Hay días en los que todo sale bien, de una. No digo que seamos máquinas de eficiencia, pero en general las cosas funcionan. Otros días no.
Hoy aprendí una gran lección: todo se puede arreglar. Después de trabajar durante horas en una pieza, se me resbaló y fue a parar al piso. Aparentemente no había sufrido mella, pero después le descubrí un golpe feúcho nada menos que en el centro. Pegué otra pieza -especialmente diseñada para una superficie curva- y me distraje un momento. Cuando volví a verla se había deslizado, dejando un rastro de adhesivo extra fuerte. Así con todo. Me la pasé lijando, puteando, despegando, volviendo a pintar y a repintar. ¿Y cómo quedaron las cosas? Perfectas. Pero de veras perfectas, nada de medias tintas.
Entonces pensé... ¿qué hacemos en la vida, si no arreglar lo que presenta fallas, una y otra vez? ¿O no vamos al dentista y a la peluquería? ¿Acaso no llevamos el auto al taller, hacemos terapia, empezamos una dieta? ¿Por qué iba a ser diferente con las manualidades o artesanías? Para esta perfeccionista supone un gran alivio.
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