Suelo ver Bendita, el programa conducido por Beto Casella, sin otra pretensión que la de bajar un cambio y, no pocas veces, reir con ganas. ¿Es Redrado histérico o perverso, es el de Maradona un amor enfermo? Todo eso debatido mientras mastican galletitas y publicitan antiespasmódicos. Aquí y allá aparece alguna perlita, como las intervenciones de un psicólogo de quien no retuve el nombre.
Vez pasada lo enganché hablando de la entelequia. La entelequia, explicó, es una verdad que no se discute. Un ejemplo de entelequia podría ser la aseveración de que todos -tarde o temprano- moriremos. Los chicos tienen sus propias entelequias: una afirma que los padres son buenos. Un niño no percibe errores ni conductas reprobables en sus padres, en cambio siendo adulto puede discernir. El psicólogo escribió en la pizarra una P y un signo + y los envolvió en un círculo. Papá bueno. Ahora bien, a veces la realidad muestra otra cosa; papá insulta, golpea o es abandónico. Aquí trazó una R, también envuelta en un círculo. Al chico se le presenta entonces un problema enorme, en apariencia insalvable, la entelequia y la realidad que la desmiente. ¿Cómo deshace el embrollo mental, a qué conclusión arriba? El psicólogo volvió a la pizarra y debajo de la P+ y la R trazó dos flechas que se unieron en la siguiente frase: No soy digno.
Qué terrible para la autoestima, pensé con los ojos redondos como el dos de oro. A lo largo de toda una vida, incluso.
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