martes, 16 de diciembre de 2014

El mundo es un gimnasio

Operation Osmin. ¿Vieron esta serie alguna vez? Acabo de tropezar con este capítulo. El tal Osmin es un auténtico motherfucker al que dan ganas de patear su entrenado trasero. Pero su concepto de que el mundo es un gimnasio es extraordinario. ¡Entrena en cualquier lado! ¡Con cualquier cosa! Pierdan una hora, les puede cambiar la vida.


lunes, 15 de diciembre de 2014

Diciembre

La foto del día

El domingo pasado, domingo de lluvia, en una de las tantas veces que colgué el nylon de mi puesto para que se secase, descubrí la verdadera belleza. Una libélula de alas doradas en la puerta de madera a mis espaldas. Hay que destacar que la puerta en cuestión está protegida por un herraje antiguo, lleno de flores y arabescos. Sobre una de esas flores, la libélula de alas transparentes y chispeantes. Qué belleza, le saqué una foto con el celular. Y otra, y otra más. Esta composición -pensé- merece ser tomada por una buena cámara, una de esas profesionales. Seguramente no tardaría en pasar un turista portando una. Un afortunado turista, porque yo le iba a regalar la mejor foto del día.

En el interín, un muchacho muy joven se ubicó en el espacio vacío al lado mío. Sacó una trompeta de su estuche, dejó un sombrero dado vuelta en el suelo y se preparó para tocar. Yesterday. Tocó varios temas, afinadamente. "Es horrible lo que toca -opinó Caritas por lo bajo- las pistas grabadas, todo". Asiento. "Sí, parece los Carpenters, tan correcto que no transmite nada". Caritas va más lejos."Decile que baje el volumen, que vamos a tener problemas con los vecinos".

Se acercó finalmente el turista esperado. Un tipo rubio, de ojos claros. Portaba una cámara profesional que de inmediato usó para fotografiar al trompetista desde distintos ángulos. "¿Habla inglés?" empecé. Sí, dijo el turista. "¿Pero entiende español?" Sí. "Tengo una foto maravillosa para ud, pero tenemos que esperar a que el chico termine la canción, así no lo interrumpimos." El turista me miró de lleno. "Sí, tenés razón", dijo con marcado acento... y siguió su camino. "Me dio la razón del loco", le dije a Caritas, que rió hasta las lágrimas.

"No puedo tocar más bajo, no salen los agudos", explicó el pibe. "Si no te vas, te hago la denuncia", dijo la mujer, una vecina joven y decidida. "Te conviene tocar dos canciones acá, dos en la otra cuadra... y así", aconsejé. "A medida que me vayan echando", se resignó el pibe.
Los artistas somos así, incomprendidos.

Un dolor nuevo

Diciembre es un mes jodido. Al menos a mí me resulta estresante. No ayuda en nada Valeria Mazza sonriendo perfecta con un vestido rojo perfecto delante de un pino perfecto. Todo parece precipitarse, los trámites se amontonan, el trabajo se atrasa, la casa es un caos y muchos de nosotros estamos al borde mismo de la obesidad. "¿Es verdad que el cuerpo humano está compuesto en un 70% de agua?", le pregunta una mujer a su médico. Sí, responde el galeno. "Entonces no sé si estoy gorda o inundada". Es el tipo de humor que ayuda.

Acabo de enchastrame la ropa con yogur, me he mojado bastante la remera y la pollera en un torpe intento de quitar las manchas rosadas. Se acerca un compañero que perdió a su madre dos semanas atrás. "¿Cómo estás, mejor?", le pregunto apoyando mi mano en su brazo. "Sí... se te nota el...", dice mi compañero clavando sus ojos en mi delantera. "¡Ah, salí de acá! Estás mejor, se ve". Le cuento a Caritas. "Yo preguntándole por su duelo y el coso éste mirándome la teta..." "Y está bien, ya está, ya pasaron quince días, esto es así". "Uh, entre los dos no hacen uno..."

Pero después vuelve, mi compañero. "No lo puedo contar porque me pongo mal cada vez..." Le miro los ojos, brillosos y apenados. "El tema son las nenas, que tienen siete y nueve años, es su primer contacto con la muerte. La abuela a la que ya nunca van a ver..." Bajo la vista. "Bueno, pero podés decirles que vive en sus corazones..." "Ya usamos todo, que es la estrella más brillante y todo eso... lo que a mí me mata es que para ellas es un dolor nuevo". Un dolor nuevo. Encuentro poesía en el concepto, una poesía bella y aterradora.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Sencillo

"Muy sencillo", repiten una y otra vez en el tutorial. No sé, mi idea de sencillo es diferente.


viernes, 28 de noviembre de 2014

La queja

Acabo de darme cuenta que la queja, el quejarse, es una pérdida de tiempo. No descubrí América, lo sé, pero una cosa es haberlo oído miles de veces y otra muy distinta internalizarlo. Estuve toda la tarde armando bijou... y quejándome. Porque el collar me quedaba así, porque el collar me quedaba asá, porque me dolían las piernas y el ciático, porque seguramente los clientes iban a pedir descuento ("¿vale la pena tanto esfuerzo?"), porque en esta actividad sedentaria uno deja la salud, por el desorden en la mesa (quilombo padre) que después llevaría tantísimo tiempo acomodar, porque la radio estaba muy fuerte, por el calor, etc, etc.

El Hombre salió a hacer sus cosas. Creo que en realidad huyó. Y de repente me cayó la ficha. Si yo odio perder el tiempo... ¡todos esos minutos malgastados en quejarme, por favor! Ordené la mesa y sus alrededores en tiempo record, preparé mercadería para armar en la feria y me sobró tiempo para sentarme a escribir este posteo. El no quejarse no es algo pasivo. Vale decir, es algo que uno deja de hacer, pero el cambio obliga a estar presente, aquí y ahora. Alerta, consciente y voluntarioso.

Las piernas siguen doliendo. Sé -es más una certeza que una sensación- que si pudiese vivir de modo contínuo en el ahora, el dolor cesaría. Después de todo, la enfermedad es algo que se prolonga en el tiempo.

martes, 25 de noviembre de 2014

Anticipo de Navidad

Parecen competir, dice algún comentario. No sólo competir, parecen haber olvidado el significado de la canción, Judy (Garland) y Frank (Sinatra) deben estar revolviéndose en sus tumbas. Puede que sí, que esta versión sea un exceso. Pero me erizó la piel e hizo llorar, con eso basta.


viernes, 21 de noviembre de 2014

Porque sí

Era capaz de violentar un relato

Encontré la mayor parte de las palabras que reúne mi diccionario, en declaraciones de políticos y gobernantes. Alguien me dijo que sin duda las inventaron en un acto de premeditación a manera de baratijas para someter a los indios "porque el embaucador desprecia al embaucado". Yo no quiero disentir, pero sigo pensando que detrás de cada una de estas manifestaciones de afectación, ligeramente sorpresivas y ridículas, ha de haber un señor vanidoso, que se desvive porque lo admiren. Lo sé por experiencia. En la época de mis comienzos literarios, yo era capaz de violentar un relato o una argumentación, para encontrar la oportunidad de escribir lo porvenir (en lugar de el porvenir, que según Baralt era incorrecto), figurero (que Azorín proponía para reemplazar snob), dél y dellos (por de él y de ellos). Probablemente pensaba que alguna vez, en algún libro, se diría "Bioy usó la expresión".

Adolfo Bioy Casares, Diccionario del argentino exquisito.

Números arbitrarios

Catorce son los años de manchas que quita su pasta dental. Reunión de creativos:

-Diez es poco.
-No pongamos trece, es yeta.
-Tampoco quince, se asocia a los cumpleaños. Catorce años de manchas, ahí está.

Desde el 2000 para acá, antes nada.

¿Lo qué?

Otra pasta dental. La profesional consultada señala que el paciente de dientes sensibles busca no tener que evitar los momentos de dolor. O algo parecido, cada vez que la escucho me desconcierto de igual modo.

Pegadizo

Y porque sí, un tema pegadizo.



lunes, 17 de noviembre de 2014

Papá bueno

Suelo ver Bendita, el programa conducido por Beto Casella, sin otra pretensión que la de bajar un cambio y, no pocas veces, reir con ganas. ¿Es Redrado histérico o perverso, es el de Maradona un amor enfermo? Todo eso debatido mientras mastican galletitas y publicitan antiespasmódicos. Aquí y allá aparece alguna perlita, como las intervenciones de un psicólogo de quien no retuve el nombre.

Vez pasada lo enganché hablando de la entelequia. La entelequia, explicó, es una verdad que no se discute. Un ejemplo de entelequia podría ser la aseveración de que todos -tarde o temprano- moriremos. Los chicos tienen sus propias entelequias: una afirma que los padres son buenos. Un niño no percibe errores ni conductas reprobables en sus padres, en cambio siendo adulto puede discernir. El psicólogo escribió en la pizarra una P y un signo + y los envolvió en un círculo. Papá bueno. Ahora bien, a veces la realidad muestra otra cosa; papá insulta, golpea o es abandónico. Aquí trazó una R, también envuelta en un círculo. Al chico se le presenta entonces un problema enorme, en apariencia insalvable, la entelequia y la realidad que la desmiente. ¿Cómo deshace el embrollo mental, a qué conclusión arriba? El psicólogo volvió a la pizarra y debajo de la P+ y la R trazó dos flechas que se unieron en la siguiente frase: No soy digno.

Qué terrible para la autoestima, pensé con los ojos redondos como el dos de oro. A lo largo de toda una vida, incluso.

lunes, 10 de noviembre de 2014

La valentía

Todos los 25 hasta que se vaya Monsanto. Así se llama el grupo, gente con huevos.


Maestra dando testimonio.


Sí señora. Usted -diría Bertolt Brecht- es de las imprescindibles.



jueves, 6 de noviembre de 2014

Su compromiso con la comunidad y con el cuidado del ambiente

Denuncian penalmente a Coca-Cola Life por la tala “bestial” de árboles

Después de lo trascendido en el día de ayer, en el que una ciudadana porteña acusó a Coca-Cola de talar árboles en su barrio para que se vea su cartel publicitario, el Gobierno porteño decidió denunciar a la empresa internacional
PuraCiudad.com
Jue, 6 Nov 2014 10:23 +0000

cocacola, salud, alimentos, alimentos peligrosos, azúcar, corrupcion
Denuncian penalmente a Coca-Cola por la tala "bestial" de árboles. (Vía Twitter: Ana Correa)


Luego de que se informara anoche sobre la polémica desatada en las redes sociales a raíz de la tala de árboles para hacer visible un cartel publicitario de Coca Cola Life, el Gobierno porteño tomó cartas en el asunto y denunció penalmente a Coca Cola por talar árboles de una plazoleta de la localidad de Belgrano.
La plazoleta se llama Eduardo Olivera y está ubicada en avenida Libertador y la calle Virrey del Pino, justo encima del túnel que cruza las vías del ferrocarril Mitre, ramal Tigre-Retiro.
El hecho incluyó la tala de dos palos borrachos, dos ficus, un cerezo y un paraíso. Según describe el Ministerio de Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires, “en todos los casos fueron serruchados bestialmente y particular ensañamiento recibieron los palos borrachos, que además fueron hachados longitudinalmente".
En el espacio verde quedaron en pie e intactos cuatro árboles más, cuyas copas no interrumpen la visibilidad del cartel publicitario contratado para publicitar una bebida “natural” de la empresa Coca-Cola.
Información adicional de La Gran Época
La compañía Coca-Cola se comunicó con La Gran Época para compartir su descargo:

Coca-Cola de Argentina afirma que no tiene ningún tipo de responsabilidad sobre la tala de árboles ubicados en la plaza de Av. Del Libertador 5500 de la Ciudad de Buenos Aires. En ningún momento la Compañía ha solicitado ni consentido la tala de árboles y está a disposición de las autoridades correspondientes para colaborar en todo lo que sea necesario para el esclarecimiento del hecho. Presente en la Argentina desde hace más de 70 años, Coca-Cola reitera su compromiso con la comunidad y con el cuidado del ambiente.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Podemos ir a cocinar tranquilos

Siempre me engancho con esas películas donde, por ejemplo, el muchacho de barrio marginal sale adelante gracias a algún talento innato.

Él, siempre bordeando la delincuencia, es obligado a realizar trabajos comunitarios en la escuela de arte donde causó destrozos. Es de cajón que no tardará en descubrir a la niña rica que estudia ballet y que tiene un novio soberbio y mala gente. Sabemos también (podemos ir a cocinar tranquilos) que ella no tendrá con quién ensayar la presentación que significa TODO en su vida, entonces nuestro amigo -escobillón en mano- ofrecerá su ayuda que ella rechazará con desdén, para finalmente bla bla. En fin, lo de siempre. Una excusa para el baile final, donde invariablemente habrá alguna autoridad "severa" siguiendo el ritmo.

¿Qué más queremos, un guión?



lunes, 3 de noviembre de 2014

En cualquier momento llueve

Amable

Compré un nylon largo para el puesto en la feria. De dos por ocho metros. Tenía que ser suficientemente pesado como para que el viento no lo chicoteé, pero no tanto como para no poder cargarlo. Así que, bastante orgullosa de mí misma, ayer armé mi iglú. Y comprobé, una vez más, que la realidad es diferente a la idea de realidad. El viento embolsó el nylon como a una vela y tuve que sentarme sobre uno de los travesaños de la estructura, que caminaba sola. Cuando dio un poco de tregua, conseguí que me prestaran un rollo de cordel y lo até como pude. Los ganchos resultaron demasiado chicos para el ancho de los travesaños, la cinta de embalar no pegaba por la lluvia. Por la lluvia, y porque el viento insistía en adherirla a mis dedos.

Descubrí que es fácil ser amable en circunstancias normales. Pero que en días así, la falta de solidaridad genera encono. Ahí estaban mi compañera de enfrente y su sobrina, sentadas a escasos metros de mi puesto (se habían acercado buscando el amparo de un techo), contemplando el espectáculo de mi lucha contra las inclemencias del tiempo. "Oigan, ¿me van a ayudar?", terminé aullando contra el viento. No hubo respuesta. "Porque si no van a ayudar, miren para otro lado, que esto no es el cine", seguí furiosa. Mi compañera hizo un gesto con el mentón, tipo qué te pasa. "Que miren para otro lado -dije chumbándolas con la mano- que no estoy para entretenerlas". Ah, sí, es fácil ser amable cuando el sol brilla en lo alto.

El perdón activo

Descubrí también que el perdón tiene mucho de activo. De por sí, ya es bastante meritorio poder anunciar: "yo no le guardo rencor a nadie". ¿Pero es uno capaz, además, de recomponer el vínculo? Por ejemplo, se da mucho en esos casos donde los parientes se pierden el rastro por años. No, no los odiamos. Pero, ¿los amamos? ¿Hay auténtico perdón, si aún guardamos reservas?

A capella 

Lindo para remontar la lluvia.

https://www.youtube.com/watch?v=oGFXBCzFH1g

miércoles, 29 de octubre de 2014

El don

Silvia me muestra su última obra en resina. Quedo maravillada, qué plasticidad. Su bruja tiene joroba, pelo blanco, ojos celestes y una sonrisa dulce que deja entrever un solo diente. Silvia le levanta el vestido para que yo pueda apreciar las piernas chuecas. Las expresivas manos (de cuatro dedos) terminan en largas uñas pintadas de negro. Los brazos están envueltos en jirones de tela negra. Lleva bastón, una rama curva. "Tiene cara de buena". "En realidad -contesta Silvia- yo hubiese preferido hacerle un ojo medio saltón, con venas rojas, y una rata al hombro". "No -interviene Mónica- si la hacés así, no la vendés".

Tenés un don, le digo a Silvia. Y vaya si lo tiene, cada uno de sus gnomos tiene una cara diferente. Ha hecho gnomos negros (¿por qué no?), gnomos bebés (con restos de cordón umbilical), gnomos con mascota propia. Silvia es una artesana de aquellas, conoce mil técnicas y todas las hace bien. Hasta ahora le conocí botas tejidas (divinas, con tiras de cuero alrededor), collares de hilo encerado, vinchas para la playa, pulseras con piedras naturales. Pero fue recién cuando dio vida a sus criaturas, cuando desarrolló su don, que empezó a vender bien.

Es de noche, tarde. Estoy entrando en un sueño profundo del que me despabila la voz del Hombre: pretende que escuche una canción. Sin esperar respuesta, la pone a buen volumen (qué puedo decirle, es una forma como cualquier otra de romanticismo). Cuando finaliza, ingresa otra vez al dormitorio. "¿Te gustó?", pregunta con suavidad, sabedor de que detesto ser despertada. "Sí, la conocía". "Bellísima", afirma convencido.

Es un don -comento más tarde- componer así, tan redondito. Y le cuento de Silvia y su bruja. "Yo también tengo mi don, éste de combinar formas y colores. ¿Te acordás que hace muchos años me preguntaste qué quería hacer de mi vida y te contesté 'no sé'? De veras no sabía, es un dolor muy grande no saber". Todos tenemos un don, concluyo.

https://www.youtube.com/watch?v=dGTI6Fd-q_A


lunes, 27 de octubre de 2014

Presentación de El robo de Buenos Aires




http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/m2/10-2809-2014-10-21.html

Parte del texto de Sergio Kiernan:

Robos y avivadas

Lo de los adoquines es apenas una punta de alguno de los muchos ovillos que deja la gestión del PRO, madeja que ahora se puede seguir con más orden gracias a un nuevo libro de Gabriela Massuh. La autora, novelista, doctora en Filología, directora de la editorial Mardulce, directora por muchos años del Instituto Goethe y traductora del alemán, resulta una investigadora inesperada del sucio mundo del macrismo. Su libro lleva el duro título de El robo de Buenos Aires: la trama de corrupción, ineficiencia y negocios que les arrebató la ciudad a sus habitantes. Lo que sigue al título es lapidario por cierto y detallado.

La historia comienza con Massuh, tucumana, explicando cómo se tuvo que acostumbrar a una Buenos Aires que le resultaba “más violenta, más convulsiva, más sucia y más ardua” que las ciudades de su infancia. La vivencia urbana de la nena mudada a la Capital se compone de elementos familiares, de interminables viajes en colectivo, de visitas de compras al centro, de comparaciones entre urbes alemanas y provinciales, de geografías porteñas como las esquinas a evitar, las salidas de colegios pesados, la estrechez del departamento, las pintadas, las arboledas. La autora tuvo que alejarse de Buenos Aires para quererla y tenerla en sus sueños, una experiencia más común de lo que puede pensarse.

Y ahora, esta ciudad “tiene un alma exánime” porque está “convirtiéndose progresiva y vertiginosamente en desmemoria. La hemos destruido y nos ha desamparado”. El resultado es que nuestra ciudad es “el marketing de lo que alguna vez fue”.

A este arranque, más personal, le siguen capítulos duros sobre grandes negocios como Puerto Madero, que enriqueció a tantos menemistas, en el que se descubren cosas como que hasta 2007 no se preguntaba de dónde venía el dinero. En esas páginas Massuh establece con números que a nadie le importa ni le importó jamás que ese barrio exista, tenga habitantes o vida real, porque fue concebido desde el vamos como una inversión abstracta. La mitad de lo que se ve ahí pertenece a extranjeros que lo vieron en foto, gente que participa del giro internacional de capitales que buscan estacionarse en algún lugar rentable o al menos estable, que no haga demasiadas preguntas. De hecho, un especialista que se dedicó a vender muchos de esos departamentos define a Puerto Madero como “la mayor caja de seguridad del país”.

El libro, editado por Sudamericana, sigue con una larga comparación de modelos de ciudad que va de Berlín a París y se detiene en la Río de Janeiro rebelada contra el Mundial. El tema es la integración urbana, eso que hace que los que viven en una ciudad se sientan parte de ella y no apenas habitantes. En el debate uno se entera hasta de la denominación técnica de lugares como Nordelta: “urbanización cerrada poderizada”, en el sentido de creada a partir de dragados y control de aguas. En la comparación entre provincia y ciudad aparece claramente la vocación especulativa del macrismo, que promueve activamente el reemplazo de piezas urbanas por otras más grandes, dando hasta exenciones impositivas.

Lo que no deja a salvo a la provincia de Buenos Aires, que permite algunas de las mayores aventuras urbanas en Escobar y Tigre, emprendimientos de tal impacto que ya andan contando las especies a extinguirse. Estos emprendimientos tienen una característica común, la de usar tierra barata porque es inundable. La idea es “acabar” con las inundaciones canalizando las aguas, lo que es mostrado como progreso y hasta como un falluto caso de “reutilización de aguas de lluvia” supuestamente ecológico. La cosa es que se construyen ciudades sobre humedales necesarios para evitar inundaciones en otros sectores geográficos, lo que incluye, por ejemplo, el área urbana porteña: por algo se inundan esos campos.

El cuento continúa con la valorización del suelo urbano y el ataque al patrimonio edificado, todo contado con impecable lógica económica que revela que el valor de la tierra en Buenos Aires subió un quinientos por ciento en términos reales en apenas una década. En estos capítulos hay nombres familiares para los lectores de m2, de Basta de Demoler a Marcelo Magadán, e historias dolorosas de pérdidas de nuestro patrimonio. La novedad viene en la investigación de dos de los mayores especuladores inmobiliarios del país, Eduardo Costantini y Eduardo Elsztain, que incluye el enorme negocio por el que el Abasto se transformó en un shopping.

Nicolás Caputo es otra figura empresaria, “amigo y hermano adoptivo” de Macri, su asesor ad honorem y miembro firme de la mesa más chica que tiene el gobierno porteño. Su constructora es de las más beneficiadas por el PRO en funciones y es irritante seguir la lista de favores, contratos y contactos que recibe de nuestra ciudad.

Y la cosa termina con la incapacidad contumaz del gobierno macrista en ejecutar sus presupuestos, en la preferencia por elefantes blancos como el metrobús, por las diferencias estratosféricas entre lo que se presupuesta para obras y cualquier otro asunto de gobierno, en la peculiar mezcla de incompetencia y mala fe que tiñe todo. El panorama final es el de un gobierno chanta, clasista, snob y de una crueldad frívola hacia el que menos tiene, que se ocupa de tonterías para la foto mientras crecen las villas miseria.

El de Gabriela Massuh es un libro duro y útil, lleno de números que hay que recordar y de conceptos claros. Es la exposición de la economía y las prioridades de negocios del actual gobierno porteño, con lo que resulta la explicación final de pulsiones que de otro modo no se entienden.

viernes, 24 de octubre de 2014

Volver a casa

Antes de declararlos marido y mujer, antes de dar el gran paso, el juez de paz pide a los contrayentes que busquen nuestro apoyo. Ambos giran. El novio tiene la mirada de quien vuelve a casa. Les voy a estropear el video (pienso), y enjugo mis lágrimas a manotazo limpio.

lunes, 20 de octubre de 2014

Cuarenta feriantes y ninguna flor

Allanaron tres depósitos, dice Lili a modo de saludo... y no entiendo de qué habla. Así que mi reacción es todo lo indiferente que cabe imaginarse, concentrada como estoy en el rojo de su pelo. Recién después, conversando con uno y otro, me doy cuenta de la gravedad del caso. Allanaron tres depósitos, una fiscal, la policía. Se llevaron tablas y caballetes y estructuras, retuvieron a los armadores hasta las tres, cuatro de la tarde, abrieron las cajas, confiscaron la mercadería.

Hay una tejedora con un ataque de nervios, se llevaron las zapatillas pintadas de los pibes de allá, menos mal que mónica se lleva sus cosas a la casa, te imaginás, se moría si no. son unos hijos de puta en vísperas del día de la madre bueno yo trabajé en parque rivadavia y lo hicieron el veintidós de diciembre, tenía un viejo enfrente que se las ingeniaba para fabricar sandalias y había hecho unas bastante lindas para las fiestas, en dorado y plateado, y vino la cana y le secuestró una de cada par, como si te dijese la izquierda, el viejo lloraba. después te dicen venga a buscar la mercadería el lunes, ponele, de diez a catorce, vas y te dicen el encargado del depósito no está venga el jueves vas el jueves y te dicen salió a almorzar al final terminás diciendo métanse la mercadería en el orto, que es lo que quieren, que te canses. estos deben ser los anticuarios. bueno yo estaba en la guardia del santojanni y escuché a dos tipos y una mina diciendo que se venían los allanamientos a los depósitos incluso dijeron que para noviembre la zona de defensa desde independencia hasta chile tenía que estar limpia. así dijeron? limpia, sí o sí. vos parando al oreja, me imagino. julio, acabo de enterarme que allanaron tres depósitos, lo de ustedes está bien? quedate tranquila que nosotros guardamos las cosas en la camioneta. no tiene nada que ver lo que dice julio, cuando acá no podían armar los bares, vinieron con unos camiones enormes y se llevaron las sillas, las mesas, todo. así que si te quieren confiscar te secuestran la camioneta entera. eso pasa porque hay revendedores, entonces pagan justos por pecadores, vos te pensás que los que abren las cajas distinguen si es artesanía o reventa? no tienen idea. la puta madre, qué joda. cuarenta son. qué cosa. cuarenta feriantes que se quedaron sin mercadería. es una bocha de gente, loco.

A media tarde llegan ellos. Se agradece la música, es lo mejor de este día encapotado. Venden cds, le pregunto a la rubia que minutos antes bailó tap sobre una tabla de madera. No, no venden. Diligente, antes del segundo tema me alcanza un cartoncito:

El club del mar 

Compañía musicante que 
se acuna en el puerto de 
Montevideo. Lleva como 
bandera su extraña ópera 
llena de faros y pianos 
abandonados.

jueves, 16 de octubre de 2014

Wow

Es mediodía, una frase pronunciada en la radio hace que nos miremos con el mismo deslumbramiento. Me levanto a buscar papel y birome. "¿Cómo era?"

El médico encuentra lo que busca y busca lo que conoce.

"Usala en tus trabajos". El Hombre asiente.

miércoles, 15 de octubre de 2014

La enorme China

Una vez la vi, en no recuerdo qué obra de teatro. Yo era muy joven, así que obedecí a la imprudencia de una tía que se coló y me guió tras bambalinas para felicitarla en persona. China nos recibió (¿o mi tía abrió la puerta del camerino?) transpirada, con una vincha o pañuelo en la cabeza, en plena tarea de quitarse el maquillaje. Escuchó nuestros elogios con cara seria, y supe que el personal de seguridad iba a recibir un buen reto.

el homenaje

La enorme China
(1922-2014)

La actriz uruguaya China Zorrilla, emblema cultural del Río de la Plata y con una extensa y prolífica actividad teatral y cinematográfica en la Argentina, falleció el 17 de septiembre a los 92 años en Montevideo. Su muerte conmovió a ambas orillas, donde era valorada por su enorme talento y su encantadora personalidad que reunía inteligencia, gracia, belleza y una generosidad extrema, de la que subsisten infinidad de testimonios.

"Fue una mujer muy feliz y ha hecho felices a muchísimos. La conocí siendo chico y ella una jovencita. Este año cuando la visitaba en su casa me decía: 'Carlitos, por qué no te casás conmigo porque me gustaría irme de este mundo casada?' Y yo le decía: 'No, China, yo soy viejo para vos, tenés que buscarte un jovencito".
Carlos Perciavalle

"Hace años fuimos a un festival de teatro organizado por la compañía El Galpón de Montevideo. Como fallaron varios de quienes habían prometido asistir, agarró una silla e improvisó por 40 minutos. China tenía material para entretener durante un viaje en barco".
Luis Brandoni

"No era vieja, tenía años que es otra cosa, trabajó hasta el final, dejó su trabajo para memoria de las generaciones que vienen, como Alfredo Alcón y Dulio Marzio. Mucha gente no lo sabe, pero el teatro en estas latitudes nace en las dos orillas del Río de la Plata y China no es uruguaya: es una actriz rioplatense a quien lo único que la separa de algo es el agua".
Pepe Soriano

"Lo primero que uno recuerda de ella es su reflexión, su ternura, su ironía y esa alegría que nos transmitía. Ella está viajando y eso hace que la tengamos en el pensamiento: China ya no es una imagen, es un sentimiento, una sensación".
Lito Cruz

"Tuve la suerte de festejarle los 85 y los 90 acá en casa. Era graciosa hasta en la tristeza. La última llamada que tuve le dije 'China, te amo'. Y me dijo 'Si me amás venime a ver'. Tenía razón. Ella era un ser muy especial".
Susana Giménez

"Tuvimos mucha vida juntas, la escuchaba con los oídos de la cabeza y del corazón abiertos. Una mujer muy moderna, muy actual, muy abierta a todo y muy llena de amor, la amaba con todo mi corazón".
Graciela Borges

Octubre de 2014 - la Cita 




jueves, 9 de octubre de 2014

De lo irritante

De atrás parece un viejo. Jeans, zapatos acordonados color mostaza, mochila que acomoda una y otra vez en su espalda. Eso es lo primero que me hace observarlo, lo que demora en calzar a gusto esa mochila, distribuyendo el peso a un lado... y luego al otro. Uno de los bolsillos traseros del jean tiene un agujero, producto de esa costumbre irritante, quizás. ¿Será extranjero? Eso explicaría los zapatos y el hecho de que toca una guitarra imaginaria sin vergüenza alguna. Pero no, lee Tiempo Argentino y putea. Puta que lo parió este colectivo, refunfuña y después se inclina hacia adelante en un punteo salvaje. Le toco el brazo. El viejo se da vuelta, no es tan viejo a fin de cuentas, salvo el bigote canoso. Se quita el auricular de la oreja y responde como si fuese absolutamente natural que él toque la guitarra en la parada del colectivo y yo, detrás suyo, le pregunte de qué tema se trata. Es de Guns N' Roses, un temón, contesta con ojos chispeantes. Y me acerca el auricular para que escuche. "Uh, se cortó", lamenta el viejo no viejo y ahí nomás, a capela, canta para mí.

No, no lo ubico y justo viene el 76.



martes, 7 de octubre de 2014

La niña descarada que elige todo

¿Por qué razón una mujer de hoy, casada y con más dudas que fe religiosa, se sintió atraída por la vida monástica? Kathleen Norris se hizo esta pregunta muchas veces durante sus dos períodos de retiro en un monasterio benedictino del medio oeste norteamericano.
   A su regreso a casa, sin embargo, Norris comenzó a sentir que su vida entera se transformaba y adquiría un nuevo significado. Los días en el monasterio, en el seno de una comunidad de hombres célibes regida por un estricto esquema de oración, trabajo y meditación, le infundieron la calma necesaria para examinar su existencia desde una perspectiva diferente. La experiencia contemplativa dotó a su propia relación conyugal de una riqueza inédita. Y hasta las acciones más sencillas, como lavar la ropa o hacer las compras, cobraron, bajo la lente del ritual monástico, una dimensión desconocida.
   Con un lenguaje claro y lleno de poesía, este libro ofrece el relato de una experiencia humana singular, de genuino valor para cualquier persona, no importa su fe.

"Me llevo este libro, Rodolfo, cuánto?" Diez pesos, dice Rodolfo. No sé si porque me tiene aprecio o piensa que no habrá mayores chances de vender Una experiencia contemplativa. En el capítulo titulado Teresa del Niño Jesús, un párrafo atrae especialmente mi atención:

   En un comentario sobre Primera Corintios, en su autobiografía, Teresa lamenta que no se podía reconocer en ninguno de los miembros que describe Pablo en la epístola -no era una mártir (materia opinable) ni un apóstol, sino una joven monja insignificante conocida en el convento fundamentalmente por su tendencia a quedarse dormida durante la Liturgia de las Horas. Recordando repentinamente que era la niña descarada que elige todo, afirma: "encontré mi llamado, mi llamado es el amor", y escribe: "En el corazón de la Iglesia, mi Madre, seré el amor, y así seré todas las cosas..."

En lo que va del día gozo de la lectura y los gajos en los árboles, de una mateada, de empanadas caseras y de los más hermosos óxidos en collares de cerámica secándose al sol.

   Me sentí invadida por la maravilla de haber viajado todo el camino desde Dakota del Sur, en el oeste, vía Minnesota, simplemente para encontrarme a solas frente a una pareja de coyotes en Los Ángeles. Cuando inspiraba el aire delicioso, contemplaba los picos nevados de las montañas del este y la brisa del Pacífico al oeste, percibí por primera vez la belleza del lugar, entendí por qué hubo quienes sintieron que estaban en un paraíso.
   En la capilla, una hermana anciana que nos trajo libritos para que pudiéramos seguir el servicio de vísperas, murmuró en voz alta: "¿Quiénes son ustedes?" Pero cuando empezamos a contestarle, nos hizo una señal con la mano. "No se preocupen, no oigo bien", dijo, y mientras se alejaba por la nave, agregó "No importa, todos somos hijos de Dios". La antífona de esa noche, 21 de diciembre, era "Oh, Oriens": "Oh, Aurora Radiante, brillo de la luz eterna, y sol de toda justicia; ven e ilumina a quienes habitan en la oscuridad profunda, a la sombra de la muerte". Terminó demasiado pronto.




sábado, 4 de octubre de 2014

Los rostros que enfrento

Soy tímido: mi infierno es tener que hablar con vos

Por Pablo Toledo, escritor. Entre sus libros figuran "Se esconde tras los ojos" (Premio Clarín Novela 2000) y "Los destierrados".

Miedo a quedar expuesto. La mirada de los demás y que te juzguen de manera indebida son fantasmas que persiguen a las personas tímidas. El autor cuenta ese día a día y cómo, a nivel profesional, logra ponerse una máscara que lo convierte en alguien diferente.

Publicado el sábado 4 de octubre de 2014 en Clarín

Mi único problema en este mundo sos vos. Vos, que estás leyendo: sería tan feliz si no fuera por vos. Pero no sos el único. Está la gente que te rodea, las personas que te cruzás en la calle, todos ustedes. Mi problema es que el mundo está lleno de todos ustedes. De todos esos otros. Mi lema más íntimo lo escribió Sartre: el infierno son los otros . Bienvenidos a mi infierno.
Y es que soy tímido. Me admito incapaz de afrontar mi timidez.
Peleo todos los días cientos de batallas contra ella, pulseamos cada una de mis elecciones, me dicta las claves privadas (y no tanto) que quedan en mis textos, sea como el terror a la mirada de los otros, sea como una obsesión con el desplazamiento y el estar fuera de lugar.
Cada mañana me construyo frente a un espejo imaginario; preparo, como dice el poeta anglo estadounidense T.S. Eliot en La canción de amor de J. Alfred Prufrock (un poema que sólo los tímidos comprendemos por completo, nuestro himno), un rostro que afronte los rostros que enfrento. Mi utopía era hacer cosas sólo con palabras, y ahora no paro de hacer cosas con otros. Todos mis trabajos me fuerzan a interactuar con ellos, hasta el de escritor. Doy clases, presentaciones y charlas, vendo, persuado, negocio, construyo relaciones y las sostengo.
Soy un vegano que trabaja en el Mercado de Liniers, un fugitivo de sí mismo que salta alambrados falsos. La práctica me enseñó a pasarlos sin dejar enganchados ropa ni piel, la mayoría de las veces ya en automático. Algunos son más altos, otros tienen púas. Y de la nada, en las zonceras más cotidianas, el alambrado se convierte en muralla y me deja del otro lado.
Como el día en que vino el técnico del portero eléctrico. Tocó la puerta el encargado del edificio, lo presentó. Hubo algo como un saludo. El saludo del tímido es como los gestos masónicos: ante la frase sin aliento, el tono de disculpas y la mirada que se resbala sabemos que del otro lado está uno de los nuestros, sólo que para un tímido no hay nada peor que otro tímido. Cruzó la puerta, le señalé el aparato. Si necesitaba saber cuál era el problema, no me lo dijo. Si yo necesitaba preguntar algo, no lo hice. Volví a la pantalla de mi computadora, en la misma mesa donde desplegó sus herramientas. Desarmó y volvió a armar el equipo. Pasaron quince minutos, o tal vez quince días, de un silencio perfecto, inhabitable, inquebrantable.
En las películas estas tensiones se resuelven: uno mata al otro, o le salva la vida, o suelta un discurso genial que los libera. Aquí no. Entre dos tímidos no ocurre nada visible, pero el terremoto de culpa y desesperación va por dentro. El tipo dio por terminado el trabajo, ordenó sus cosas y se paró al lado de la puerta. Los dos hicimos un sonido que, de ser palabra, hubiera estado en el punto justo entre “gracias”, “perdón” y “adiós”.
Me angustian los negocios. Mi esposa sabe que mandarme a consultar algo es un último recurso que probablemente termine mal, que en las rotiserías donde cien padres desesperados consiguen las milanesas de su prole a prepotencia pura es fijo que termine rezagado. Si hay números, santo remedio, las reglas me ahorran la fricción, pero ese tono entre marcial y canchero del “¡Ey, jefe!” es diez veces más fuerte que el mejor de mis esfuerzos para hacerme ver entre la manada.
En mi cabeza estoy saltando a los alaridos, pero lo que pasa el filtro de la garganta estrangulada a duras penas llega hasta el borde del mostrador.
Y si hay que seducir al parrillero con una charla amistosa que acelere el trámite quedo descalificado antes de la largada. Trato de compensarlo con una media sonrisa (otra dificultad: sonreír con dientes para las fotos), pero lo que mal anda mal acaba y esos gestos terminan por embarrar más la situación.
De afuera se parece al fastidio, al aburrimiento o a la indiferencia (de todo eso me han acusado mil veces). Adentro son cinco millones de palabras por segundo que revientan contra los labios cerrados, un ejército de levantadores de pesas empujando un vagón que no se inmuta, y detrás una tribuna que reacciona a cada microsegundo de inacción como si fuera un gol en contra en el tiempo suplementario de la final.
Una mano te cierra la boca, otra te agarra de los brazos y las piernas, una voz te amenaza con molerte a palos si movés un músculo.
No hay dudas sobre lo que querés, pero el miedo es más fuerte. Miedo a hacer y a no hacer, a lo que puede pasar y a lo que no podría pasar, a todo y a nada. Y esas manos, esa voz, ese miedo, son todos propios: lo único que te retiene sos vos mismo. Lo sabés. Sabés que deberías controlarlo, que eso que te controla no existe fuera de tu cabeza, que eso que temés son sombras que vos mismo proyectás. Y sin embargo.
En Oda a una urna griega, el poeta romántico inglés John Keats escribe que el beso no dado es el más hermoso. John Keats era un idiota. El eterno retorno de esos cinco minutos en los que todo hubiera sido cuestión de estirar una mano o decir una frase es una tortura, y no hace más que reforzar el circuito que vuelve todavía más difícil al próximo intento.
Cualquier acto, para mí, es un acto de arrojo. Es físico, el mismo agujero negro en la boca del estómago del que tiene pánico a las alturas y no puede bajar por la escalera de los bomberos para escapar de un incendio. Lo último que piensa ese tipo mientras se prende fuego es que es un idiota. El tímido va a morir mucho después, en su cama, sin mayores fuegos, pero va a morir repitiéndose la misma frase.
Soy un idiota. No puedo. Sin parar. No puedo. Soy un idiota.
Todo el día. Soy un idiota. No puedo. Todos los días. La cabeza del tímido es la rave más angustiante del planeta.
De chico era un tímido de libro. De vivir dentro de libros. De no conectar ni participar ni integrarme (recitar genealogías de El Señor de los Anillos a los doce años, mucho antes de las películas, no ayudaba). Escribir era una salida lógica (y una vocación, pero cuál vino primero es el huevo y la gallina). La idea romántica del escritor es la de alguien que sólo sale al mundo como palabras en un papel. Pero resulta que publicares hacer público , y que ser escritor también es hacer redes, moverse entre otros, exhibirse.
El momento de escribir es difícil, pero para mí es aún peor todo lo que está alrededor y lo que viene después. El punto final es el principio de otra historia, y en esa historia alguien, de alguna forma, en algún momento, tiene que interesarse por lo que uno produjo, por esa historia entre tantas. Hay personas generosas que abren puertas y otras que las cierran sólo porque pueden, hay lugares en los que ver y hacerse ver, hay un millón de tackles y rumores y golpes bajos, hay manos que se dan a quien las pide. Como no hay manuales, la única forma de llegar a alguna parte es con ayuda de los demás. Mi infierno no tiene atajos ni salidas de emergencia.
Y sin embargo, en ciertos ámbitos sería difícil etiquetarme de introvertido. Durante tres años retiré a mi hija del jardín de infantes s in cambiar más de veinte palabras con los otros padres, pero por trabajo voy a eventos y congresos donde encaro, y hasta inicio, decenas de conversaciones por hora.
En mi última evaluación, mi jefa destacó mi capacidad para hacer contactos y trabajar con otras personas. Dediqué años enteros a lamentar besos no dados, pero seis meses, cinco mil charlas y cuatro citas después, y a tres cuadras de un ultimátum que no dejaba mucho lugar a interpretaciones, di el primer beso a la mujer a la que quisiera dar el último.
Las armas iniciales vinieron tras la adolescencia más fundamentalista, cuando empecé a buscar por observación, prueba y error técnicas para romper algunos silencios y salvar algunas distancias. Fue un trabajo de zapa, y mucho le debo al profesorado de inglés.
Al dar clases la timidez no es una opción, los estudiantes huelen la inseguridad como los tiburones una gota de sangre a cinco kilómetros. Para mí era liberarse o retirarse. El profesor de inglés tiene dos armas: ocupa el lugar de profesor, y habla en inglés. Eso no es tan obvio como suena. Un docente actúa todo el tiempo con una máscara sostenida por varias instituciones.
Desde la máscara se puede, algunos dirían que se debe, ser otro.
Y si ese otro habla una lengua extranjera es dos veces otro. Apenas me probé ese traje comencé a dejármelo puesto fuera de las clases y del inglés. De a una conversación por vez, impostando los tonos, con pasos en falso pero, por fin, con algo más que inseguridad en la mano.
El neurólogo Oliver Sacks relata el caso de una paciente cuyo cuerpo, de la noche a la mañana, dejó de hablarle a su cerebro. Sin sensaciones ni respuestas del otro lado, su mente flotaba en el vacío y sus músculos no tenían quién los dirija. Con el tiempo aprendió a reemplazar la propiocepción por la vista: mientras viera cómo dirigirla y dónde detenerla, podía ordenarle a eso que había sido su mano que agarrara cosas. Pero las tomaba con demasiada fuerza, y sus movimientos eran rígidos como la pose de una bailarina. Era la imitación de un movimiento, había perdido la naturalidad.
A mi modo, soy esa marioneta. Actúo como una persona segura en el sentido teatral de la palabra: represento el papel de alguien que lo hace naturalmente.
El combustible de este motor paralizante que no para (la frase es del músico Darío Jalfin) es el control, el miedo a perderlo y a que salte un payaso de adentro de la caja. Cada tímido es un mundo con geografía y leyes propias, pero todos compartimos el miedo a quedar expuestos. En mi caso, no me puedo deshacer de una imagen exagerada, idealizada de mí mismo, y el miedo es doble: la parte de mí que lucha contra esa imagen teme que algo la confirme y ahí sonamos, la parte que la sostiene no quiere que nada la refute porque ahí sonamos. En cada pequeña cosa se juega todo. Me angustio cuando algo no sale perfecto, y me angustié al día siguiente de ganar un premio literario con 25 años.
Actuar con otros, salir al mundo, es entregarse a reglas y voluntades ajenas, al azar, a lo incierto. Ese es el enemigo común de las dos partes, y la timidez es la herramienta para tenerlo a raya mientras resisten, cada vez con menos efectividad, los cañonazos que lanzan mi madurez y mis años de terapia. Esa imagen se va a caer. Falta trabajo, pero falta cada vez menos.
El cartel en las puertas del infierno del Dante dice que los que entran allí tienen que abandonar toda esperanza.
Entonces no estoy en el infierno. Bienvenidos.

viernes, 3 de octubre de 2014

El glamour



Anoche soñé que abría una revista, tal vez una Susana. De todas formas una edición lujosa, de hojas satinadas. A doble página presentaba un living, una disposición estudiada de muebles en color ciruela, con cortinado y alfombra a tono. Falta la entrevistada, murmuraba yo en el sueño, dando por sentada la presencia femenina en ambiente tan glamoroso.

"La estamos esperando", contestó una voz de hombre. A mí, vaya sorpresa.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Un domingo más

Rata

Las amigas anduvieron por mi puesto el domingo pasado, muy temprano. La morocha llevó un colgante y aspiraba también a unos aros. No me alcanza, dijo revisando su billetera. "Podrías hacerle un descuento, ya que te compra siempre", sonrió la rubia. Le expliqué que los colgantes deberían costar más, que mantenía el precio, pero no podía hacer descuento. "Si no, no gano... y no es justo", alegué como broche final. Bueno, te llevo el colgante ahora y los aros el domingo que viene, dijo la morocha. Cómo no, respondí entregándole la bolsita. "¡Feliz primavera, chicas!" Unos pasos más allá, la rubia dijo bien alto, como para ser oída: "¡Qué tarada, perderse una venta por diez pesos!"

Este domingo vuelven. La rubia se esconde (no hay otro término, realmente se esconde) tras la morocha, mientras la morocha explica que quiso ponerse el colgante y tuvo un problema con la cadena, ¿puedo yo arreglarla? Sin contestar encaro a la rubia, que mira para otro lado: "No me gusta que me digan tarada, además las cosas decímelas en la cara". "No te dije tarada, te dije rata", contesta la rubia. No sé qué ángel me retiene de putearla, sólo contesto: "¿A vos te gustan que te bajen el sueldo?" La rubia le dice a la morocha: "Te espero allá", señalando con el dedo la siguiente esquina.

Y yo me desahogo lindo: que esa mujer no puede andar por la vida insultando a la gente, que no tiene idea de lo que es trabajar en la calle, que yo hago las cosas con la mayor honestidad y amor posibles, que no es justo ser tratado de ese modo. "Tiene un carácter difícil", balbucea la morocha. Las manos me tiemblan tanto que no consigo arreglar la cadena. "Disculpame, no puedo hacerlo, estoy tan indignada que me tiemblan las manos". "Trabajá tranquila, vengo a buscarlo el domingo que viene..." Finalmente consigo pasar el colgante a otra cadena y entregarlo a satisfacción de ambas.

Después lo cuento y me saltan las lágrimas, claro. Hija de puta, cara de laucha matada a escobazos.

El violín

Y como estaba pronosticado, llueve. Poco hay para hacer, más que tapar el paño con un nylon y disfrutar la música en vivo a mis espaldas. Pucha que suena lindo, con violín y todo. "Voy a bailar una chacarera", dice Rosita, a la pasada. La sigo, no es cuestión de perderse el espectáculo.

Pero Rosita está ahí parada: "Si algún varón se anima..." Parece que no, hay que bailar delante de toda esta gente. Así que apechugo y cuando los músicos arrancan con otra pieza, salimos al frente. Bailo como puedo, como recuerdo, intentando disfrutar más del violín que de mi tropezada gracia (medio giro, murmura Rosa al cruzarnos). Me niego a andar zapateando, así que acompaño con un revoleo de pollera imaginada. Terminamos con un saludo de pañuelos también invisibles y nos aplauden -sospecho- la valentía.
Me entero por Rosita que lo bailado fue un gato.

Uy, no

En una de las escasas treguas que da la lluvia, ojeo la sección espectáculos del diario.
Uy, no, no. "Adiós a un músico con piques de más".


Falsa progresista

"Cuidado ahí, atrás tuyo", dice Sergio. "A tu derecha", especifica. Hay dos muchachos sentados algo más allá. Pinta feo, estoy desarmando y ya oscureció. ¿Qué hacen tan tarde, atentos a nuestros movimientos? Cómo le va, dice uno al notar mi mirada insistente. Caradura. Voy sintiendo más y más miedo, la calle se está vaciando y esos dos parecen tener todo el tiempo del mundo. Siguiendo un impulso, los encaro: "Chicos, sabrán disculpar pero sentados así... sin hacer nada y mirando hacia los puestos... dan toda la sensación de ser pungas". Ambos tienen los ojos rojos, uno esboza una sonrisa blanda. "No, señora, no se confunda, vivimos en la calle, pero nada que ver". Los miro de frente, grabándome sus caras.

-Yo les digo lo que parece...
-Tal vez tuvo malas experiencias...

"¡Varias!", grito de vuelta en mi puesto. A los pocos minutos se levantan y se van. Los encaré -le cuento a Caritas- ¿por qué tenía que estar con miedo?

Boluda, loca de mierda, racista y falsa progresista. Todo eso me dice Caritas. Que los tipos sólo estaban fumándose un porro. Que si hubiesen vestido camisita, no les decía nada. Que como los vi en las últimas, mi prejuicio acusó sin fundamento. Que no estoy sola, que hay cien personas más en la calle ("¿y sos vos la que quiere cambiar el mundo?")

No me cutzarides, debí haberle dicho. En lugar de eso, me alejé dolida.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Enamorate de la plancha



Enamorate de la plancha. No quiero olvidarlo, así que repito: enamorate de la plancha. Me dijo una señora que le dijo a su hija. "Pero a mí no me gusta planchar, má!" "Por eso, enamorate de la plancha, como si fuese tu marido". Pero no es mi marido, protestó la hija. La señora gesticuló en el aire mientras me contaba. "Vos encontrale la vuelta, encontrá algo que te guste de la plancha".

La hija de la señora trabaja con un tío, como camarera de un restaurant. "Antes de salir me doy vuelta para ver cómo dejan esa cocina cada noche. Parece la cocina de casa, má". A las ollas las sumergen en un tacho de cincuenta litros con algún químico que las deja nuevas. Y después las cuelgan a la vista.

Ud trabajó limpiando casas, no?, le pregunté a la señora. Sí, dijo ella. Y pude ver cubiertos relucientes, almohadas ahuecadas y pisos impecables.

Enamorate de la plancha (de cualquier tarea tediosa). Funciona.

martes, 23 de septiembre de 2014

Corazón ardiente

"Le voy a regalar un libro", dice Rodolfo. Es claro que así no va a venderlo, así que acepto gustosa. Leo en la contratapa rota: erídica, mi e más de la anorexia ner- rque creo que logra compren- erdad, ni tampoco (qué casualidad, conozco a alguien que padece anorexia nerviosa y hace sólo una semana hablamos del tema). Consulto la tapa. Vivir con Ana, de Alejandra C. Elliff Altarriba. Un libro sin mayores pretensiones, necesitado de un corrector, pero interesante en contenido. 

El capítulo XXII empieza así:

    Hay algo que quisiera decirles, me parece que es importante.
    Yo no me creo psíquica ni paranormal, pero como que a veces siento cosas. Me gusta pensar que somos energía, y que todos tenemos un aura. Con algunos se tiene más "química" que con otros, o más "feeling", porque las auras son compatibles. De chiquita me hice la idea de que cada uno tiene un espacio vital a su alrededor, sería como una burbuja que está ocupada por nuestra aura. Cuando se está bien de animo esa burbuja es amplia, expansible, los suficientemente fuerte como para mantener sus límites, sus fronteras, pero flexible como para poder ubicarse entre las burbujas del resto de la gente.
    En mis peores momentos era como si mi burbuja se hubiera reducido a un mínimo, y todo me afectaba y molestaba. "tenía la burbuja pinchada", le decía a Má. Pasar siempre desapercibida, como si mi aspecto no llamara la atención. Me creía siempre menos que los demás, que el resto de la gente era más importante que yo. Tampoco valoraba mi trabajo y esfuerzo, o no admitía tener algún tipo de don o facilidad  para hacer algo. Por ejemplo, me gusta dibujar y pintar, no me sale tan mal pero no puedo decir lo hago bien. Me cuesta mucho establecer límites entre modestia, humildad y arrogancia y fanfarronería.
    Un poco relacionado con esto y otro poco con el saber que era una piltrafa, hubo una época en que no quería que me tocaran, no podía permitir el mínimo roce. Era una "asquerosa", no admitía un beso, un abrazo. No quería que me notaran huesuda, tenía miedo a contagiarme de algo o no se, que me ensuciaran mi aura.
    A medida que fui mejorando esto se me paso, mi burbuja se fortaleció, para decir - Acá estoy yo, Alejandra.

De vuelta a casa, en colectivo, consigo ubicarme en el espacio destinado a la silla de ruedas. A un costado viaja un pibe de unos veintipico. Es de estatura corriente y manos delgadas, los dedos flacos aferrados al barral. Como no tengo mejor cosa que hacer, observo la terminación del cuello de su camisa. Y el pantalón, claro y clásico. De adentro de su mochila cuelga la manga de un pullover, por lo demás se ve muy correcto. Le suena el celular: "Ahora voy a la facultad, después paso". ¡A la facultad! Yo estoy volviendo a casa y hay gente que todavía tiene un trecho largo. El flaco se mesa los cabellos con desesperación y después cierra los ojos, tapándolos con la mano libre. Son gestos de angustia profunda que se repiten una y otra vez, además de chequear su celular de continuo. Qué le habrán dicho, tal vez tenga un familiar enfermo. Lo que sea, es evidente que le complica lo que resta del día... y la vida. El flaco se calza unos auriculares, en lo que parece un vano intento de evadir la realidad (sigue chequeando su celular cada dos minutos). Por algún motivo imagino que se va a acercar más a mi sitio, lo cual me va a dar oportunidad de decirle... qué? No puedo consolarlo delante de toda esta gente (la oficinista de traje y zapatos puntudos, el que escucha música con los ojos cerrados, la que envía mensajitos), estamos demasiado juntos. Como obedeciendo al destino, el lugar al lado mío se desocupa y el flaco se ubica acomodando su mochila. Le toco la manga. El flaco me mira y libera una oreja de su auricular. "Mi mamá es vasca -empiezo- y tiene un refrán que a mí me ayuda mucho..." Sí, dice el flaco. "Nunca se come tan caliente como se cocina". Hago una pausa, el flaco sonríe. "Si sirve de algo..." Gracias, dice el flaco. El resto del viaje intento pensar en otra cosa, no quiero incomodarlo. En un momento siento, tan claro como si lo estuviese diciendo, que precisa un abrazo. Señora, abráceme, conténgame. Se lo doy, claro. En silencio y sin mirarlo, "expando mi burbuja" hasta incluírlo. Viene a mi mente el corazón ardiente de Jesús, es realmente calor lo que generamos. El flaco se acerca a la puerta para descender, pero antes se da vuelta y hace un gesto mínimo con la cabeza. Respondo de igual modo, pura discreción.

martes, 16 de septiembre de 2014

Relatos salvajes

Relatos salvajes

Y fuimos a ver Relatos salvajes, al fin. A tres pesitos la entrada, pueden creer? Me gustó mucho, la recomiendo calurosamente.

Ahora veo posibles relatos salvajes por todos lados.

Por ejemplo, una señora toca el timbre en el colectivo. Se prende al timbre, en realidad. "Mirá que te toqué en la parada, ehhh???", dice irritada. El chofer la mira por el espejo y parece demorar lo suyo en detener el colectivo y abrir la puerta.

Por ejemplo, viajamos con una amiga en su auto. Otro automovilista le cierra el paso, mi amiga se adelanta y le hace un gesto obsceno por la ventanilla. No, no el fuck you, el otro.

Por ejemplo, un automovilista que va hablando por celular encierra al Hombre, que circula en bici. Igualados ante un semáforo, el Hombre increpa: "¡Hijo de puta! ¿Sos pelotudo vos, querés matarme?"

No podemos saber qué día está teniendo el otro. Puede ser un "Bombita", a quien la mujer acaba de comunicar que desea separarse.

Nadie muere en las vísperas (Menem dixit)

El tipo (usted, yo) enciende el motor y siente un poco de frío. Lo apaga y baja del auto para buscar una campera a su departamento. Cuando vuelve, no encuentra el auto. Está treinta metros más allá, hecho un acordeón, arrastrado por un colectivo sin control.



El templo

A veces hay situaciones insalvables. Esas que obligan a rezar: "Dios ayudame, estoy acá". ¿A qué templo acudir cuando ninguno da respuesta? Anoche pedí soñarla.

Y la respuesta llegó, clara y sonora: "El templo es el ahora". Este instante y éste y éste.
Buenos lugares para quedarse.

martes, 9 de septiembre de 2014

Cositas sueltas

De shopping

"Yo antes era muy shoppinera", cuenta Susana. "Primeras marcas, compraba Lady Stork, Ladybug, me vestía en Etam. Daba clases en la isla y hasta ahí me iba de tacos, era parte del trabajo, los chicos venían a abrazarme... a los chicos les gusta verte bien vestida".

Dice Susana, y a mí se me cruza la imagen de Evita.

"Hasta que un día me pagaron en patacones. No te miento, un fajo así, porque había cobrado también el aguinaldo. Y fui al shopping y no pude pagar ni un mísero café. 'Ustedes tienen que aceptarme este dinero, es moneda de curso legal, lo dispuso el mismo gobierno'. No hubo caso, nadie los quiso. Un shopping al que iba siempre, podés creer. Ahí me hizo como un click, me di cuenta de que yo sin guita no era nadie y pensé: '¿Qué estoy haciendo? Al final laburo para pagarle a otros...' y empecé a recortar gastos".

La historia es interesante, le pregunto cuáles.

"Tenía teléfono fijo y celular, me quedé con el celular. Tenía IOMA y la obra social de mi viejo (si vos seguías pagando podías mantenerla) y además me había anotado en el Británico porque quería experimentar una medicina de excelencia. Me quedé sólo con IOMA. Di de baja el cable".

-¿Pero tenés tele?
-Sí, miro canales de aire. Y escucho mucha radio. Sobre todo Radio Mitre, que será lo que será pero te bate la justa. Estoy muy informada, hay gente que no sabe que degollaron a un periodista.

Corté el gas, sigue Susana.

-¿Y cómo te las arreglás?
-Con un anafe.
-¿Y sos feliz?
-Estoy tranquila, no me preocupo por el saldo de las tarjetas, ni los resúmenes del Banco.

Las chicas de Starbucks son muy amables, comenta luego. "Te dan agua caliente, vos te traes un poco de café...".

Esta luz impiadosa

Qué vieja estoy, pienso mirándome al espejo. El público de la feria pasa y pasa, me mantengo en un segundo plano, después de todo quien debe lucirse es el puesto. Así y todo no puedo evitar condolerme: arrugas por aquí, arrugas por allá (arrugas de collar, me enteré que se llaman), un mechón de canas sobre la frente y esta luz impiadosa que resalta cada defecto. Bueno, después de todo estoy casi en mis sesenta, no está tan mal por ser una viejita.

Una linda vieja. Ya no hay conflicto.

Vacaciones

El Hombre se fue a Mendoza, tres días. Y yo me propongo aprovecharlos a full. A las cinco (¡!) de mi primer mañana sola, me levanto con el propósito de limpiar a fondo el baño. Su idea de la audacia era vestir un pantalón blanco. La frase, rescatada de vaya saber dónde, salta como Jack in the box mientras froto el lavatorio.