Un tiempo bisagra, un antes y un después, dios cierra una puerta pero abre una ventana, y mientras tanto la nada pasa, día de la madre sin madre ni hijos, feliz día seguro serás una madre de la vida, me dice un inspector pura ternura. Feliz día, festeja una compañera. No soy mamá, contesto. ¿No sos un poco madre de tus sobrinos, de los hijos de tus amigas? Flaco favor le hacemos a las madres verdaderas (respondo) si todas, todas somos madres de nuestros amigos o creaciones. ¿Sabés lo que es parir? Mi compañera, que tampoco es mamá y tiene un aire a Pachamama, no acepta mis reparos. Finalmente consigue que nos felicitamos mutuamente, una forma como cualquier otra de empezar bien el día. En realidad lo que ha logrado es que cabeceé en señal de aceptación, más a su buena energía que al discurso mismo.
Perdoname, yo pensé que eras mamá, dice contrito un compañero. Es que Roberto piensa que todos son iguales a él, interviene Caritas. Igual es un alivio no serlo, con estas ventas. Que una aguanta a papa y mandarina pero un hijo es otra cosa. Feliz día a quien corresponda, dice alguien más allá. Feliz día de la familia, amplía otro, generoso. Roberto se acerca a media tarde buscando en el celular la foto de su nieta. "Tenía una hora de nacida y ya la habían disfrazado". Limpiate acá, le digo señalándole una baba inexistente en la comisura del labio. "Qué va a decir el abuelo..."
Oscar viene de visitar a su madre, internada en una lujosa clínica de rehabilitación. En realidad sospechamos que se trata de un geriátrico encubierto, ¿qué clase de rehabilitación puede lograrse con dos horas de kinesiología diarias y las restantes veintidós en cama? ¿Cómo está Sofía? Bárbara, dice Oscar, hoy conoció a su bisnieta. Uh, hay que llegar a ser bisabuela..., digo y me alejo de sus ojos oscuros, de la sonrisa que no le llega a los ojos.
¡Feliz día, mamá!, me grita a la pasada un borracho. Gracias igualmente, respondo, a esta altura tan mareada como él. Feliz día del madro.
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