lunes, 29 de septiembre de 2014

Un domingo más

Rata

Las amigas anduvieron por mi puesto el domingo pasado, muy temprano. La morocha llevó un colgante y aspiraba también a unos aros. No me alcanza, dijo revisando su billetera. "Podrías hacerle un descuento, ya que te compra siempre", sonrió la rubia. Le expliqué que los colgantes deberían costar más, que mantenía el precio, pero no podía hacer descuento. "Si no, no gano... y no es justo", alegué como broche final. Bueno, te llevo el colgante ahora y los aros el domingo que viene, dijo la morocha. Cómo no, respondí entregándole la bolsita. "¡Feliz primavera, chicas!" Unos pasos más allá, la rubia dijo bien alto, como para ser oída: "¡Qué tarada, perderse una venta por diez pesos!"

Este domingo vuelven. La rubia se esconde (no hay otro término, realmente se esconde) tras la morocha, mientras la morocha explica que quiso ponerse el colgante y tuvo un problema con la cadena, ¿puedo yo arreglarla? Sin contestar encaro a la rubia, que mira para otro lado: "No me gusta que me digan tarada, además las cosas decímelas en la cara". "No te dije tarada, te dije rata", contesta la rubia. No sé qué ángel me retiene de putearla, sólo contesto: "¿A vos te gustan que te bajen el sueldo?" La rubia le dice a la morocha: "Te espero allá", señalando con el dedo la siguiente esquina.

Y yo me desahogo lindo: que esa mujer no puede andar por la vida insultando a la gente, que no tiene idea de lo que es trabajar en la calle, que yo hago las cosas con la mayor honestidad y amor posibles, que no es justo ser tratado de ese modo. "Tiene un carácter difícil", balbucea la morocha. Las manos me tiemblan tanto que no consigo arreglar la cadena. "Disculpame, no puedo hacerlo, estoy tan indignada que me tiemblan las manos". "Trabajá tranquila, vengo a buscarlo el domingo que viene..." Finalmente consigo pasar el colgante a otra cadena y entregarlo a satisfacción de ambas.

Después lo cuento y me saltan las lágrimas, claro. Hija de puta, cara de laucha matada a escobazos.

El violín

Y como estaba pronosticado, llueve. Poco hay para hacer, más que tapar el paño con un nylon y disfrutar la música en vivo a mis espaldas. Pucha que suena lindo, con violín y todo. "Voy a bailar una chacarera", dice Rosita, a la pasada. La sigo, no es cuestión de perderse el espectáculo.

Pero Rosita está ahí parada: "Si algún varón se anima..." Parece que no, hay que bailar delante de toda esta gente. Así que apechugo y cuando los músicos arrancan con otra pieza, salimos al frente. Bailo como puedo, como recuerdo, intentando disfrutar más del violín que de mi tropezada gracia (medio giro, murmura Rosa al cruzarnos). Me niego a andar zapateando, así que acompaño con un revoleo de pollera imaginada. Terminamos con un saludo de pañuelos también invisibles y nos aplauden -sospecho- la valentía.
Me entero por Rosita que lo bailado fue un gato.

Uy, no

En una de las escasas treguas que da la lluvia, ojeo la sección espectáculos del diario.
Uy, no, no. "Adiós a un músico con piques de más".


Falsa progresista

"Cuidado ahí, atrás tuyo", dice Sergio. "A tu derecha", especifica. Hay dos muchachos sentados algo más allá. Pinta feo, estoy desarmando y ya oscureció. ¿Qué hacen tan tarde, atentos a nuestros movimientos? Cómo le va, dice uno al notar mi mirada insistente. Caradura. Voy sintiendo más y más miedo, la calle se está vaciando y esos dos parecen tener todo el tiempo del mundo. Siguiendo un impulso, los encaro: "Chicos, sabrán disculpar pero sentados así... sin hacer nada y mirando hacia los puestos... dan toda la sensación de ser pungas". Ambos tienen los ojos rojos, uno esboza una sonrisa blanda. "No, señora, no se confunda, vivimos en la calle, pero nada que ver". Los miro de frente, grabándome sus caras.

-Yo les digo lo que parece...
-Tal vez tuvo malas experiencias...

"¡Varias!", grito de vuelta en mi puesto. A los pocos minutos se levantan y se van. Los encaré -le cuento a Caritas- ¿por qué tenía que estar con miedo?

Boluda, loca de mierda, racista y falsa progresista. Todo eso me dice Caritas. Que los tipos sólo estaban fumándose un porro. Que si hubiesen vestido camisita, no les decía nada. Que como los vi en las últimas, mi prejuicio acusó sin fundamento. Que no estoy sola, que hay cien personas más en la calle ("¿y sos vos la que quiere cambiar el mundo?")

No me cutzarides, debí haberle dicho. En lugar de eso, me alejé dolida.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Enamorate de la plancha



Enamorate de la plancha. No quiero olvidarlo, así que repito: enamorate de la plancha. Me dijo una señora que le dijo a su hija. "Pero a mí no me gusta planchar, má!" "Por eso, enamorate de la plancha, como si fuese tu marido". Pero no es mi marido, protestó la hija. La señora gesticuló en el aire mientras me contaba. "Vos encontrale la vuelta, encontrá algo que te guste de la plancha".

La hija de la señora trabaja con un tío, como camarera de un restaurant. "Antes de salir me doy vuelta para ver cómo dejan esa cocina cada noche. Parece la cocina de casa, má". A las ollas las sumergen en un tacho de cincuenta litros con algún químico que las deja nuevas. Y después las cuelgan a la vista.

Ud trabajó limpiando casas, no?, le pregunté a la señora. Sí, dijo ella. Y pude ver cubiertos relucientes, almohadas ahuecadas y pisos impecables.

Enamorate de la plancha (de cualquier tarea tediosa). Funciona.

martes, 23 de septiembre de 2014

Corazón ardiente

"Le voy a regalar un libro", dice Rodolfo. Es claro que así no va a venderlo, así que acepto gustosa. Leo en la contratapa rota: erídica, mi e más de la anorexia ner- rque creo que logra compren- erdad, ni tampoco (qué casualidad, conozco a alguien que padece anorexia nerviosa y hace sólo una semana hablamos del tema). Consulto la tapa. Vivir con Ana, de Alejandra C. Elliff Altarriba. Un libro sin mayores pretensiones, necesitado de un corrector, pero interesante en contenido. 

El capítulo XXII empieza así:

    Hay algo que quisiera decirles, me parece que es importante.
    Yo no me creo psíquica ni paranormal, pero como que a veces siento cosas. Me gusta pensar que somos energía, y que todos tenemos un aura. Con algunos se tiene más "química" que con otros, o más "feeling", porque las auras son compatibles. De chiquita me hice la idea de que cada uno tiene un espacio vital a su alrededor, sería como una burbuja que está ocupada por nuestra aura. Cuando se está bien de animo esa burbuja es amplia, expansible, los suficientemente fuerte como para mantener sus límites, sus fronteras, pero flexible como para poder ubicarse entre las burbujas del resto de la gente.
    En mis peores momentos era como si mi burbuja se hubiera reducido a un mínimo, y todo me afectaba y molestaba. "tenía la burbuja pinchada", le decía a Má. Pasar siempre desapercibida, como si mi aspecto no llamara la atención. Me creía siempre menos que los demás, que el resto de la gente era más importante que yo. Tampoco valoraba mi trabajo y esfuerzo, o no admitía tener algún tipo de don o facilidad  para hacer algo. Por ejemplo, me gusta dibujar y pintar, no me sale tan mal pero no puedo decir lo hago bien. Me cuesta mucho establecer límites entre modestia, humildad y arrogancia y fanfarronería.
    Un poco relacionado con esto y otro poco con el saber que era una piltrafa, hubo una época en que no quería que me tocaran, no podía permitir el mínimo roce. Era una "asquerosa", no admitía un beso, un abrazo. No quería que me notaran huesuda, tenía miedo a contagiarme de algo o no se, que me ensuciaran mi aura.
    A medida que fui mejorando esto se me paso, mi burbuja se fortaleció, para decir - Acá estoy yo, Alejandra.

De vuelta a casa, en colectivo, consigo ubicarme en el espacio destinado a la silla de ruedas. A un costado viaja un pibe de unos veintipico. Es de estatura corriente y manos delgadas, los dedos flacos aferrados al barral. Como no tengo mejor cosa que hacer, observo la terminación del cuello de su camisa. Y el pantalón, claro y clásico. De adentro de su mochila cuelga la manga de un pullover, por lo demás se ve muy correcto. Le suena el celular: "Ahora voy a la facultad, después paso". ¡A la facultad! Yo estoy volviendo a casa y hay gente que todavía tiene un trecho largo. El flaco se mesa los cabellos con desesperación y después cierra los ojos, tapándolos con la mano libre. Son gestos de angustia profunda que se repiten una y otra vez, además de chequear su celular de continuo. Qué le habrán dicho, tal vez tenga un familiar enfermo. Lo que sea, es evidente que le complica lo que resta del día... y la vida. El flaco se calza unos auriculares, en lo que parece un vano intento de evadir la realidad (sigue chequeando su celular cada dos minutos). Por algún motivo imagino que se va a acercar más a mi sitio, lo cual me va a dar oportunidad de decirle... qué? No puedo consolarlo delante de toda esta gente (la oficinista de traje y zapatos puntudos, el que escucha música con los ojos cerrados, la que envía mensajitos), estamos demasiado juntos. Como obedeciendo al destino, el lugar al lado mío se desocupa y el flaco se ubica acomodando su mochila. Le toco la manga. El flaco me mira y libera una oreja de su auricular. "Mi mamá es vasca -empiezo- y tiene un refrán que a mí me ayuda mucho..." Sí, dice el flaco. "Nunca se come tan caliente como se cocina". Hago una pausa, el flaco sonríe. "Si sirve de algo..." Gracias, dice el flaco. El resto del viaje intento pensar en otra cosa, no quiero incomodarlo. En un momento siento, tan claro como si lo estuviese diciendo, que precisa un abrazo. Señora, abráceme, conténgame. Se lo doy, claro. En silencio y sin mirarlo, "expando mi burbuja" hasta incluírlo. Viene a mi mente el corazón ardiente de Jesús, es realmente calor lo que generamos. El flaco se acerca a la puerta para descender, pero antes se da vuelta y hace un gesto mínimo con la cabeza. Respondo de igual modo, pura discreción.

martes, 16 de septiembre de 2014

Relatos salvajes

Relatos salvajes

Y fuimos a ver Relatos salvajes, al fin. A tres pesitos la entrada, pueden creer? Me gustó mucho, la recomiendo calurosamente.

Ahora veo posibles relatos salvajes por todos lados.

Por ejemplo, una señora toca el timbre en el colectivo. Se prende al timbre, en realidad. "Mirá que te toqué en la parada, ehhh???", dice irritada. El chofer la mira por el espejo y parece demorar lo suyo en detener el colectivo y abrir la puerta.

Por ejemplo, viajamos con una amiga en su auto. Otro automovilista le cierra el paso, mi amiga se adelanta y le hace un gesto obsceno por la ventanilla. No, no el fuck you, el otro.

Por ejemplo, un automovilista que va hablando por celular encierra al Hombre, que circula en bici. Igualados ante un semáforo, el Hombre increpa: "¡Hijo de puta! ¿Sos pelotudo vos, querés matarme?"

No podemos saber qué día está teniendo el otro. Puede ser un "Bombita", a quien la mujer acaba de comunicar que desea separarse.

Nadie muere en las vísperas (Menem dixit)

El tipo (usted, yo) enciende el motor y siente un poco de frío. Lo apaga y baja del auto para buscar una campera a su departamento. Cuando vuelve, no encuentra el auto. Está treinta metros más allá, hecho un acordeón, arrastrado por un colectivo sin control.



El templo

A veces hay situaciones insalvables. Esas que obligan a rezar: "Dios ayudame, estoy acá". ¿A qué templo acudir cuando ninguno da respuesta? Anoche pedí soñarla.

Y la respuesta llegó, clara y sonora: "El templo es el ahora". Este instante y éste y éste.
Buenos lugares para quedarse.

martes, 9 de septiembre de 2014

Cositas sueltas

De shopping

"Yo antes era muy shoppinera", cuenta Susana. "Primeras marcas, compraba Lady Stork, Ladybug, me vestía en Etam. Daba clases en la isla y hasta ahí me iba de tacos, era parte del trabajo, los chicos venían a abrazarme... a los chicos les gusta verte bien vestida".

Dice Susana, y a mí se me cruza la imagen de Evita.

"Hasta que un día me pagaron en patacones. No te miento, un fajo así, porque había cobrado también el aguinaldo. Y fui al shopping y no pude pagar ni un mísero café. 'Ustedes tienen que aceptarme este dinero, es moneda de curso legal, lo dispuso el mismo gobierno'. No hubo caso, nadie los quiso. Un shopping al que iba siempre, podés creer. Ahí me hizo como un click, me di cuenta de que yo sin guita no era nadie y pensé: '¿Qué estoy haciendo? Al final laburo para pagarle a otros...' y empecé a recortar gastos".

La historia es interesante, le pregunto cuáles.

"Tenía teléfono fijo y celular, me quedé con el celular. Tenía IOMA y la obra social de mi viejo (si vos seguías pagando podías mantenerla) y además me había anotado en el Británico porque quería experimentar una medicina de excelencia. Me quedé sólo con IOMA. Di de baja el cable".

-¿Pero tenés tele?
-Sí, miro canales de aire. Y escucho mucha radio. Sobre todo Radio Mitre, que será lo que será pero te bate la justa. Estoy muy informada, hay gente que no sabe que degollaron a un periodista.

Corté el gas, sigue Susana.

-¿Y cómo te las arreglás?
-Con un anafe.
-¿Y sos feliz?
-Estoy tranquila, no me preocupo por el saldo de las tarjetas, ni los resúmenes del Banco.

Las chicas de Starbucks son muy amables, comenta luego. "Te dan agua caliente, vos te traes un poco de café...".

Esta luz impiadosa

Qué vieja estoy, pienso mirándome al espejo. El público de la feria pasa y pasa, me mantengo en un segundo plano, después de todo quien debe lucirse es el puesto. Así y todo no puedo evitar condolerme: arrugas por aquí, arrugas por allá (arrugas de collar, me enteré que se llaman), un mechón de canas sobre la frente y esta luz impiadosa que resalta cada defecto. Bueno, después de todo estoy casi en mis sesenta, no está tan mal por ser una viejita.

Una linda vieja. Ya no hay conflicto.

Vacaciones

El Hombre se fue a Mendoza, tres días. Y yo me propongo aprovecharlos a full. A las cinco (¡!) de mi primer mañana sola, me levanto con el propósito de limpiar a fondo el baño. Su idea de la audacia era vestir un pantalón blanco. La frase, rescatada de vaya saber dónde, salta como Jack in the box mientras froto el lavatorio.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Adiós

No soy una gran conocedora del rock nacional, no lo mamé de chica ni conocí a mi pareja en ningún recital. Nunca vi a Los redonditos de ricota y si me apuran un poco, los confundo con Los ratones paranoicos. La mayoría de las letras del flaco Spinetta me resultan crípticas, olvido los títulos de mis canciones preferidas... y todo así.

Pero adquirí, hace bastante ya, 11 Episodios Sinfónicos.


Y este otro tema siempre me gustó especialmente.


Cuando Estela de Carlotto encontró a su nieto, le dije a una amiga: "Ahora lo único que falta es que Cerati despierte". Tan necesitados andamos de milagros. Como si no bastase una vida de artista, su mano en la de Lilian Clark retrasando el adiós.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Unos manguitos ahorrados

Uno tendría que tener unos manguitos ahorrados para cuando vienen estos monstruos. Digo, para no andar penando. "Uh, Chick Corea, la puta madre".

Con Spain como primer bis, el Gran Rex casi llegó al delirio; y tras una segunda despedida, la banda debió regresar para una última, con Armando's Rumba. Fin de un concierto que mostró que Corea mantiene intactas su pasión y su energía. 

https://www.youtube.com/watch?v=QKfsZVIzl2E

El 5 El Cigala, me cacho en dié.