lunes, 7 de noviembre de 2016

En la feria


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Dani, el librero anarquista, cuenta de la vez que fueron con Caritas al club de barrio y estaba el loco de siempre. El loco se presentó como loco y ahí estaba Caritas diciendo: bueno, todos estamos un poco locos. "Yo me quedaba callado, porque lo veía venir", sigue Dani, habitué del lugar. El loco dijo sí, pero yo estoy loco en serio y Caritas de nuevo: claro, pero quién no está un poco loco, todos tenemos nuestras cosas... El loco entonces sacó sus papeles de loco y los arrojó sobre la mesa, como para corroborar sus dichos. Yo casi me muero, dice Dani. Y qué papeles eran, curioseo. "No sé, el certificado médico, el del psiquiatra".

El tema ahora es Greta Garbo, Nora le ha prestado a Nelly la película Mata Hari y quiere saber si le gustó. "La mina tiene buena cara, pero camina toda torcida, yo la vi y pensé ¿qué le pasa a esta mujer?". Nora ríe. Nelly camina moviendo los hombros con exageración. "No me digas que no camina así". Intervengo para decir que recuerdo haber leído que Greta Garbo tenía pies grandes, que incluso nunca se los filmaban. "En esa época no sería fácil conseguir un 41 o 42, por ahí andaba con zapatos que le apretaban y caminaba raro porque le dolían los pies". Nelly descarta mi teoría con un gesto, así sin más. "Andá..!", dice y mira para otro lado como siempre que supone que la estamos cargando. Pero hablo en serio. Observo sus pies de nena, es lógico que no entienda de qué hablo. La teoría de Nora es otra, baja la voz como si la Garbo misma pudiese oírnos: "Se decía que era lesbiana, en esa época debe haber sido dificilísimo". Todo es en esa época esto, en esa época lo otro. Sergio acota que en esa época se caminaba torcido. Dani, enterado del asunto, se acerca con su renguera de siempre: "Que conste que yo camino torcido y no soy lesbiana". Y me explica que el término garbo surgió a partir de la actriz.

Hace calor, demasiado. A pesar de haber tomado litro y medio de agua, a media tarde me siento desfallecer. Cuidame el paño que voy al súper, le digo a Sergio. Avanzo por la vereda para ganar tiempo, por detrás de los puestos. En la cuadra siguiente, me corta camino un feriante. "No se puede pasar", dice. Enarco las cejas. "Está en trabajo de parto", amplía. Detrás suyo alcanzo a ver una mujer sentada, más bien apoltronada, de piernas abiertas. Lleva calzas, y un abdomen a punto de estallar. Me desvío a la calle y veo cómo ahora intentan protegerla de miradas indiscretas con una pañoleta floreada, de las mismas que venden. Otra mujer intenta un llamado por celular. Qué curioso, tanta gente pasando distraída, mirando mates y collarcitos de cerámica... Y ahí mismito, tras un telón de gasa y para quien esté atento, la vida en su máxima expresión. En el súper no hay tanta gente como supuse, compro la última Cepita y espero para pagar con el cartón apoyado en mi mejilla. Cuando vuelvo no hay rastros de la parturienta, tal vez la refugiaron en los fondos de la parrilla al paso, tal vez ya la trasladaron. Pienso en el bebé o la beba, feriante de la primera hora, vaya que sí.

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