martes, 16 de julio de 2013
Ridiculeces
Mi hermano ata entre sí dos canastos plásticos dispuestos sobre la mesa del comedor.
Uno es bajo y largo, de ruedas amarillas. El otro corto y alto, de manijas celestes. Ambos translúcidos, por lo cual en su interior se alcanza a ver lo siguiente:
-una bufanda color crema
-un ovillo con sus agujas de tejer
-bolsitas con insumos
-frascos repletos de mostacillas
-el diario
-zapatos y sandalias (con sus correspondientes bollos de papel de relleno)
-pantalones
-una bolsa de plástico rígido y plegable
El cordel es de un rojo furioso, mi hermano se las ingenia para fabricar con él una manija fuerte. Cuando para los canastos en el piso, las cosas se corren en extraña mescolanza. "Toda la vida anduve cargando ridiculeces por la calle..." "Siempre" (según dice, abuso de los siempre y nunca). "Es mi karma", sostengo tozuda. Y le cuento.
De la vez que viajé en taxi, sujetando por fuera de la ventanilla un colchón sobre el techo. De esa otra en que el viento curvó una plancha enorme de aglomerado, mi novio de entonces y yo sosteniéndola en una esquina de La Plata sin poder cruzar la calle. De tantos y tantos traslados de plantas, tierra y macetas. De mi gata dentro de un bolso de lona, fuertemente sujeta al pecho, camino a su vacunación anual (el veterinario la inyectaba a través de la tela, era la única manera). De mi viejo arcón asomando desde el baúl de un auto.
Sin ir tan lejos, de la infaltable bolsa de nylon diaria. De vieja, propiamente. Pero dónde, si no, llevar el diario y tanta otra cosa. "¿Nunca viste a un tipo llevando un ramo o un oso de peluche gigante? Esas sí son ridiculeces". Cadáveres de flores, qué mal gusto.
Ya en la calle camino veinte pasos, descanso y cambio los canastos de mano. La manija de cordel me marca los dedos, unas cuadras más allá la envuelvo con una servilleta de papel que saco del bolsillo. En la parada se me adelanta un pibe que carga un viejo televisor al hombro ("permiso, señora") y sube al 5 por la puerta trasera. El espacio es apenas más ancho que él y su TV, el pibe trepa con dificultad los escalones cuando el chofer arranca, se ha arriesgado lindo.
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Uh, esa foto de la gatita me recordó a mi ex gatita. Lo último que tengo de ella es una foto reparecida a esa que Ud. publicó, pero apenas asomada por la caja. La llevaba a operar y le saqué una foto porque me pareció graciosa ahí adentro. No pasó la operación y es el último recuerdo que tengo de ella.
ResponderEliminarSi, ya sé, que comentario de miércoles, pero me inspiró su foto, que le voy a hacer. La Micha, que así se llamaba, estará sonriendo desde el cielo de los gatos al leerlo.
Nayru, ningún problema.
ResponderEliminarMi gata también era parecida. Se llamaba Morronga, cosa que inspiraba la sonrisa maliciosa del veterinario (un grandote sin sutilezas).
No sé si cargué muchas ridiculeces, pero en cierta ocasión- noche de verano- llovió inesperadamente y la temperatura bajó de golpe de 24 grados a 8. Hacía frío, estaba en la que iba a ser, en breve, mi casa, pero aun no me había mudado. Lo único que había era un cubrecama Palette color turquesa. Yo tenía una musculosita y una pollerita y unas sandalitas y si salía así me iba a pescar una pulmonía. Por eso, minutos después me subía al 12 envuelta en la colcha de pies a cabeza. Y con la frente alta.
ResponderEliminar(me gustan tus relatos , Maia; "vi" tus viajes y las ridiculeces que cargaste como si fuera el trailer de una película, esas que dan ganas de no perderse).
Maravilloso.
ResponderEliminarOlvidé las veces que anduve con un tender bajo el brazo, lo usaba de base para puesto de feria (tender, cartones, tela, bolso).
Me caen simpáticos los que andan así, tiendo a suponer que llevan una vida interesante.