Porque todo eso es energía estancada, sostiene Miguel. Hablamos de la ropa que no usamos. A pesar de regalar y vender muchas prendas, aún no puedo planchar una camisa y colgarla en el placard hasta el próximo uso (la ropa sigue bastante apretujada).
Veo en estos días varios programas de experiencias paranormales, casas embrujadas y demás. En todos aconsejan buscar el objeto "oscuro" que pueda estar causando los disturbios. En un caso es una antigua jeringa que tal vez haya servido para inyectar arsénico a niños abandonados en una granja de bebés; en otro una caja oscura, envuelta en un trapo, que guarda la imagen de San La Muerte.
Tiene razón Miguel, todo es energía. Hay tantas cosas con carga emocional... ¡Las fotos! ¡Los mechones de pelo, los dientecitos! ¡Las cartas y postales!
Abro el antiguo arcón, ese que resiste mudanza tras mudanza, y la encuentro después de revolver un poco. Mi propio objeto oscuro, una caja toscamente trabajada a mano. Así y todo tiene cerradura, bisagras y una ranura de alcancía. En el reverso de la tapa hay una hoja con una cuadrícula trazada a mano alzada. Quienquiera la haya diseñado escribió con plumín nombres y números. D'esel 16 1/3 dice en el primer cuadrado (y debajo algo inteligible), Hans 23, Fritz 2.50, Albert 5 M, Peter 1 M... y más y más nombres. El fondo de la caja está empapelado con una vieja publicidad donde se lee FÁBRICA de TABACOS, Especialidad de Vuelta abajo.
Esta caja, la caja alcancía, alberga a su vez una caja pequeñita de madera, de unos 8 cm. de largo por 2 de ancho. A simple vista semeja un ataúd largo y estrecho, en su tapa luce un delicado trabajo en relieve: un tallo con hojas, flores y capullos. Sobre ellos, la palabra ZÜRICH. Y dentro... dentro hay una talla de marfil, o tal vez hueso. Es una cabeza (agujereada de lado a lado en sentido vertical) de apenas 1 cm de alto. Cualquiera puede reconocer el rostro de Jesús, con su corona de espinas y su barba. Lleva los ojos cerrados. Cuando uno gira la pieza, se topa con una calavera. De perfil se observan ambas mitades, es una buena talla. Qué fantástico sería -pensé siempre- que la encuentre un chico. La alcancía, y dentro la cajita, y dentro... ¿el símbolo del Bien y el Mal? ¡Todo guardado en un arcón de principios del siglo XX! Cómo se dispara la fantasía con estos hallazgos. Aunque ahora no sé...
Miedito.
miércoles, 26 de febrero de 2014
lunes, 24 de febrero de 2014
Pequeñas historias
Fotos no
"Tengo esto, pero no sé a quién regalárselo", dice Yesenia. "Esto" es una muñeca de tela. Luce largas trenzas negras, viste pollera y sombrero coloridos y lleva en brazos a un pájaro con una flor en el pico, ambos primorosamente tejidos. Cuando la giro, admirada, veo que carga un bebé envuelto en aguayo. "Yo sí sé", contesto. Y le cuento de la hija de la almacenera de mi barrio, que ayer cumplió cinco años. Llevaba prendido a la remera un cartel que decía Hoy es mi cumple y todos la saludaban y felicitaban. Así que Yesenia me entrega la muñeca y yo la recibo pensando que es un buen regalo, más teniendo en cuenta que convivimos con una gran comunidad boliviana. Mucho mejor que una Barbie, lejos.
Un turista de sombrero pretende tomar una foto de Yesenia. Es entendible, tiene una interesante cara de mulata (la cabeza llena de rulos apretados) y está sentada en el piso de piernas abiertas, armando pulseras con su telar. Pero ella se da cuenta y lo increpa airada: "fotos no". El turista no desiste, podemos verlo rondando a nuestras espaldas. Lo miro fijo, encuentra mi mirada y se le cae la cámara. La recupera presuroso y prueba enfocando los tejidos de Mónica. Parece que la máquina no ha sufrido mayores desperfectos, ahí vuelve el hombre a las andadas. Al final lo encaro con amabilidad, ¿qué es lo que busca tanto? Situaciones, responde. Resulta ser dinamarqués, le explico que con tanta foto los feriantes nos sentimos invadidos. Lo entiende, claro que sí, pero se justifica alegando que dos de nuestros compañeros han posado para él sin problemas. Ajá, pero a nosotras nos ha fotografiado de prepo, o no? Sí, confiesa con simpatía.
Un par de días después busco mi paño para lavarlo y encuentro la muñeca de tela. Es tiempo de entregarla. Entro al almacén buscando a la nena, la madre me dice que anda por ahí con su bicicleta. "¡Tiene un bebé!", descubre sorprendida al inspeccionar la muñeca. Me siento a su lado en las escaleras del edificio y pretendo tomar una foto para llevarle a Yesenia. "No quiero que me saques una foto", dice la nena. Su pelo es ahora una larga cortina negra y ya no puedo verle la cara. "Tranquila... mirá, no te estoy sacando..." La muñeca ha sido dejada a un costado, me levanto y digo "Chau, amor".
Qué torpe me siento. A Yesenia le va a gustar la historia.
La gente está mala y egoísta
La puerta de entrada al edificio pesa como la de un castillo, la vecina que entra detrás mío murmura un agradecimiento. Lleva lentes, es menuda y va muy correctamente vestida, salvo el detalle de tener el cuello de la blusa dado vuelta. Típico de la gente grande, pienso mientras esperamos el ascensor. Mi mirada vuelve una y otra vez hacia ese cuello, con la misma inquietud de quien contempla un cuadro torcido. Algo me dice la señora, algo que involucra al verdulero de enfrente. "Ah, pero es que ahí no se puede comprar -la consuelo mientras abro la puerta del ascensor- los otros días le pedí dos plantas de lechuga y cuando me dijo el precio, dejé una". La zanahoria, ese es el tema. Ayer la tenía a nueve pesos el kilo, nueve con monedas, y hoy... ¡a quince! Es un escándalo. Mientras subimos noto su pelo conmovedoramente escaso, los zapatos de salir y la bolsa de tela apenas cargada. Tiene la voz suave, toda ella es querible y femenina. "Este hombre maneja sus precios, pero ¿cómo hacemos nosotros, los jubilados? La realidad es que tenemos que esperar hasta la próxima fecha del cobro. ¿Y los que tienen que pagar alquiler, gas, luz, teléfono y tantas otras cosas? La gente está mala y egoísta..." "No se amargue", le sonrío cuando baja. Ella sonríe también, consciente del desahogo.
"Tengo esto, pero no sé a quién regalárselo", dice Yesenia. "Esto" es una muñeca de tela. Luce largas trenzas negras, viste pollera y sombrero coloridos y lleva en brazos a un pájaro con una flor en el pico, ambos primorosamente tejidos. Cuando la giro, admirada, veo que carga un bebé envuelto en aguayo. "Yo sí sé", contesto. Y le cuento de la hija de la almacenera de mi barrio, que ayer cumplió cinco años. Llevaba prendido a la remera un cartel que decía Hoy es mi cumple y todos la saludaban y felicitaban. Así que Yesenia me entrega la muñeca y yo la recibo pensando que es un buen regalo, más teniendo en cuenta que convivimos con una gran comunidad boliviana. Mucho mejor que una Barbie, lejos.
Un turista de sombrero pretende tomar una foto de Yesenia. Es entendible, tiene una interesante cara de mulata (la cabeza llena de rulos apretados) y está sentada en el piso de piernas abiertas, armando pulseras con su telar. Pero ella se da cuenta y lo increpa airada: "fotos no". El turista no desiste, podemos verlo rondando a nuestras espaldas. Lo miro fijo, encuentra mi mirada y se le cae la cámara. La recupera presuroso y prueba enfocando los tejidos de Mónica. Parece que la máquina no ha sufrido mayores desperfectos, ahí vuelve el hombre a las andadas. Al final lo encaro con amabilidad, ¿qué es lo que busca tanto? Situaciones, responde. Resulta ser dinamarqués, le explico que con tanta foto los feriantes nos sentimos invadidos. Lo entiende, claro que sí, pero se justifica alegando que dos de nuestros compañeros han posado para él sin problemas. Ajá, pero a nosotras nos ha fotografiado de prepo, o no? Sí, confiesa con simpatía.
Un par de días después busco mi paño para lavarlo y encuentro la muñeca de tela. Es tiempo de entregarla. Entro al almacén buscando a la nena, la madre me dice que anda por ahí con su bicicleta. "¡Tiene un bebé!", descubre sorprendida al inspeccionar la muñeca. Me siento a su lado en las escaleras del edificio y pretendo tomar una foto para llevarle a Yesenia. "No quiero que me saques una foto", dice la nena. Su pelo es ahora una larga cortina negra y ya no puedo verle la cara. "Tranquila... mirá, no te estoy sacando..." La muñeca ha sido dejada a un costado, me levanto y digo "Chau, amor".
Qué torpe me siento. A Yesenia le va a gustar la historia.
La gente está mala y egoísta
La puerta de entrada al edificio pesa como la de un castillo, la vecina que entra detrás mío murmura un agradecimiento. Lleva lentes, es menuda y va muy correctamente vestida, salvo el detalle de tener el cuello de la blusa dado vuelta. Típico de la gente grande, pienso mientras esperamos el ascensor. Mi mirada vuelve una y otra vez hacia ese cuello, con la misma inquietud de quien contempla un cuadro torcido. Algo me dice la señora, algo que involucra al verdulero de enfrente. "Ah, pero es que ahí no se puede comprar -la consuelo mientras abro la puerta del ascensor- los otros días le pedí dos plantas de lechuga y cuando me dijo el precio, dejé una". La zanahoria, ese es el tema. Ayer la tenía a nueve pesos el kilo, nueve con monedas, y hoy... ¡a quince! Es un escándalo. Mientras subimos noto su pelo conmovedoramente escaso, los zapatos de salir y la bolsa de tela apenas cargada. Tiene la voz suave, toda ella es querible y femenina. "Este hombre maneja sus precios, pero ¿cómo hacemos nosotros, los jubilados? La realidad es que tenemos que esperar hasta la próxima fecha del cobro. ¿Y los que tienen que pagar alquiler, gas, luz, teléfono y tantas otras cosas? La gente está mala y egoísta..." "No se amargue", le sonrío cuando baja. Ella sonríe también, consciente del desahogo.
lunes, 17 de febrero de 2014
Y bueno, nada.
Con prisa y pudor
Siento necesidad de ir a lo del Padre Mario pero no dispongo del tiempo necesario, así que me resigno a permanecer en casa. A la hora del té, alguien vocea para que nos acerquemos a la Virgen de Luján, la de los pobres y desamparados, la de los enfermos, la de los que sufren soledad y tristeza en su corazón.
De no creer, ahí mismo está la Virgen, en tamaño natural y de cara a nuestra ventana. Lo menos que puedo hacer si ella viene de visita -me digo- es salir a recibirla. Así que cambio de vestido y tomo el ascensor. En la vereda ya hay gente que se va acercando. El tigre amigo de Winnie Pooh nos saluda alborozado. "¿Qué hace el tigre al lado de la Virgen?", le pregunto sonriendo al cura del micrófono. "Acerca a los chicos, a las familias... es un puente. Aunque ud. no lo crea, ahí adentro hay un seminarista muy comprometido". El tigre pega una patada de karateca y se agarra la cabezota con las garras fingiendo que le dieron duro, más allá hay un pibe haciendo malabares frente a los automovilistas. Todo por el mismo precio, pienso sin poder evitarlo. Camino hacia la Virgen. Me sorprende que sea morena, con prisa y pudor le acaricio las manos. Prisa porque, si ella existe, no nos hace falta más, y pudor, porque desde el bar de enfrente siguen cada movimiento. "Mañana hacemos un bautismo colectivo, pueden venir quienes quieran, no importa su edad, no importa si tienen o no dinero, el bautismo es gratis..." Un rato después se sigue escuchando: "Madre buena de Luján, bendice estos edificios y a todos los vecinos... disculpen el barullo, es un barullo sano..."
Le cuento a una compañera de feria.
-Es cierto esto de que la Iglesia salió a la calle, ahora la Virgen de Luján viene hasta tu casa.
-Antes tenías que arrastrarte hasta allá.
-De rodillas.
Dos posturas
"Vos sí que no tenés problemas", cuenta Miguel que le dijo un amigo. "Porque no me los busco", le contestó Miguel. "Yo no tuve hijos con tres mujeres", ejemplifica.
Hojeando la Caras leo que alguien (un exitoso de quien no recuerdo el nombre) opina que el mar calmo no hace buenos capitanes: "Siempre voy por donde no hay camino".
Dos posturas casi antagónicas. Qué curioso, las dos sirven.
Siento necesidad de ir a lo del Padre Mario pero no dispongo del tiempo necesario, así que me resigno a permanecer en casa. A la hora del té, alguien vocea para que nos acerquemos a la Virgen de Luján, la de los pobres y desamparados, la de los enfermos, la de los que sufren soledad y tristeza en su corazón.
De no creer, ahí mismo está la Virgen, en tamaño natural y de cara a nuestra ventana. Lo menos que puedo hacer si ella viene de visita -me digo- es salir a recibirla. Así que cambio de vestido y tomo el ascensor. En la vereda ya hay gente que se va acercando. El tigre amigo de Winnie Pooh nos saluda alborozado. "¿Qué hace el tigre al lado de la Virgen?", le pregunto sonriendo al cura del micrófono. "Acerca a los chicos, a las familias... es un puente. Aunque ud. no lo crea, ahí adentro hay un seminarista muy comprometido". El tigre pega una patada de karateca y se agarra la cabezota con las garras fingiendo que le dieron duro, más allá hay un pibe haciendo malabares frente a los automovilistas. Todo por el mismo precio, pienso sin poder evitarlo. Camino hacia la Virgen. Me sorprende que sea morena, con prisa y pudor le acaricio las manos. Prisa porque, si ella existe, no nos hace falta más, y pudor, porque desde el bar de enfrente siguen cada movimiento. "Mañana hacemos un bautismo colectivo, pueden venir quienes quieran, no importa su edad, no importa si tienen o no dinero, el bautismo es gratis..." Un rato después se sigue escuchando: "Madre buena de Luján, bendice estos edificios y a todos los vecinos... disculpen el barullo, es un barullo sano..."
Le cuento a una compañera de feria.
-Es cierto esto de que la Iglesia salió a la calle, ahora la Virgen de Luján viene hasta tu casa.
-Antes tenías que arrastrarte hasta allá.
-De rodillas.
Dos posturas
"Vos sí que no tenés problemas", cuenta Miguel que le dijo un amigo. "Porque no me los busco", le contestó Miguel. "Yo no tuve hijos con tres mujeres", ejemplifica.
Hojeando la Caras leo que alguien (un exitoso de quien no recuerdo el nombre) opina que el mar calmo no hace buenos capitanes: "Siempre voy por donde no hay camino".
Dos posturas casi antagónicas. Qué curioso, las dos sirven.
jueves, 13 de febrero de 2014
Esa sonrisa suya, de costado
"¿Y a cuánto está ahora el color?" Presumo que subieron los precios, de ahí el "ahora". Trescientos cincuenta, dice Sebastián sin que se le mueva un pelo. Trato de no desencajar la mandíbula, después de todo soy una lady. "Trescientos cincuenta para tu largo, en realidad subió más..." Qué no subió -agrega- los productos, el alquiler, el gas, la luz. "Claro, claro".
"Trescientos cincuenta mangos la tintura", me escandalizo en casa. Y explico que es un producto bueno, sin amoníaco, pero pagar ese precio cada seis semanas es escandaloso. "Tenemos una compañera que se dejó las canas -le cuento al Hombre- y da un aspecto descuidado. Pero ella dice que ya las merece, que no ve la hora de que todo su pelo se vea como es..." Mi voz interna afirma que debo tener un rubio ceniza bastante bonito, pero hasta ahora no le di chance, apenas aparecieron las primeras canas corrí a tapármelas.
-Hay que estar bien de la cabeza para asumir la edad que uno tiene.
-Lo que pasa es que si algún día busco otro trabajo, me voy a ver viejita.
El Hombre tiene esa sonrisa suya, de costado.
-Cuando ese día llegue, hablamos. Mientras tanto se va a haber ahorrado como seis mil ochocientos pesos y va a dejar de parecer Mostaza Merlo.
"Cien dólares la onza, cien dólares la onza...", se repetía mentalmente un personaje de historieta, cuando alguno confundió su perfume con un insecticida.
"Trescientos cincuenta mangos la tintura", me escandalizo en casa. Y explico que es un producto bueno, sin amoníaco, pero pagar ese precio cada seis semanas es escandaloso. "Tenemos una compañera que se dejó las canas -le cuento al Hombre- y da un aspecto descuidado. Pero ella dice que ya las merece, que no ve la hora de que todo su pelo se vea como es..." Mi voz interna afirma que debo tener un rubio ceniza bastante bonito, pero hasta ahora no le di chance, apenas aparecieron las primeras canas corrí a tapármelas.
-Hay que estar bien de la cabeza para asumir la edad que uno tiene.
-Lo que pasa es que si algún día busco otro trabajo, me voy a ver viejita.
El Hombre tiene esa sonrisa suya, de costado.
-Cuando ese día llegue, hablamos. Mientras tanto se va a haber ahorrado como seis mil ochocientos pesos y va a dejar de parecer Mostaza Merlo.
"Cien dólares la onza, cien dólares la onza...", se repetía mentalmente un personaje de historieta, cuando alguno confundió su perfume con un insecticida.
lunes, 10 de febrero de 2014
De todo como en botica
Bullying
"¡¡¡No me digas estúpido!!!" El grito cobra intensidad: "¡¡¡NO ME DIGAS ESTÚPIDO, NO ME DIGAS IMBÉCIL!!!"
¿Quién es, qué pasa? Estiramos los cuellos, intentando ver entre la gente. Los alaridos siguen: ¡¡¡NO ME LLAMES HIJO DE PUTA, BASTA!!! Si hay un interlocutor, ni se lo escucha. "¡¡¡BASTA, BASTA, TODOS LOS DÍAS ME INSULTÁS, NO ME INSULTES MÁS!!!" Se trata de un feriante y su mala relación -que ya lleva meses- con otra compañera. La palabra bullying acude a mi mente. Siento respeto por la forma de defensa elegida. Sin insultos, sólo repitiendo a viva voz los que viene tolerando día tras día. La acosadora queda en evidencia ante toda la cuadra.
Una señora me pregunta si "esto" sucede seguido. "No -minimizo- trabajamos juntos hace años y a veces hay roces, se junta presión. ¿Vio las ollas a presión, que largan el vapor? Es sólo eso..." "Ah, porque me dio una cosa acá en el pecho, cuando escuché los gritos..."
Lo que ud escuchó, señora, fue el desahogo de un animal herido.
Auch
Caritas se acerca a informar que no percibo a las personas en todas sus facetas y me pone de ejemplo a quien considero un racista, hace unos minutos él mismo lo vio dándole una moneda al ciego. "Ah, por favor, si ese ciego ve mejor que yo". Y explico que antes yo también lo ayudaba, hasta que me di cuenta de que camina por el medio de la calle -una calle siempre poblada, llena de obstáculos- sin desviarse ni un paso. El ciego en cuestión se detiene de frente, a pocos metros, palpa una moneda y vuelve a echarla en la lata con la que se anuncia. "Ciego-ciego no es, pero ve todo borroso, como nublado", contesta Caritas pasándose una mano ante los ojos.
Pucha, razón suficiente para darle una mano.
Qué linda
"¡Qué linda!", dice el Hombre apenas entro a casa. Dejo las llaves sobre el modular y me acerco a él.
-¿Te gusta?
-¡Sí!
Hay que verlo mantener esa sonrisa, le falta sólo el brillo en el diente.
-Falluto.
-¿Qué?
-No me corté nada, no me alcanzó.
-Pero te lavaste el pelo.
-Anoche.
-Te noto la cabeza más chica.
-Andá.
"¡¡¡No me digas estúpido!!!" El grito cobra intensidad: "¡¡¡NO ME DIGAS ESTÚPIDO, NO ME DIGAS IMBÉCIL!!!"
¿Quién es, qué pasa? Estiramos los cuellos, intentando ver entre la gente. Los alaridos siguen: ¡¡¡NO ME LLAMES HIJO DE PUTA, BASTA!!! Si hay un interlocutor, ni se lo escucha. "¡¡¡BASTA, BASTA, TODOS LOS DÍAS ME INSULTÁS, NO ME INSULTES MÁS!!!" Se trata de un feriante y su mala relación -que ya lleva meses- con otra compañera. La palabra bullying acude a mi mente. Siento respeto por la forma de defensa elegida. Sin insultos, sólo repitiendo a viva voz los que viene tolerando día tras día. La acosadora queda en evidencia ante toda la cuadra.
Una señora me pregunta si "esto" sucede seguido. "No -minimizo- trabajamos juntos hace años y a veces hay roces, se junta presión. ¿Vio las ollas a presión, que largan el vapor? Es sólo eso..." "Ah, porque me dio una cosa acá en el pecho, cuando escuché los gritos..."
Lo que ud escuchó, señora, fue el desahogo de un animal herido.
Auch
Caritas se acerca a informar que no percibo a las personas en todas sus facetas y me pone de ejemplo a quien considero un racista, hace unos minutos él mismo lo vio dándole una moneda al ciego. "Ah, por favor, si ese ciego ve mejor que yo". Y explico que antes yo también lo ayudaba, hasta que me di cuenta de que camina por el medio de la calle -una calle siempre poblada, llena de obstáculos- sin desviarse ni un paso. El ciego en cuestión se detiene de frente, a pocos metros, palpa una moneda y vuelve a echarla en la lata con la que se anuncia. "Ciego-ciego no es, pero ve todo borroso, como nublado", contesta Caritas pasándose una mano ante los ojos.
Pucha, razón suficiente para darle una mano.
Qué linda
"¡Qué linda!", dice el Hombre apenas entro a casa. Dejo las llaves sobre el modular y me acerco a él.
-¿Te gusta?
-¡Sí!
Hay que verlo mantener esa sonrisa, le falta sólo el brillo en el diente.
-Falluto.
-¿Qué?
-No me corté nada, no me alcanzó.
-Pero te lavaste el pelo.
-Anoche.
-Te noto la cabeza más chica.
-Andá.
jueves, 6 de febrero de 2014
Los olvidados
Sin ánimo de ofender la sensibilidad de nadie, 11, 31% de aumento en la jubilación mínima no alcanza ni para remedio, nunca más literalmente dicho. Ayer escuchábamos a Victor Hugo Morales en su programa de radio, exaltado por esta medida. "Habla Luis de Paternal -dijo el Hombre al contestador de la emisora (a veces se inventa personalidades)- dejá de hablar pavadas, a ver si podés vivir vos con $2.757..." y un largo etcétera que incluía el costo de los alquileres.
"¿Lo pasó?", preguntó después, al regresar a casa. "No, todo era 'te felicito Victor Hugo por tu claridad', 'qué inteligente que sos' y esas cosas..."
http://www.youtube.com/watch?v=Yh_nrW-L7Bg
"¿Lo pasó?", preguntó después, al regresar a casa. "No, todo era 'te felicito Victor Hugo por tu claridad', 'qué inteligente que sos' y esas cosas..."
http://www.youtube.com/watch?v=Yh_nrW-L7Bg
lunes, 3 de febrero de 2014
Animal de feria
"Qué tiempo les tocó...", es el comentario empático de una mujer que pasa. Ni siquiera hay tablas para alquilar, la calle es una larga nada desierta. Dani, el librero anarquista, decide irse. "Esto va a seguir así todo el día...", pronostica agorero y arranca una vieja camioneta que parece quedarse antes de siquiera llegar a la esquina. "Qué personaje", le digo a Caritas. Y agrego que me gusta salir airosa en estos domingos por los que nadie da un peso, son todo un desafío. Por ejemplo, tengo ya la inmensa suerte de que me presten una mesa rebatible. Pero llueve... y llueve... y llueve. Así que voy a hablar con gente que no conozco más que de vista, a ver si pueden alquilarme una estructura. Y nylon, ¿tienen nylon? Es para armarle un techo, de qué me sirve la estructura sin techo. No, ellos no tienen, ¿acaso yo no traje? Sí, tengo un nylon, pero es para tapar la mercadería si entra a llover de costado. De todas formas, con la estructura armada, me empino intentando ubicarlo por encima. No, por más que me esfuerce no da el largo. Soy consciente de mis pies mojados (¿ya?), espero no engriparme. Después de implorar a diestra y siniestra por otro nylon, consigo que el padre del pibe que alquila las estructuras se acerque con uno de buena medida. "Que no se entere mi señora". Y me reta un poco: "Ud tiene que venir preparada". "Por favor, dígale que es para una linda mujer en apuros". "Peor todavía..." El hombre tiene puesto un piloto hecho con una bolsa de consorcio azul, no puedo menos que alabarle el ingenio. "Me disfracé de Pitufo", contesta resignado. Amarramos el nylon a la estructura con cinta de embalar, los broches no alcanzan a sujetarlo. Nos queda un refugio feo y torcido (con el nylon más largo de un lado que del otro), pero qué puedo decir, el hombre se ha empapado por treinta pesos. El viento es intenso. La estructura "camina" sola, así que el paso siguiente es buscar piedras para frenarla. Finalmente amaina lo suficiente como para que pueda armar el puesto. La mesa es demasiado angosta, pero en este día atípico es de agradecer cualquier superficie de apoyo. "¿Cincuenta pesos?", pregunta una turista señalando unos aros. "Sí, cincuenta pesos". Estoy por alcanzarle el espejo cuando una ráfaga tumba los dos exhibidores y barre con todo lo expuesto. La estructura parece tener vida propia, de la nada aparece un salvador que la aferra, yo entretanto sostengo la mercadería con el cuerpo para que no se vuele. Algo alejada, la turista ríe. "Mal día para dejar de fumar, decían en una película...", comento con una simpatía que estoy lejos de sentir. En realidad tengo ganas de llorar, no me atrevo a revisar el estado del exhibidor nuevo.
"¿Caritas, me ayudás? No quiero más esto acá..." Entre los dos desarmamos la estructura y le quitamos el nylon. "Dejate de joder, cuántas cosas hacés en dos horas, yo estoy tranquilo y me obligás a hacer tareas que detesto", se queja Caritas. Es entendible, las manos se nos llenan de óxido. Me las lavo, quito como puedo las manchas del paño, rearmo la presentación y descanso por fin, sentada en mi banqueta. "No sé si me recuerda, yo estuve con mi novia el domingo pasado...", dice un muchacho en un castellano forzado. Dios lo bendiga, viene en busca de un collar de trescientos pesos.
Ha dejado de llover, uno por uno empiezan a llegar los compañeros rezagados. Hacia el mediodía recibo un mensajito en el celular: Ojalá caigan soretes de punta. Dani, quién va a ser. Nosotros también te queremos, respondo. Me siento bien, soy un animal de feria.
http://www.youtube.com/watch?v=VmW-ScmGRMA
"¿Caritas, me ayudás? No quiero más esto acá..." Entre los dos desarmamos la estructura y le quitamos el nylon. "Dejate de joder, cuántas cosas hacés en dos horas, yo estoy tranquilo y me obligás a hacer tareas que detesto", se queja Caritas. Es entendible, las manos se nos llenan de óxido. Me las lavo, quito como puedo las manchas del paño, rearmo la presentación y descanso por fin, sentada en mi banqueta. "No sé si me recuerda, yo estuve con mi novia el domingo pasado...", dice un muchacho en un castellano forzado. Dios lo bendiga, viene en busca de un collar de trescientos pesos.
Ha dejado de llover, uno por uno empiezan a llegar los compañeros rezagados. Hacia el mediodía recibo un mensajito en el celular: Ojalá caigan soretes de punta. Dani, quién va a ser. Nosotros también te queremos, respondo. Me siento bien, soy un animal de feria.
http://www.youtube.com/watch?v=VmW-ScmGRMA
Suscribirse a:
Entradas (Atom)