Suele suceder que las calles cortadas por una maratón dificulten la llegada a San Telmo. Así que, previsora, llego más temprano y camino por Belgrano hacia Paseo Colón buscando un bar abierto. Llaman mi atención unas gotas de sangre en la vereda. Cuatro o cinco, no más. Pero que se repiten. Y se repiten. Y se repiten. Como en esos cuentos de baqueanos, me hago ducha en el arte de seguir el rastro. Ahora está aquí, ahora zigzaguea, ahora desciende casi hasta el cordón, ahora sube hasta el cantero. Olvidada del bar, doblo en la esquina de Balcarce y levanto la vista, casi esperando ver el cuerpo tirado.
La calle está vacía. Una hermosa calle en un día luminoso. Las hojas de los árboles brillan, la sangre en la vereda brilla. Avanzo con cautela, de reojo reconozco la figura de Don Fulgencio con sus globos. Un contraste dramático con el enorme charco que se presenta, apenas cruzando la calle. Quienquiera haya sido atacado, ya no está. Cerca de la esquina siguiente, en la puerta de un edificio, algunos hombres conversan. Les explico que todo alrededor de la manzana hay un rastro de sangre, hago hincapié en que es reciente, señalo el lugar del hecho, pido que llamen al 911 para que ubiquen y ayuden al herido, mi celular no tiene crédito. El hombre al que me dirijo mira hacia otro lado, algo murmura de la pelea, pero no se hace cargo. Encaro a uno de sus compañeros y repito todo lo dicho. "Llamá al 911, por favor". Es un alivio leer su mirada.
Después, en la feria, le cuento a una compañera. "Tenía miedo de encontrar al tipo ahí, desangrándose en la vereda". Mi compañera se encoge de hombros. "Ah, yo sigo de largo..."
Danza con lobos
El hombre usa un saco que le queda holgado por donde se mire. Lo vemos siempre, esta vez se para a conversar.
-¿Se da cuenta de que vivimos rodeados de cemento?
-Ajá.
-¿Se preguntó alguna vez por qué vivimos así?
-Me lo pregunto todos los días.
Mira mi puesto y dice: "El trabajo de los indios. Mi película favorita es Danza con lobos, qué linda película". Sus ojos tienen el celeste de las venecitas. "Ah, un peliculón...", acuerdo.
"La música, todo". Cómo habrá hecho para ver Danza con lobos, me da por pensar. Parece adivinarlo.
-Yo ando medio en la mala ahora, pero ya voy a repuntar.
-Seguro.
-A ud también le va a pasar, el barco en el que viaja se va a incendiar hasta no dejar rastros.
-Uh, no me diga así...
-Es que es cierto, algún día va a pasar. Tiene que tener coraje y aferrarse al timón. Como hago yo, que estaba enfermo y me levanté igual. "Vamos, un día más". Y me curé.
A pesar de faltarle varios dientes, tiene cierto aire aristocrático.
-Escúcheme, hay refugios donde ud puede ir, darse una ducha, comer algo caliente.
-Ni loco, ahí van todos los indigentes.
-...
-En la calle estoy bien, en la calle estoy bárbaro. Los otros días se me sentó uno al lado, lo miré así y se levantó y se fue. Además actúo con inteligencia, ahora tengo setenta pesos en el bolsillo... ¿los voy a tirar en un hotel? ¿Setenta hoy, ochenta mañana?
La idea -explica- es comprar un terrenito y hacerse su casa.
-Pero para eso hay que producir mucho. ¿Ud cómo hace sus pesitos?
-Yo vendo lo que encuentro. En un tiempo vendí medias, pero no funcionó.
Mete la mano en una bolsa de consorcio (no tuve conciencia de ella hasta ahora) y saca una corona de plástico plateado, una tristeza de cotillón. "Para las nenas", dice. Claro, para las nenas.
-Los otros días encontré una campera buenísima. No la vendés, no la vas a vender, me preguntaron. Y la vendí, ochenta pesos.
-...
-Bueno, que tenga un buen día. Chau, amiga!
Como una mariposa grande y gris, la palabra se posa en mi pecho.
Y? ahora me dejó con la intriga! Vino la poli o no vino? se supo algo?
ResponderEliminarQué galería de personajes esa feria. Y el personaje principal es Ud. que todo lo vé.
Dentro de lo triste de su circunstancia, produce una especie de sonrisa la fe de ese hombre.
ResponderEliminarSaludos, Maia.
No sé, espero que sí.
ResponderEliminarLos turistas también aportan lo suyo. El sábado pasó un colombiano (creo) pidiendo una pinza. Venía del hospital, le habían dicho que buscase una joyería para quitarle un anillo a su mujer. La pobre señora tenía el dedo hinchado y oscuro, ahí fue un compañero a luchar con su pinza para cortar el anillo que lo estrangulaba. Un señor anillo, con un rubí y qué sé yo. La mujer gritaba de dolor (su nene se iba lejos, tapándose los oídos) y todos nosotros alrededor, mirando con curiosidad científica.
"La buena acción del día", le dije a nuestro compañero cuando se fueron. "No era oro, el oro se corta enseguida, eso era bronce bañado en oro". Y me mostró, ya que estaba, un enorme pedazo de ámbar con una langosta atrapada dentro.
-Así te van a encontrar a tí dentro de 150 años. Ten cuidado, lo pagué una fortuna.
"No te puedo creer... ¿esto es ámbar, ámbar? ¿No será resina?", dije estudiando las burbujas dentro de la pieza. "Claro que es ámbar, huélelo". Huele a miel, Nayru.
Llámeme cándida, si quiere, pero yo creo que esta gente tiene un Dios aparte. Si ese terrenito es deseado de corazón, es muy probable que lo consiga.
ResponderEliminar¡Cómo anda, Rob! ¿Para cuándo un posteo? Se debe a su público, como dice Mirtha.
Muy impresionante tu primer relato y, sobre todo, muy impresionista (el brillo, la luz, la sangre...).
ResponderEliminarEn el segundo, la frase "Ni loco...ahí van todos los indigentes" me recordó a la reacción de mi vieja o mi suegra cuando les sugerimos ir a tal o cual taller para la tercera edad: "Ni loca, ¡está lleno de viejas!"
Ah, ¿las ventas bien?
Hola, Betina. Las ventas de aquel domingo, maso. Hoy bien, muy bien. Por suerte, porque la mañana (cinco de la mañana) empezó con una tormenta eléctrica digna de verse.
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