viernes, 3 de julio de 2015

Compartiendo

El accidente que no fue

El 55 dobla en Rivadavia en una mañana como cualquier otra, salvo por el grito del hombre al lado mío. El colectivero clava los frenos. Así, juro que es apenas ésta la distancia que separa al colectivo de un padre con sus dos chiquitos. El padre observa incrédulo al chofer que se le ha venido encima, la expresión de los nenes (¿qué tendrán cuatro, cinco años?) es de pavor. Uno de ellos arrastra una mochila infantil. Qué cerca estuvo. "Tienen prioridad de paso, los peatones...", no puedo menos que decirle al chofer. "¿Y cómo quiere que vea?", me responde. Miro hacia donde señala, al menos cinco pasajeros se agolpan apretujados.

No hagan esto en sus casas

Me levanto en medio de la noche para ir al baño y de paso desenchufo el celular, ya se debe haber cargado. Lo enciendo y leo un mensaje, todo esto mientras reingreso al dormitorio.

Señores, no es posible avanzar a oscuras, atentos a la pantalla de un celular... y esquivar al mismo tiempo la moldura de un placard. "¿Qué te pasó?", escucho desde hace dos días. Nada, soy boluda.

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