viernes, 16 de agosto de 2013

Una conversación inteligente



Se me ha hecho costumbre conversar conmigo misma. Es útil. Es también -dice una compañera de feria- la única forma de mantener una conversación inteligente. Toda esta semana estuve (estoy, todavía) intentando poner orden después de la mudanza.
Buen Dios, no invoco Tu Nombre en vano. Qué quilombo. Así que volviendo a lo que les contaba, empiezo mis días más o menos así:

"Bueno, dale, ponete las pilas. A ver por dónde podemos empezar... ¿te parece por acá?" Ah, porque me hablo y me contesto. Y lo bien qué hago, es difícil mantenerse centrada cuando una encuentra juntos un protector bucal y la Partida de Nacimiento Original, según consta en el sobre. Cómo no tener bruxismo, imposible zafar del bruxismo.

Bien, bien. Bien bien, mejor hacerse un café. Nos probamos el protector bucal ante el espejo del botiquín, nos da cierto aire a pugilista. ¿Lo usaremos alguna vez? Creemos recordar que estas cosas salen caras, así que lo enjuagamos y dejamos secar dentro de su estuche, sobre el tender de ropa. El tender de ropa está detrás de la bicicleta que está al costado de las plantas que están al lado de la mesa. Sigamos, me digo. Hurgo en una bolsa de consorcio y saco una carpeta de Sarah Kay con los elásticos vencidos. Curso de Nivelación, dice la etiqueta (también de Sarah Kay, con vestido de patchwork, botitas y cofia). No me animo a tirarla. ¿Y si algún día vuelvo a ejercer? ¿Y si no recuerdo, por ejemplo, que la Dirección de Educación Primaria depende de la Dirección Provincial de Educación Básica que a su vez depende de la Subsecretaría de Educación que a su vez depende del Ministerio? ¿Y si paso vergüenza? Menos mal que me hablo. Si alguna vez vuelvo a ejercer (cosa improbable), habrá un nuevo Curso de Nivelación o alguna otra manera de ponerse al día. Doblo en dos la carpeta de Sarah Kay, la meto a presión en el tacho de basura y me congratulo por mi sensatez. ¿Cuál? La siguiente media hora la paso agrupando las agujas de un viejo costurero. Dentro reposan tres huevos de madera. Tres. Para zurcir. "Pero si vos no zurcís". Qué importa, cómo voy a tirar el huevo de madera de mi abuela, si hasta tiene un nudo precioso. Y el pintado es de la Omi, mi profesora de alemán. El tercero no sé.
"Qué buena idea, voy a poner los tres juntos en un cuenco de madera". Busco y busco, pero la única caja de madera donde entran es demasiado chica, no se entiende qué hace el huevo más grande asomando y menos con esa grieta que le sale del nudo. Resignada, guardo todo el contenido del viejo costurero en una bolsa, al lado de dos (2) riñoneras antirrobo.

Cuando el Hombre se va, me encuentra planchando.

-¿Qué hace? Tire eso, los pañuelos no se usan más.
-Alguna vez nos van a invitar a un evento importante y va a quedar feo que saques papel higiénico del bolsillo.
-Pañuelos descartables.
-No.
-Rollo de cocina.
-Ah, muy elegante.

Digo eso y plancho la esquina de un pañuelo minúsculo, con feas flores rojas sobre fondo blanco.

-Además los pañuelos sirven para no planchar directamente sobre la tela.
-Para evitar el brillo en las camisas.
-Para evitar el brillo en las camisas.

Tengo que ser más agradecida. Hace tan sólo una semana parecía imposible que se pudiese guardar todo y ahora... ahora sólo quedan unas cuatro bolsas de consorcio.
Buen Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario