, tirano, el mapuche es mi hermano!", grita uno más allá, con todos sus pulmones. La consigna prende rápidamente, después aullamos como nos enseñaron hacían los pieles rojas. No es de muy buen gusto, pero alcanza para que la policía busque refugio dentro del edificio. "Helado, helado...", busca hacer su agosto un vendedor. Nadie se anima, pese a que todos los rostros transpiran copiosamente. Sólo una señora, algo alejada, saborea uno de fruta. Un cartonero se abre paso con su carro, a su lado camina una mujer esmirriada que nos observa con curiosidad. Un grupo de música autóctona comienza una canción, con sikus y bombos. El tema se estira hasta el infinito, circular, hasta que todos sabemos la letra, hasta que todos levantamos nuestros puños en el aire cuando dice "...se hace vida con el sol...". Una turista, o al menos lo parece, sigue el ritmo con el timbre de su bicicleta. Algunos desaforados golpean las vallas al grito de muerte al Estado. Un fotógrafo extranjero sonríe divertido ante esta mescolanza de música, gente danzando, estruendos metálicos e insultos de calibres varios.

miércoles, 11 de enero de 2017

La libertad

La perra camina con nosotros. Una perra-vaca, gorda, de pelaje blanco con grandes manchas marrones. Recién cuando se restriega bajo unas plantas percibo que tiene decenas de moscas sobre el lomo y los flancos. Parecen atormentarla ferozmente, en la playa hace un hueco en la arena y refriega el hocico dentro. Otras veces masca el aire o se revuelca en el agua. Las moscas resultan ser pequeños tábanos que también buscan nuestra sangre. "Bueno, ya", digo a la perra que hasta ese momento avanzaba pegada a mí. Algo en mi tono le advierte que no es más bienvenida, así como llegó desaparece sin que me dé cuenta, ¿dónde está, por dónde se fue?

Al día siguiente no es sólo ella quien nos sigue, sino dos perros más. Uno de ellos parece cruza con galgo, tan flaco que se le transparentan las patas. No puedo menos que compadecerme, hasta que llegamos a una zona de pastos. Allí se transforma en un chita, persiguiendo a los teros. ¡¡¡Tero, tero!!!, gritan bajando en picada sobre su lomo. Un búho coopera contra los intrusos, sumando su propio ulular. El perro flaco salta en el aire, gira, vuelve a emprender la carrera. La perra-vaca también corre, pero a su ritmo. Perros y teros participan de una danza circular que no deja de asombrar. En pleno vuelo, el búho gira su cabeza blanca para mirarnos.

Ya en la playa, la perra-vaca encuentra una cabeza de pescado que mastica a conciencia. A la vuelta, el perro flaco bebe de un charco de lluvia y dobla sus patas en el agua. Se incorpora refrescado. La luz del sol atraviesa sus patas.

La temperatura baja unos grados, ya no se ven moscas sobre los perros.