Anoche haciendo zapping me detuve en Bendita, el tipo de programa que casi todos negamos ver. Cuando lo enganché, cargaban a Evelyn Von Brocke por su participación en el Bailando. La esperanza de los enyesados, la anunció Beto Casella. Una señora tuiteó en su momento: "Aquí estamos, moviendo el televisor para que Evelyn no parezca quieta". Otro dijo que en el campo, al compás del viento, los espantapájaros tienen más ritmo.
¡Y el jurado! Nacha Guevara dijo que se notaba que nunca había bailado, acto seguido le preguntó por qué quería hacerlo. Yanina Latorre tuiteó: "¿Cuándo baila Evelyn?" (en medio del baile, claro). Soledad Silveyra afirmó que era casi una burla que se hubiese presentado. Polino le preguntó si estaba fumada. A todo esto la susodicha aguantaba a pie firme el tape de su performance, sonriendo y sosteniendo una suerte de marioneta que la representaba, con brazos y piernas de madera.
Qué quieren que les diga, me parece buenísimo que alguien tenga ganas de bailar, y lo haga. Como tantas y tantas mujeres (y hombres, ésta no es una cuestión de género), sufrí un desengaño amoroso importante, de esos que parten el corazón. Anduve hecha un trapo alrededor de un año, me costó lo mío recuperarme. No puedo menos que aplaudir, entonces, que una mujer abandonada salga y enfrente al jurado, al público y a millones de televidentes haciendo lo que menos bien le sale. Con actitud. Sin carisma, un tronco... lo que ustedes quieran, pero con actitud. Es una manera de decir sigo viva, acepto los desafíos, me puse de pie nuevamente. ¿No es eso preferible a permanecer en la cama tapada hasta la nariz, sin ganas de nada?
Bailar debería estar al alcance de todos, ¡es una actividad natural! Una celebración de la vida. Diez puntos para Evelyn, por corajuda.
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