jueves, 30 de mayo de 2013

Cocina casera

La cocina no es mi fuerte. Podría serlo, si le pusiese más empeño. Pero soy de esa gente que piensa que un tomate es un tomate, es decir, nada para andar triturando, hirviendo y molestando. Así y todo, de vez en cuando lo intento.

El dulce de limones de la casa paterna

Una casita modesta, enclavada allá en lo alto, con la mejor vista. Mi suegro fue inspector de los depósitos de la Dirección Nacional de Vialidad. Por tanto había viajado mucho, de Ushuaia a la Quiaca. Su lugar en el mundo, de tantos recorridos, terminó siendo Sierra de los Padres. La casita tenía un jardín, al fondo. Y en el jardín, además de un par de rosales que aún se sostenían, limoneros.

Qué mejor que llevar unos cuantos limones, hacer dulce y recordar un lugar de ensueño, no? No.
De vuelta en Capital, corté los limones (duros, verdes) en trocitos minúsculos. Les quité las semillas y agregué un kilo de azúcar. A fuego moderado, revolví la mezcla durante una eternidad, pero jamás pareció volverse mermelada. Lo máximo que conseguí fue una pasta marrón que se solidificó casi a punto de caramelo (resultó peor al enfriarse, había que sacarla del frasco clavándole un cuchillo).

El peceto acordeón

Con varios cortes transversales, y rodajas de ananá insertadas en cada corte. Lo preparé para una Nochebuena.

Duro, el peceto.
Seco, el peceto.

Precioso, eso sí, sobre una fuente de porcelana inglesa.

El pollo al limón

"Vos déjame a mí, se van a chupar los dedos". Se lo dije con arrogancia a una ex cuñada. No sé que pasó, tal vez me excedí con el limón, tal vez fueron las semillas. El caso es que ninguno de sus selectos invitados pronunció palabra. Recuerdo el silencio, y los cubiertos de Plata Lappas.

El borsch

La sopa de remolacha con crema. Una sorpresa para mi padre. Lástima que equivoqué el envase y utilicé yogur natural. Mi padre tampoco dijo nada. Ácida, demasiado.

La receta fácil

"¿Vos querés una receta fácil?", me dijo ya ni recuerdo quién. Y yo entré como un caballo. Consistía en tomar un pollo, ponerlo en una asadera y volcarle encima una lata de macedonia. Nada más. "Te queda como glaseado, porque el pollo se cocina en el almíbar. La pinta es genial, lo servís con las cerezas a un costado". Era también fin de año, compré apurada la última lata del estante del súper y puse manos a la obra.

Parece ser que hay diferencia entre una macedonia y una ensalada de frutas.
Del almíbar, ni noticias. El pollo hirvió lentamente en una sopa blancuzca, con gusto a nada.

El budín veloz de naranja

Ah, cómo compro esas palabras... fácil, veloz...

Quedó crudo en la base. El glasé no se formó. Creo que estropeé la licuadora.
Salteé un paso y metí la harina (montones de harina) junto con la naranja en trozos, el huevo, el aceite, el yogur y el azúcar. La licuadora hizo plofplof ploc, y un chispazo azul relumbró en la palanquita de la velocidad.

"Esto está gomoso", le digo al Hombre, mordisqueando una rebanada de budín veloz de naranja. Le he puesto Mendicrim, pero ni eso lo mejora.

-¿De dónde sacaste la receta?
-De Clarín.
-Lo que pasa es que no lo dejaste levar.
-No decía que lo deje levar.
-Clarín miente.

martes, 28 de mayo de 2013

...y la verdad es que yo quiero amar y ser amada

Del libro Reinventa tu cuerpo, resucita el alma de Deepak Chopra

LA HISTORIA DE JORDAN

   Soltar suele ser el último recurso, pero a partir de ahí puede suceder algo mágico. Ciertos poderes invisibles que nunca imaginaste pueden aparecer en tu ayuda.
   Jordan es una mujer de carrera, exitosa, cerca de los cuarenta años, y acaba de salvar su matrimonio cuando estaba a punto de resignarse a perderlo. "Mike no era mi alma gemela. No nos enamoramos a primera vista", dijo Jordan. "Nos conocimos en el trabajo y me pretendió durante un tiempo antes de que lo aceptara. Tuve que aprender a amarlo, pero cuando me enamoré de él lo sentí como algo muy real.
   "Un año después tomamos la gran decisión. Mike tenía veintinueve años y yo veintiséis. Estábamos enamorados, pero también nos sentábamos a hablar de lo que queríamos de nuestro matrimonio. De manera que cuando empezaron los problemas yo me encontraba con la guardia baja".
   "¿Cómo empezó todo?", le pregunté.
   "No sé con exactitud", dijo Jordan. "Pero Mike empezó a comportarse como mi padre, que es un hombre que jamás escucha y jamás se da por vencido. Me había casado con Mike porque me parecía exactamente lo opuesto. Mike era amable y abierto. Escuchaba. Pero después cambió. Empezamos a pelear mucho y yo me alteraba demasiado".
   "¿Te acusó a ti de haber cambiado?", le pregunté.
   "Eso le molestaba muchísimo. También que nunca le di suficiente espacio, según decía. Pero 'espacio' no significa aislarte durante horas trabajando y después hacerme a un lado cuando yo quería arreglar algún desencuentro. Mike me escuchaba un minuto, quizá dos. Pero me daba cuenta de que lo que quería era estar solo, regresar a la computadora y a los videojuegos".
   "¿Y qué hiciste entonces?", le pregunté.
   "No caí en la desesperación. Le dije a Mike que si nos amábamos tendríamos que ser capaces de pedirnos lo que necesitábamos emocionalmente. No soy una persona necesitada de amor, pero, ¡por Dios!, si tenía ganas de llorar no podía, o si quería que me abrazara casi no me hacía caso".
   "Quizá percibió la debilidad de tus emociones o las consideró una amenaza", le sugerí.
   Jordan estuvo de acuerdo. "A Mike le asustaban las emociones y no soportaba la debilidad. Se suponía que yo tenía que hacerlo sentir triunfador. Cualquier otra cosa le parecía una traición. Debí haberme dado cuenta de eso antes. Mike venía de una familia muy rígida donde nadie consideraba que demostrar sus pensamientos fuera algo positivo".
   "¿Has pensado en dejarlo?", le pregunté.
   "Eso sucedió una noche. Él estaba cenando mientras veía el fútbol. Independientemente de lo que le dijera, apenas asentía con la cabeza. Me puse de pie y le dije que apagara la maldita televisión. Respondió con una risita descalificadora. Pensé dentro de mí: 'No voy a convertirme en un cliché. Tengo toda la vida por delante'.
   "Tardé mucho en dejar de sentir lástima por mí misma. Pero había estado leyendo mucho sobre desarrollo personal y hubo algo en mis lecturas que me impresionó: acepta la responsabilidad total de tu propia vida".
   "¿Qué significó eso para ti?", pregunté.
   "¿Qué no significó?", dijo Jordan negando con la cabeza, "que todo era mi culpa. Me sentí motivada a ver las cosas de manera más positiva. Yo era la creadora de mi propia vida. Si quería que mi vida cambiara, contaba con los medios en mi interior. En cuanto dejé de tener lástima por mí misma, me di cuenta que esto era una prueba. Mike se encontraba en la negación total. ¿Podía yo sola salvar el matrimonio? Eso sería un gran triunfo. No lo consulté con Mike ni con nadie. Emprendí mi proyecto secreto y personal".
   "¿Y qué hiciste?"
   "Había aprendido un nuevo término: 'mente reactiva'; es la manera en que uno funciona cuando reacciona constantemente ante otras personas, lo cual les da poder sobre uno. Cuando Mike oprimía mis botones, discutiendo sobre quién tenía razón y quién no, yo no podía evitar reaccionar. De niña, al ir creciendo, mi madre tenía sólo dos formas de manejar una situación difícil. O trataba de arreglarla o la aceptaba. Hay una tercera opción, que es retirarse hasta que uno pueda enfrentarla. De modo que en vez de enojarme con Mike, de atacarlo o quejarme, me mantenía serena, y en cuanto era posible me retiraba para estar conmigo misma".
   "¿Qué hiciste después?"
   "Procesé mis sentimientos conmigo misma. La mente reactiva es rápida en responder, pero cuando tu primera reacción queda eliminada, hay espacio para que aparezcan otras reacciones. Examiné el enojo como algo mío, no por culpa de Mike; la lástima por mí misma surgía de mí y no de lo que Mike me hacía. Cuando Mike y yo peleábamos, todo giraba en torno a defenderme a mí misma, pues él no soporta perder. Lo más importante de aprender a mirar dentro de uno mismo es que uno deja de actuar a la defensiva".
   "¿Cómo reaccionaron tú y tu esposo?", pregunté.
   "Al principio a Mike no le gustó que yo me retrajera. Pensaba que por no involucrarme en el pleito estaba actuando con superioridad. Pero eso duró poco. Después de trabajar con mis sentimientos, regresé hacia él y le gustó el hecho de que no regresara ni con resentimiento ni con frustración contenida".
   "Cuando dejaste de tirar de tu extremo de la cuerda", le dije, "se acabó la lucha del tironeo".
   "Fue una lección dura, pero sí. Aprendí también que lo que deploramos de otros es lo que negamos en nosotros mismos. Aborrecía que Mike llegara a casa y enseguida empezara a quejarse de que quería comida caliente y una esposa amorosa, que era lo que yo no le estaba ofreciendo. Me sentía atacada. Pero luego me pregunté a mí misma si no estaba atacándole pasivamente al no ofrecerle esas cosas. Lo estaba desafiando, lo cual hacía que mi ego se sintiera bien, y a lo único que condujo fue a una vida de hostilidades".
   "¿No estarás diciendo que rendirte ante Mike fue la solución, o sí?", pregunté.
   "De cierto modo, sí, eso es lo que quiero decir", dijo Jordan. "Me rendí, me di por vencida. Pero lo positivo de eso fue que primero llegué a un lugar de mi interior en donde la rendición no era un fracaso. Rendirse puede significar que has perdido la batalla. Pero también puede significar que te estás rindiendo al amor en vez de al odio". Se rio. "Bueno, apretaba los dientes las primeras veces que recibía a Mike en la puerta con un beso y el aroma de pan recién horneado en la casa. Pero de verdad, en muy poco tiempo me sentí muy bien conmigo misma".
   La misión de Jordan para rescatar su matrimonio se desplegó de muchas otras maneras, pero había ya cubierto la parte crítica, aprender cómo soltar. Esto constituye más que la estrategia de una relación, puesto que tiene que ver con un cambio personal profundo. Te liberas a ti mismo de las reacciones dependientes del ego (lo que algunos llaman mente reactiva) y permites que los eventos se desplieguen sin un programa preestablecido. Los riesgos pueden ser aterradores. Todos tenemos una voz interior que nos advierte que la rendición es un signo de debilidad. Jordan había dominado el miedo que surge de tales situaciones. Le pregunté si las cosas habían llegado a causarle miedo.
   "Eso es lo maravilloso de salir hacia el otro lado", me dijo. "Nadie sabe el terror que se atraviesa. Sólo alguien que ya lo ha vivido sabe lo difícil que es tener la fuerza necesaria para arriesgar tu concepto de orgullo y tu imagen personal de mujer a quien nadie va a pisotear".
   Estuve de acuerdo. Las connotaciones negativas de rendirse están grabadas en nosotros. No sólo nos parece lo mismo que perder la batalla, sino que también rendirse significa debilidad y falta de respeto. En este caso especial, la rendición de la parte femenina ante la masculina, pone a ondear todas las banderas rojas imaginables.
   "¿Fuiste consciente de eso?", le pregunté a Jordan.
   "Claro que sí. Tuve muchos conflictos conmigo misma, muchas dudas personales. Pero la conclusión es que no me estaba rindiendo ante Mike. Me estaba rindiendo ante la verdad, y la verdad es que yo quiero amar y ser amada. Estaba asumiendo la responsabilidad de mi verdad, que te llena de poder si lo logras".
   Jordan está orgullosa de haber superado todas su resistencia interior y su orgullo se justifica. Su matrimonio quedó intacto y ha florecido en un amor mucho más seguro que el que conocía antes. La parte que nadie conoce, el verdadero misterio, es que cuando ella cambió, todo cambió. Su esposo dejó de hacer todo lo que a ella le molestaba. Empezó a verla con otros ojos, como si estuviera redescubriendo a la mujer de la que se enamoró.
   Jordan no tuvo que pedirle que lo hiciera, simplemente sucedió. ¿Cómo? Para empezar, existe una conexión profunda cuando dos personas se aman. Sabemos por instinto si esa conexión funciona o está rota. La conexión debe restaurarse a un nivel profundo, en un lugar donde no llegue el ego. Aquí es ineludible el elemento del alma pero, ¿por qué tendría que cambiar otra persona o toda una situación, sólo porque tú cambias? Si cada uno de nosotros poseyera su alma como propiedad privada, el cambio sucedería en una persona a la vez. Pero el alma ilimitada nos conecta a todos. Su influencia se siente en todas partes. De manera que cuando cambiamos nuestra conducta a nivel del alma, toda la coreografía debe cambiar junto con nosotros.

lunes, 27 de mayo de 2013

Un buen escritor, definición

La ceremonia

Paco me abre la puerta del bar, cerrada con llave. Es para evitar que se le instalen los borrachos, son poco más de las siete. El único mozo no ha llegado todavía, así que luego de una corta espera es Paco mismo quien sirve. Primero deposita a mi izquierda el plato con las tostadas. Se ven doradas, acomodadas en una pirámide, pero más me llama la atención la delicadeza del gesto. Raro en Paco, que además de ser el dueño es algo huraño. "¡Perfectas!", no puedo menos que decirle. Paco sirve el café de una jarra de acero dejándolo caer en forma intermitente, aunque permanezco callada, sabe hasta dónde llenar la taza antes de agregar la leche. Adivino en él a un mozo de años, tal vez en algún viejo bar de Avenida de Mayo. Lo suyo es mucho más que un simple despacho, lo suyo es una ceremonia de salutación a la mañana.

El mozo, que recién ahora hace su ingreso, me saluda sorprendido. Minutos más tarde deja a un costado el vaso con soda que Paco -comerciante al fin- omitió traerme.

El ego del tipo

El hombre -¿venezolano, ecuatoriano?- se detiene frente a mi paño con su mujer e hija. Pero no para ver mi mercadería, sino la del puesto al costado. La mujer duda... que la remera blanca, que la negra, que la chica, que la grande. Aguanto diez largos minutos antes de pedirles que por favor se corran, que me tapan el frente. Para qué. Yo soy una grosera. Una grosera, sí, y una maleducada. Una mala vecina, además. Porque "éste es un espacio público y si yo quiero me quedo aquí seis horas". Y además quién querría detenerse ante mi puesto. El hombre sigue y sigue, por más que le explique que los frentes son como nuestra vidriera.

-¿Y dónde quiere que espere?

Señalo con ambas manos el espacio contiguo, ya exasperada.

-¡En el puesto de ella!
-Ud es una maleducada.
-Me parece que el maleducado es ud, se lo pedí de buena manera y mire cómo reacciona.
-No, la maleducada es ud.
-Está bien, como ud diga.

Mi compañera, a todo esto, parece crucificarse con una remera abierta entre los brazos. "No me hagan perder ventas a mí, yo qué culpa tengo...." "No, no es por ud, sino por la mala vecina que tiene", etc, etc. No compran nada, la mujer no parece decidida. Antes de irse, el hombre lanza un último lástima la vecina que tiene, yo por mi parte agradezco su amabilidad y le deseo una buena estadía. Alcanzo a ver el gesto de la mujer ("vamos, vamos") tomándolo del brazo para alejarlo.

Me siento junto a Dani, el librero anarquista. "Qué vena me hizo agarrar un tipo, recién. Se paró con la mujer y la hija frente a mi puesto, tapando todo el frente...", y le cuento la historia.
Dani entiende.

-Yo a veces tengo que decir: "Muchachos, por qué no se paran a charlar en otro lado, que me tapan el puesto".
-En tantos años de feria es la primera vez que me pasa, la mayoría de la gente dice "Disculpe, no me di cuenta". Qué loco, no? El ego del tipo. Yo le hubiese dicho eso mismo a cualquiera, pero él lo tomó como algo personal.

Una señora levanta algo de mi paño, me alejo a atenderla. Al rato vuelvo con Dani.

-¿Viste que te hablé del ego del tipo? ¿Y qué pasa con el mío? Hace veinte minutos que estoy rumiando el tema...

Dani me convida rebanadas de banana frita. "Ah, ¿de la africana?" Saben bien, sequitas y crujientes. "Es negra, no sé si africana".

Un buen escritor

"Che, pasame el Página que quiero anotar algo". "¿Qué?", pregunta Dani.
"Una definición, está muy buena..."

Es de Benjamín y figura en El arte de narrar: "Un buen escritor dice exactamente lo que quiere decir". Lo anoto en mi cuaderno Gloria de 5 hojas (el resto de las otras 24 fue arrancado vaya saber cuándo y con qué fines).

-Por más que el escritor diga lo que quiere decir, el lector después interpreta lo que él quiere.
-No si el escritor es claro.
-No sé, el otro siempre va a poner su propia historia en medio. Había un sketch con Henny Trayles y Jorge Luz, donde ella hacía de crítica y él de cineasta, como si te dijese un Bergman...
-Ajá.
-Ella interpretaba sus películas y siempre la chingaba. Ponele que le decía "Ud en esa escena pasó del color al blanco y negro para sugerir la pérdida de la alegría" y él le contestaba "¡Nada que ver! Justo ahí se me terminó el rollo a color y seguí con lo que tenía a mano".
-Sí, una vez le preguntaron a Quino por qué dibujaba al papá de Mafalda arrodillado entre sus macetas, si simbolizaba con eso su deseo de volver a la naturaleza... Y Quino contestó que si no lo dibujaba así, no le entraba en el cuadrito.

lunes, 20 de mayo de 2013

No hay papeles secundarios



"Ayer vi una película hermosa", empiezo. Cual, dice Mónica que teje al lado mío. "Una con caballos y jockeys", respondo sabedora de que no voy a recordar un solo nombre. Lo intento, de todas formas.

-El dueño del caballo es el de La lista de Schindler.
-Ah, sí... Liam Neeson.
-Ese, un actorazo.

Mónica baja la voz hasta volverla un murmullo conspirativo: "Está re fuerte, aparte".

-Sí, está fuerte. El entrenador es otro que no me acuerdo cómo se llama, un duro. El jockey es un chico de ojos claros, está ciego de un ojo, imaginate.
-Uh.
-Pero el que se come la película es uno de los malos de Fargo, ¿viste Fargo?

Mónica cuenta los puntos.

-Sí, pero no me acuerdo de los malos.
-¿No te acordás que secuestran a la mujer del protagonista, que había uno feo, con bigote anchoíta?
-No, no me acuerdo.
-Bueno, el malo de Fargo acá hace de locutor de radio, transmite las carreras desde el hipódromo. No sabés, con corbata moño, tocando una cornetita antes de cada corte y un xilofón cuando termina... Hay una rubia que lo acompaña y fingen que la entrevista entre la muchedumbre, la mina hace el ruido del viento ante el micrófono y él le tapa la boca para que no siga. Es genial, Ding Dong no sé cuánto, se llama.
-Eso demuestra que no hay papeles secundarios.

Hace frío, cae una lloviznita pertinaz y molesta.

-La película está buena porque te podés identificar con el caballo.
-Ja.
-En serio. Un caballo de poca alzada, de buenos padres, eso sí. De joven le gustaba echarse en el pasto, al sol, durante horas. El entrenador de aquella época pensaba que era haragán. Entonces lo usaba para entrenar a otros caballos. Lo hacía correr y perder cuando iban cabeza a cabeza. Cuando por fin pudo participar de una carrera la perdió, porque era lo que estaba acostumbrado a hacer.

Mónica no dice nada. "Entonces ahora hay que reentrenarlo, porque se olvidó de cómo ser caballo. Y la manera de conseguirlo es dejarlo galopar todo lo que quiera, hasta que se detenga solo. Y el caballo se lanza a correr y corre, y corre, y corre... cada vez más rápido". Le alcanzo un mate, cuidando de no quemarme. "Qué lindo es cuando los bichos corren en libertad". "Sí".
Le cuento que el caballo se corta un ligamento, que el jockey por su parte se quiebra una pierna en doce pedazos y que, como corresponde, vuelven a correr juntos y ganan el Premio Santa Ana. Que yo sabía que iba a llorar y lo anuncié: "Voy a llorar". Que mi compañero eligió los últimos minutos de proyección para cruzarse frente a la pantalla y preguntar algo tan doméstico como "dónde querés que ponga la funda".

Adrián se acerca a media tarde. "Cómo es que se llamaba el actor éste que la hija también es actriz, uno rubio..." "¡Ah! Vení...", lo tomo del brazo y me acerco a Mónica. "Mónica, escuchá". Y a Adrián: "Decile". Adrián empieza de nuevo: "No, le preguntaba a Maia cómo se llama el actor éste que tiene una hija también actriz, uno rubio..." "¡Bienvenido al club!", se entusiasma Mónica. Lo miramos regocijadas. "Éste, que actuó en...", sigue Adrián, sin encontrar las palabras. La sonrisa de Mónica es tan ancha como la mía.

jueves, 16 de mayo de 2013

Soltar

Solemos hablar de "mi alma", empieza Deepak Chopra uno de sus capítulos. Lo leo pensando que nos introduce al tema de que somos seres espirituales con una experiencia física, de lo que se deduce que no deberíamos decir mi alma (algo que tenemos, como el cuerpo o la mente), sino yo (algo que somos).

Pero no, la cosa va más lejos. Si yo tengo un alma, podría perderla. Podría regalarla. Podría ponerle precio. Podría saber dónde se ubica. Podría compararla con la de alguien más. Si el alma puede perderse o salvarse, ser bendecida o condenada, se convierte en objeto.

"En lugar del alma que posees, lo cual es un mito, hay un alma ilimitada que existe en todas partes. El alma es básicamente un nexo con el universo. Consiste en conciencia pura, materia prima que forma tus pensamientos, sensaciones, deseos, sueños y visiones. Piensa en el blanco, el color más puro. Ante nuestros ojos el blanco no se ve como si todos los colores derivaran de él. De hecho se podría suponer lo contrario, que no se le puede extraer ningún color, dado que el blanco en sí carece de color. La conciencia pura llega incluso más allá. No constituye un pensamiento, pero todos los pensamientos emanan de ella. No es una sensación, pero todos los sentidos derivan de ella. De hecho la conciencia pura se ubica más allá de cualquier experiencia en el espacio y el tiempo. No tiene principio ni fin. Nada puede atarla ni cercarla, como tampoco fue posible acotar la erupción de energía del Big Bang, porque la influencia del alma se extiende a toda la Creación. El alma ilimitada fluye hacia tu interior, a tu alrededor y a través de ti. De hecho es tu yo real porque constituye tu manantial.
Me parece que las religiones comenten el error de personalizar el alma como "mía" o "tuya", porque el alma ilimitada -igual que el Dios infinito- abruma a la mente. Se necesitaba algo más manejable. De ahí el Dios personal sentado por encima de las nubes que mira a sus hijos en la Tierra, a quienes les ha conseguido un alma personal que cabe perfectamente dentro de su corazón. Reducir el alma a un artículo de propiedad privada la hace más fácil de manejar pero distorsiona la realidad. Tratemos de recuperar la realidad. ¿Puede cada uno de nosotros resultar tan ilimitado como su alma? Me parece que sí. Hacia esa meta es exactamente donde nos conduce nuestro viaje. Si vivir amurallados nos ha creado limitación y sufrimiento, la única alternativa es salirse de las murallas. Ahí es donde se cambia el sufrimiento por la libertad, ahí es donde se encuentra la verdadera satisfacción. El alma ilimitada no puede perderse ni salvarse, Dios no puede negarla ni desahuciarla, porque Dios está hecho de la misma conciencia pura".

Dejo el libro a un costado. Que lo tiró, es el famoso Todos somos Uno. A mí, que me cuesta prestar los libros, me viene a decir que suelte el concepto de Mi Alma. Mi alma hermosa y prístina y lustrada. Con lo que me costó pulir esta alma mía, ahora resulta que viene siendo un rejunte con otras almas, parte de una sopa cuántica, amorfa y cósmica (quiero mi dinero, yo pago mis impuestos).

¿Qué me das a cambio, Chopra? Ja, la conexión, dice. Se vende bien, el tipo.

lunes, 13 de mayo de 2013

Estos días

Lanata

'ta que los parió, las cuatro de la mañana. "¡Leo!", grita la chica, y después anuncia no sé qué cosa. Están Leo y otro amigo, que se ríe fuerte con un jejeje. "Danos un mango, por favor, por lo que más quieras!!!", aúlla la chica a un automovilista. Supongo yo que a un automovilista, están los tres en la esquina. Los gritos y las risotadas siguen y siguen durante una hora más, qué fastidio. ¿Sabrá esta gente que hay vecinos que intentan descansar, que se levantan temprano a estudiar, que trabajan los fines de semana? No parece importarles, son dueños de la calle. Cada respuesta a sus reclamos despierta comentarios y risotadas. Un automovilista pisa el acelerador, parecería que va a correr una picada o tal vez sólo pretenda espantarlos. "...blablabla, bla, bla, bla, Lanata", escucho desde mi cama. Y después "...boluda, BOLUDA!!!!" Se hace un minuto de silencio. ¡¡¡LANATA!!!, vocifera Leo en la esquina. "Jejeje -acota el amigo- aguante Macri".

El año que vivimos en peligro

¿Qué era, un libro, una película? No sé, pero la frase acude a mi cabeza: el año que vivimos en peligro. Hay un muchacho colgado del pasamanos, en medio del colectivo. Lleva puesta una campera de mujer. La campera es del color que tanto me gusta -mezcla de verde agua y arena- y lleva capucha con piel al tono. Una buena campera, cara. Un poco deslucida, si se mira bien. Le va corta de mangas, en el antebrazo levantado alcanza a verse un tatuaje. Qué raro, un pibe con una campera tan innegablemente femenina.
Lo estudio como puedo, por entremedio de la gente. Tiene alrededor de veinte años y la cara muy flaca. Hambreada, casi. Lleva en la mano una botella chica de Fanta, a medias llena de un líquido que no es naranjada. ¿Agua? ¿Gin? Es escalofriante. Por la capucha puesta (la cara angulosa enmarcada por la piel verde agua), por la botella que no contiene lo esperado, por el tatuaje tumbero que asoma bajo la manga demasiado corta. Empiezo a tener miedo, un miedo animal.

El pibe guarda la botella -siempre sin descolgarse del pasamanos- en el bolsillo de la campera y hurga en el de su pantalón. Desde mi asiento alcanzo a ver la trincheta antes de que su mano se cierre, escondiéndola. Ay Diosito, que se baje antes que yo. El pibe se ubica al costado de la puerta del medio y no se baja. El colectivo avanza, giro la cabeza, él sigue firme ahí... y yo me acerco a mi parada. No queda otra que levantarse. "Permiso, permiso...", le pido a la gente mientras lucho con la valija y el bolso. A medio camino cambio de idea y vuelvo a molestar en sentido contrario. "Bajo por adelante porque no me gusta la facha del flaco al lado de la puerta... además tiene una trincheta en la mano", anoticio al chofer. El chofer (tanto o más joven) mira por el espejo y asiente, mascando chicle. "Igual se va a bajar acá", me dice. "Sí, pero yo bajo en la otra". Es un alivio ver en la vereda al flaco de la campera verde, un alivio que el colectivo me aleje de él un par de cuadras. Así y todo no las tengo todas conmigo... ¿qué son dos o tres cuadras para un desesperado? El camino a casa es tan largo como oscura la calle. Con el corazón apurado, recupero el aire recién en el ascensor.

El Hombre escucha la historia con un ojo puesto en la definición de vaya a saber qué partido. Igual (será el gesto serio, será cierta pena) sé que entiende.

jueves, 9 de mayo de 2013

To the shore of the sea

Alguien pasa un recomendado en Radio Nacional. La voz es hermosa, me recuerda a otra cantante. ¿Cómo era que se llamaba? Tenía un tema tan bueno, ese del mar. ¿No será la misma? Escribo -primero rápido sobre una servilleta, y luego en el buscador de Google- espanta su mal ven canta. La misma que viste y calza.


 
 
El tema recuperado se llama To the shore of the sea, y ella es Francesca Ancarola. Una copa de tinto después, me acuesto a dormir la siesta. Antes canto: "...a la orillita del mar, yo vengo a llorar mi pena, yo vengo a llorar mi pena, a la orillita del mar..." No conforme con eso agrego palmas, la vecina que piense lo que quiera. 
 
 
 
 
 

lunes, 6 de mayo de 2013

Domingo en San Telmo



El artesano -alto, flaco, serio- lleva a la vista sus aros de calabaza. Paga su boleto y me saluda con un cabezazo. Poco más que eso, sólo un reconocimiento. Es domingo de mañana, siete y monedas. Nos bajamos en la misma parada, de su mochila también cuelgan prendedores. Camino por la vereda cargando el bolso y arrastrando la valija, la idea es desayunar en una conocida pizzería. "Vamos, vamos, dale!!!" El grito es imperioso. "Dale!!!!", repiten. Corridas en la calle y por la vereda misma. Todo es confuso, más sin anteojos. ¿Banditas que se pelean? Un pibe se sienta en el cordón de la vereda, aturdido. Se acuesta boca arriba y estira los brazos hacia atrás, cuando paso a su lado intenta atraparme el tobillo. Lo esquivo y pienso si de verdad quiero seguir avanzando.

Siguen las corridas y los gritos, qué es eso al costado... ¿manchas de sangre? Parecen. Más allá, vidrios rotos y un reguero de vino tinto. Me detengo. No tengo miedo, no todavía, pero la prudencia me aconseja volver sobre mis pasos. Frente a mí avanza el pibe que dejara atrás hace unos instantes. Viene zigzagueando, borracho perdido. "Es con respeto, señora...", dice, y estira su mano hacia mi brazo. Apuro el paso todo lo que la valija me permite, cuando miro hacia atrás, lo veo aferrado al tronco de un árbol. Es un ejemplar joven y flexible, el pibe lo comba hasta casi hacerlo tocar el empedrado y lo vuelve a su lugar, como en un juego. Los gritos se vuelven lacerantes, es un alivio doblar la esquina.

Qué lejos está la avenida. Me cruzo con dos chicas. La minifalda de una de ellas se me antoja peligrosa, para alertarlas uso palabras como bardo y quilombo. Después de todo, ¿qué otras caben? Por fin, Independencia y un kiosco de diarios.
"¿Tenés cambio de cien?" "No, disculpame, todavía es temprano". Cuando bajo por Defensa, un patrullero llega a toda velocidad haciendo ulular la sirena. Frente a la pizzería (esa a la cual no pude llegar sin rodear la manzana) hay una ambulancia. Ingreso al local, nadie habla de otra cosa. Le pegaron feo, lo sacaron duro. Los mozos observan azorados, pegados a las ventanas.
Pobre pibe -dice la kiosquera de enfrente que sí tiene cambio- le dio un ataque de epilepsia. Qué pasó, pregunto. Empezaron a pelear y a tirar adoquines contra el boliche de allá, rompieron el vidrio y un adoquinazo le dio en la cabeza a este chico, le tuvieron que poner una cuchara en la lengua para que no se le vaya para atrás. Estaba muy mal, amplía su ayudante. Y repite lo que todos dicen: estaba duro. La kiosquera atiende nerviosa, no es para menos, tan cerca todo de su puesto. Otros tres patrulleros entran de contramano, hay más corridas de algunos rezagados y gente reunida en las esquinas.

Yo también estoy nerviosa. Llamo a casa y cuento lo que pasó, el Hombre le encuentra enseguida la explicación social: seguramente no los dejaron entrar al boliche. No sé, qué sé yo, las medialunas más ricas de San Telmo saben a poco esta mañana. Media hora más tarde, me cruzo con el artesano serio. Está con sus compañeros. Uno de ellos habla con su perro. "Dale, vamos!!!" Parece cruza con salchicha, una cosa larga, peluda y adorable. Tiene puesto un collar y olisquea la rejilla en la vereda, es tan cachorro que apenas si logra caminar sin tambalearse. "Dale, vení, vamos..."
Levanto la valija, el adoquinado es malo para las ruedas.

viernes, 3 de mayo de 2013

Elegir




Vez pasada (el domingo pasado, para más datos), se detuvo una coreana ante mi puesto. Coreana, china, japonesa, vaya uno a saber. Jovencita, le acerqué el espejo para que eligiese tranquila. Se tomó unos veinte minutos entre un par de aros y otro, y otro más... cuando se arrimaron otras tres mujeres, se fue sin comprar nada. Bué, me dije, "venta diferida, venta perdida".

Hete aquí que la coreana volvió horas después, acompañada por una amiga. Mamita querida, el tiempo que se tomó esta mujer. Se miraba un aro, se miraba otro. Dejaba esos y tomaba un tercero. Consultaba a la amiga, que le habrá dicho en coreano que todos le quedaban bien. Me empecé a impacientar, entré a revolver en mi bolso como quien dice: "Bueno, ya, sufí". Y nada, las minas ahí. Las dejé solas para ir al baño (previo pedirle a un compañero que me mirase el puesto), cuando volví seguían firmes en su sitio. "Quiero llevar el mejor", intentó explicar la chica. "Es sólo un par de aros, no un novio", respondí desde la intemperancia.

Entonces el cielo me castigó con una gran cagada de paloma: plaf! Y la mancha verde en medio del paño. Fuera de un cuchicheo y alguna risita, las amigas siguieron en el duro trance de elegir... ¡un par de aros! Volví al baño a buscar agua. A la vuelta, como si no estuviesen, empecé a frotar la mancha. Finalmente exploté: "¡Chicas, no pueden tardar tanto!" Recordando que no hablaban español, expliqué a lo bestia: "¡I'm loosing money!" y las invité, con gesto imperativo, a ubicarse detrás del puesto. Para entender mi reacción, hay que imaginar un río de gente fluyendo en horas pico, de Plaza de Mayo a Plaza Dorrego. Dos mujeres tapando el frente de un puesto durante media hora, realmente quitan venta. ¿Se ofendieron? Qué va, siguieron un rato más... que un aro, que el otro, que éste, que aquel. Cuando finalmente la coreana dijo: "I take this one", hice la V de la victoria.

Días después le conté a una amiga, también compañera de feria.

-Me ha pasado, es terrible, cómo debe sufrir esa gente. Un día le dije a una: "Fijate, si tanto te cuesta cada decisión deberías consultar a un profesional... de veras te digo".
-¿Así le dijiste?
-Es que es cierto, Maia. Lo más lindo del caso es que ni siquiera se llevan lo que les gusta.

Suelo escuchar a Dady Brieva, por Radio América. Hoy sostenía que es más importante lo que se siente, que lo que se piensa. Es probable, el corazón elige más rápido.