martes, 26 de noviembre de 2013

Prejuicios y certezas

Le orinaba en la nuca para refrescarlo

Se ve que ando riendo fuerte, el muchacho me pregunta si está bueno. Sí, respondo. Trata de un esquimal que debe abandonar a su suegra en una zona helada, a la espera del Gran Hermano Oso. Pero le da prurito... aquella vez que se resfrió por salir desabrigado, ella le prodigó los mejores cuidados. Leo en voz alta: "Le pegaba brutales golpes en la espalda con un besugo para espantar la fiebre y luego le orinaba en la nuca para refrescarlo. También le había punzado la vejiga con una espina de salmón para permitir que escaparan los dioses del Mal y lo había alimentado con vísceras crudas de zorro y bosta de ciervo durante noches enteras".

El pibe también ríe, aunque dudo que haya prestado la misma atención inicial sobre el final del párrafo. Me tocan todos, pienso observándolo de reojo. Rastas, remera intervenida a tijeretazos, pantalones demasiado cortos, escandalosas medias a rayas y zapatillas. En la mochila carga una rueda pequeña, sin pedales ni nada, una simple rueda de metal. Le compra una piedra al artesano de enfrente y paga los diez pesos que vale, moneda sobre moneda. El artesano, puro corazón, le regala dos más y le explica cómo puede sacar tres dijes de cada una. "Cincuenta pesos, mínimo, cada dije". Qué contento está el pibe, tan contento que se sienta sobre el muro y se pone a conversar con el artesano como si se conociesen de toda la vida. Del otro lado ha armado una chica que vende pipas para marihuana (ahora mismo está tallando una) y yo en medio -muy sentada en mi silla, muy señora- leyendo el libro de Fontanarrosa. La chica tenía todo el muro para instalarse, pero no... tuvo que pegarse a mi paño con su amiga fellinesca que cuenta a gritos cómo la llevaron presa, jaajá jajá y entonces el cana jijí jujú. Me tocan todos. Eso me pasa por armar un feriado de lluvia, quién me manda a armar un feriado de lluvia, podría estar en casa mirando alguna película, en cambio estoy aquí rodeada de freaks, nerds, o como se diga. El artesano ofrece un trago de jugo de segunda marca, o tal vez tercera, que declino amablemente. El pibe se pone a jugar con un diábolo en medio de la calle. Hay que reconocerle maestría. Ya no es más un joven sucio y desaliñado, ante mis propios ojos y en cuestión de segundos se ha trasformado en un bailarín diestro, el diábolo en sus manos parece un yoyo gigante. Todo en él es armonía mientras gira en el aire: las largas rastas, la remera tajeada a los costados, las medias de gnomo navideño. Admirada, levanto el pulgar en señal de aprobación. Me dedica entonces la rutina que hace frente a los semáforos, con saludo final y todo.

-¿Hacés circo?
-No, aprendí en la calle.
-¿Y qué hacés con la rueda?
-Equilibrio.
-¿Así nomás, sin pedales ni nada?
-Así nomás.

Sentado otra vez al lado mío, me cuenta que en el verano trabaja en un restaurante de la costa, frente al casino. Que está de cocinero hace ocho años, que ya lo conocen todos, que se encarga de los pescados, las carnes y la pizzas, que es un restaurant importante pero él en el invierno se aburre. Mientras conversa se quita las zapatillas (que deja caer) y las medias (que vuelan encima) y acomoda los pies descalzos sobre el muro. Mi paño está a escasos centímetros de su desparpajo.
Muy anti-venta. Muy, muy anti-venta. Eso me pasa por armar un feriado de lluvia, etc, etc.

La vieja del cuento se salva del oso.

Afiladísima

En la película Sin límites, el protagonista consume una droga que le permite utilizar su cerebro al 100%. Toda la información que alguna vez leyó, vio o escuchó está presente para él, ordenada y disponible.

Inspirada por la trama, miro a mi alrededor en el colectivo. ¿Cuál será el próximo asiento libre? Ese. Con total certeza, me acerco al asiento en cuestión. A los pocos minutos, la mujer al lado de la ventanilla descorre el cierre de su cartera y saca un llavero con un conejo de paño. ¿Cómo supe? Algo en mi inconsciente debe haber registrado una señal mínima, tal vez cierta tensión en su cuello. Qué bien, estoy afiladísima.

Cuando toco timbre en mi parada, la mujer del llavero, aún sentada, cogotea la altura por la ventanilla. Moraleja: aunque tu cerebro funcione al máximo, siempre habrá alguien que amague levantarse quince cuadras antes.

3 comentarios:

  1. Seguimos con los prejuicios, parece. Cuando nos veamos hágame acordar que le cuente del Moscato, ja, no es apto para andar contando por acá.
    Hace muchos años, mas de veinte, hice el curso de Control Mental Método Silva. Fué un curso intensivo que duró dos fines de semana completos, 12 hs. diarias. Salí como Ud. dice "afiladísima". Y recuerdo haber intentando, entre otras varias cosas, lo mismo que contó del colectivo. Pero los del método Silva son piolas, enseñan que si no es "posible, útil, bueno y necesario" a la vez, por mas que uno insista… Y sabe como achica eso la lista, no?

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  2. ¡El Método Silva! Leí el libro, del cual no recuerdo una sola palabra. Oiga, ¿a quién dañaba desear que esa mujer se levantase de una buena vez?

    La película ésta que le digo está muy buena. No tanto la película (se pone medio morbosa), pero el argumento. La última vez que me robaron, desconfié antes de la pareja ladrona. ¿Cómo sabe uno? Hay información, detalles que se captan a nivel inconsciente, la memoria del cuerpo alerta "peligro" antes de que siquiera suceda algo. Ayer venía caminando si anteojos y me aparté de un hombre que resultó que venía a las puteadas, hablando solo. Desde donde estaba no podía ni verlo bien, ni escucharlo, ¿qué me hizo apartar?

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  3. https://www.youtube.com/watch?v=cNryqkC5x00

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