Gente y más gente, con puestos improvisados en las veredas, con carritos, esquivando baldosas rotas, esquivándose, la zona es hoy un hervidero. La luz se corta mientras camino en busca de un batón de algodón para mamá y algo igualmente fresco para mí. Por suerte (¿por suerte?) cada local parece contar ahora con su propio generador eléctrico, casi todos marca Gamma u Honda. El cablerío que ingresa a los comercios se resguarda apenas bajo cartones pegados a la vereda con cinta de embalar. Alguna gente lo elude, otros -más distraídos- lo pisan o le pasan el carrito por encima. Giro la cabeza buscando entender de qué trata esto de los seis mil, seis mil quinientos... qué? escritos al costado de los aparatos y cruzo miradas con un hombre que vende carteras en la vereda, a pleno rayo del sol. Parece agradecer que alguien vea más allá de las ofertas del día, su paño se ubica entre dos generadores, a cual más ruidoso. No sólo son ruidosos, largan además un calor sofocante. Dos pasos más allá hay otro generador, y otro y otro más... hasta donde la vista alcanza. "¡Es inhumano!", le grito haciendo bocina por sobre el rugir de los motores. El hombre asiente, no sé siquiera si alcanzó a escucharme. Un camión de bomberos se suma al infierno.
El vendedor refleja mi mismo desgano, los dos nos acercamos arrastrando los pies. ¿Tiene polleras? ¿Vestidos frescos? Señala un perchero lleno de prendas largas y coloridas. No, busco para mi mamá. ¿Puede ser -me digo varios intentos después- que abusen tanto de las imágenes tropicales y parisinas? Arrastro mi humanidad hacia una calle paralela, allá (me prometieron) hay ropa de señora. Sí, vestidos traslúcidos o de telas sofocantes. No puede ser tan complicado, mi reino por algo frío. ¿Dónde hay un kiosco? Ahí, en la esquina. Es más un boliche de barrio, muy viejo y oscuro, que tienta desde sus pizarras con platos como Patitas de pescado o Lentejas rellenas. No me da la cabeza, será el calor. ¿Cómo puede rellenarse una lenteja? Las patitas, ¿no eran de rana? Ante la duda, me abstengo. En la cuadra siguiente cruzo a dos senegales con bebidas en sus manos. ¿Quién las vende? "Ella, rico, rico", contesta uno de los negros. "Una levité pomelo", suplico a la mujer con la heladerita a sus pies. Ella aclara que vende limonada. Casera, se entiende. Pego una ojeada a las botellas rescatadas, aún con restos de etiquetas... y sigo. Un tigre de fauces temibles, con ojos de plástico facetado, acecha desde una remera. Back to dark, dice la de al lado, en letra gótica.
Todas las religiones, habidas y por haber, aconsejan agradecer al Universo en orden de armonizar con él. Agradezco, entonces, toda esta oferta desplegada en las veredas: imanes de heladera, monstruos de plástico que CRECEN EN EL AGUA, zapatos de plataforma, tres remeras por noventa pesos, relojes pulsera fosforescentes, medias cortas y largas, collares chinos a cinco pesos SÓLO POR HOY. Agradezco a la ¡clienta! que en un local me dispara un "Ud debe ser un XXL...", sin saber siquiera qué ando buscando. Agradezco a los comerciantes que sólo venden al por mayor y no lo aclaran desde la puerta, a los que exhiben prendas que se les terminaron, a la empleada que informa que la ropa "no puede probarse", mientras mordisquea un helado petrificado. Eso sí, puedo yo comprarla y si no me va, volver y cambiar el talle. La lógica indica que no hay diferencia alguna entre probarme la prenda en el local o hacerlo en casa. Lo que pasa, cabecea la piba, es que su jefe está muy nervioso. "Tómeselo con calma...", le digo al hombre. "Eh! Pero imagínese, señora, sin luz..." "Sí, comprendo". Y agrego, con toda alevosía: "Ahí afuera hay un pobre mantero entre dos generadores, con un ruido imposible..." "Y bueno -contesta sin mirarme- es el precio que tiene que pagar por no haber elegido otra actividad".
El hilo se corta siempre por lo más delgado.
En la zona de Avellaneda y Nazca, los comerciantes venden la ropa a precios más que accesibles. Por estas fechas, no parecen recordar a quien de verdad los perjudica, especulando con el precio del alquiler o exigiendo una fortuna de llave. A la hora de indignarse apuntan hacia abajo, a los manteros, en su mayoría familiares de obreros explotados en talleres clandestinos.
Volviendo a casa, el colectivo se desvía. Hay un piquete a las puertas de Edesur, han cortado la avenida usando un volquete y varias bolsas de basura. Desde dos carros de infantería vigilan a los manifestantes. Así y todo, algunos se animan a lanzar lo que tienen a mano contra las persianas bajas.
"El precio que tiene que pagar por no haber elegido otra actividad", caramba, se le había recalentado la sesera al "jefe"...
ResponderEliminarQue 2014 nos haga más benevolentes. No sólo porque lo pida el famoso Francisco, sino para hacernos la vida más fácil.
Son pobres porque quieren, diría Susanita. Si se visten como pobres, comen comida de pobres y viven en barrios de pobres, nunca van a salir de pobres.
ResponderEliminarLos otros días envié en un mail el link a un video de Nick, este hombre sin extremidades al que aprendí a admirar. Pero no lo había visto entero. Cuenta Nick, casi sobre el final, que la hijita (dos años, algo así) de unos amigos suyos se despidió en una reunión abrazando a todos. Y que cuando llegó a él se lo quedó mirando "como veinticinco segundos". Guau, pensó Nick, le debo parecer un bicho raro. Entonces la nena hizo algo extraordinario, ocultó sus manitos detrás de su espalda y lo "abrazó" con el cuello. Me pareció el mejor ejemplo de empatía, tan chiquita y tan sabia. Un poco más de eso en este año que comienza.
Abrazo
Qué maravilla. Es así, hay personas que a los 2 años saben todo lo que hay que saber y otras que, a los 100, no aprendieron nada de nada.
ResponderEliminarComo decís, que haya mucho más de lo primero, en este año, en este mundo.
Un abrazo
Que así sea, Betina.
EliminarPara este año me propuse... ¿quiere saber qué me propuse? Ahí va: entre otras cosas, tener una salud radiante o, si prefiere, resplandecer de salud (no estoy sola en esto, según una encuesta es la meta de la mayoría de los argentinos), pasar de manualista a artesana y aprender a escuchar. ¿Qué otra cosa hizo esta nena, sino escuchar con todos sus sentidos lo que pasaba ahí enfrente? Me di cuenta varias veces de que contesto velozmente, tiene que ver con retrucar, con no quedarme dormida o lo que es lo mismo, que no me madruguen. Ayer mismo hice la experiencia de no responder así, tan de una, a ver qué pasaba. Y lo que pasó fue que quien dijo lo que dijo tuvo que hacerse cargo de sus palabras. En el silencio que siguió, las palabras quedaron ahí, flotando. Yo fui después, tranquila, y repetí sus conceptos haciendo ver que comprendía de dónde venía todo. Y eso fue todo, no hubo "puntos de vista", no hubo tensión, no tuve necesidad de probar nada.
Paz.
Pero qué bien, hizo los deberes! Y, salvo lo de pasar de manualista a artesana (no sé cuál es la diferencia, disculpe), comparto sus propósitos. No es que sea una talibana de la vida sana, en salidas o reuniones me doy el gusto de comer lo que me da ganas, pero en general trato de comer lo más sano posible: hace años dejé las frituras, como menos carne roja, aumenté el consumo de vegetales, frutas y cereales, trato de bajar el de harinas refinadas y desterré las galletitas dulces (prefiero, cada tanto, clavarme unas ricas medialunas). Y la verdad es que me siento mejor.
EliminarMe quedé pensando en su segundo propósito: yo también soy bastante "leche hervida" y muchas veces me arrepiento de hablar o retrucar casi en automático. Interesante su experiencia, la tendré en cuenta.
Mire,... Yo todavía no había pasado en limpio mis metas para este año, y usté me aportó 2! Se agradece :)
En líneas generales, los manualistas hacen manualidades (valga la redundancia), pintar cajas compradas, armar bijou con insumos industriales, cosas así. En cambio los artesanos transforman el material con el que trabajan, como pueden ser la cerámica, la madera, el cuero, el metal y demás. Por ejemplo, si yo fabricase mis propios insumos me transformaría en artesana. Sucede que para eso tendría que armar hasta las cadenas, eslabón por eslabón y eso nadie lo paga. ¡Pero hay ferias que lo exigen!
ResponderEliminarLa idea es encontrar el equilibrio: ni hacer todo con los dientes, ni revender. Por suerte estoy en dos ferias completamente distintas, una me obliga a ser cada vez más creativa, la otra me empuja a tener viveza para competir con cientos y cientos de revendedores.
No hay que hacer dieta, dicen los que saben, sino cambiar los hábitos. Vengo más o menos como ud, pero me pierde el queso, es más fuerte que yo.
Clarísima la explicación, gracias.
EliminarHace mucho tiempo tuvimos nuestra época de artesanos con O (trabajábamos con cerámica). Fuimos al CCGSM y todo, nos dieron habilitación para estar en una feria, pero duramos un fin de semana en la de Parque Lezama (no vendimos nada y nos robaron una pieza, juas). Cero pasta de vendedores, qué va'cer.
Ja! Suele ser así, hasta que uno engancha la onda. El primer día yo tampoco vendí nada. Encima tiré el paño en el piso, así que me sentí muy "kelper" allá abajo, ensuciándome. Ese domingo pasaron de largo cientos y cientos de personas. Pero un hombre volvió sobre sus pasos, miró mis cosas y me sonrió. Aunque parezca mentira, eso me dio ánimo para seguir yendo.
ResponderEliminarEn general, se respeta poco al feriante. Una vez tuve una discusión con un turista que paseaba con su mujer, tremendas cámaras (los dos), ropa de marca, etc. El hombre pedía descuento. Yo, nada. Y pedía descuento. Y yo ahí, firmetex. No era que quisiera llevar no sé qué cantidades, se trataba de un solo artículo a un precio más que razonable. Al final me cansé y le dije: Escúcheme, es mi trabajo, cómo le caería a ud que su jefe le dijera "Dele... le hacemos un descuentito en su sueldo, ¿qué le cuesta?" Santa paz, sonrió medio avergonzado y pagó sin chistar.
Nosotros habíamos alquilado tabla, caballetes, etc. Fue toda una movida, cargar las cosas, estar parados todo el día...y la tierra! (había mucho viento esos días y volvimos marrones). Se ve que además de no tener pasta de vendedores tampoco teníamos alma de artesanos, si no, seguramente habríamos insistido.
ResponderEliminarEl cliente canuto, no sería griego o marroquí ? Porque tengo entendido que, para ellos, el regateo es una práctica casi obligatoria (igual, tu argumento fue irrebatible, ja).
Sí, a medida que pasan los años llevo cada vez más cosas. Saquito (por las dudas refresque), ojotas plásticas y nylon (por las dudas llueva), sombrero, protector solar, Off, broches para sujetar el paño, el paño mismo, por supuesto la mercadería, exhibidores, sobres y bolsitas, cinta scotch, cinta de embalar, etiquetas para los precios, tijera, pinzas, papel higiénico, pañuelos descartables para limpiar, comida en un tupper, agua filtrada en la cantimplora de la bici... y el diario. Ah, aquellos tiempos en que me iba con un bolsito de la feria a un recital en la costanera sur, ¿dónde quedaron?
ResponderEliminarEl cliente era norteamericano. Un solo tipo, en tantos años, tuvo a bien preguntarme: "¿cómo es la cosa acá, se regatea?" y me dio la oportunidad de explicarle que no, que estaba mal visto. Me pareció inteligente de su parte.
Jajaj, una minimudanza, claro... Las mujeres en general somos muy previsoras; en mi cartera hay de todo, y ese "todo" (curitas, lima de uñas, alfileres de gancho, gomitas para el pelo, un abanico, tafirol, carilinas, etc, etc, etc) me salvó (a mí o a otros) en varias oportunidades.
EliminarUn caradura, el yanki.
Ayer no llevé el saquito. Estuve a punto de buscarlo, pero después me dije: "Ufa, dónde está la aventura? Siempre cargando saquito, paraguas..."
ResponderEliminarMe canté de frío todo el día.
Hoy salió en Clarín una nota a dos páginas sobre la feria. No nos deja muy bien parados: "La feria trucha de San Telmo a Plaza de Mayo". Pardiez.
Tal cual, igualito. Como soy más bien friolenta y no me banco mucho el aire acondicionado (salvo que haga 40º) siempre llevo saquito. Y cuando amanece nublado, paraguas. Cada vez que se me ocurre hacerme la improvisada, la aventurera como vos, ocurre: me congelo y/o me empapo.
EliminarUy, qué garrón. Lo que pasa con las ferias- no solo con la de San Telmo- es un tema, porque es cierto que, mezclados con los artesanos, hay un montón de puestos que no tienen nada que ver con nada, y opacan lo lindo y genuino de la feria... Recórcholis.