La pica entre artesanos y anticuarios viene de lejos, tal vez porque los anticuarios ocupan Plaza Dorrego todos los domingos desde hace tantísimo tiempo. Y sabido es que el turismo acude a ella como quien va a La Meca. Una vez al año, durante los cuatro sábados de abril, coinciden las dos ferias: la de anticuarios y la de artesanos. El Museo de la Ciudad otorga entonces nuestros espacios de venta al "enemigo". Difícil no estresarse, trajinando de aquí para allá para conseguir un sitio, cualquier sitio.
Nuestra plaza, normalmente tranquila, bulle de acción este sábado. Pese a ser poco más de las seis, la mayoría de las estructuras ya están instaladas y los armadores circulan cargando tablas. Autos y camionetas detenidos entorpecen el tránsito por Defensa, de los baúles bajan todo tipo de cajas, valijas y bolsos. El cafetero se hace desear, por suerte es una mañana espléndida. Hay tres estructuras contiguas sobre una de las calles que bordean la plaza. A juicio nuestro no deberían estar allí, sino sobre la vereda. Si ocupan el poco espacio que nos queda, ¿dónde armamos? Así que allá vamos, una Mini Comisión en procura de Justicia. Que no, que no van a moverse, dicen las anticuarias. Que nos quejemos al Museo de la Ciudad, dice el armador a cargo. De nada vale recordarles que el año pasado armaron los puestos sobre la vereda, ni que todos tenemos el mismo derecho a trabajar. "No queda paso", esgrimen. "Claro que sí, si todos los sábados del año armamos nosotros mismos sobre la vereda", contraatacamos. No hay tu tía, varios de los nuestros se marchan al no encontrar lugar.
"Qué indignación -dice Mónica- cómo me gustaría tener un sobrecito de azúcar para ir y desparramarlo alrededor de los puestos".
-Mirá que el azúcar es para atraer buenas ventas, me dicen acá...
-No importa, es para espolvorear algo, nomás. La idea es que se sugestionen y no vendan nada.
"Sí, chica -interviene Yesenia- y io voy detrás tuio recitando unas palabras".
Ja. La Negra ciertamente aprobaría un casting de "mai" caribeña. Yesenia encuentra un sobrecito de azúcar en su mochila y espera con paciencia a que Mónica termine su cigarrillo. "Vamos", dice una, cualquiera, dándole coraje a la otra. "Vamos".
Por el rabillo del ojo alcanzo a ver a Mónica en la esquina, espolvoreando el azúcar por el suelo. Yesenia es un show aparte, circula muy seria alrededor de los puestos de la discordia. Desde donde estoy escucho que murmura algo así como "jabalandala... ¡manlá, manlá!" Como no puedo mirarlas sin reír, me apresuro hacia la otra esquina. "¿Qué te pasa, Maia?", pregunta una compañera con tono de preocupación. Imagino mi cara deformada por el esfuerzo de no carcajear, le explico como puedo y secándome las lágrimas, necesito ya un baño.
"Esto fue más de lo que supuse", cuenta Mónica un rato después. Me entero que Yesenia llevó su actuación hasta el extremo de cortarse un poco de cabello para esparcirlo sobre los puestos. "¿No viste la cara de las anticuarias? Miraban así..." Son ojos fijos y azorados, sin duda. A la hora del té y para sorpresa de todos, una de las engualichadas se desmaya y cae de cabeza bajo su estructura, en pocos segundos se arma un revuelo de gente que la socorre. "Pobre mujer, io no quería...", se asombra Yesenia desde una distancia prudencial. Silvia, enterada de todo, propone traer el próximo sábado uno de sus gnomos a medio hacer, sin cabeza, y una paloma muerta que se puede conservar en el freezer. "Al gnomo le clavamos unos alfileres, tipo vudú. Si estas guachas no ceden, armamos una caja con todo eso y la seguimos".
"La Cajita Feliz", acoto.
Ha sido un buen día, mal que mal todos vendimos algo. "A caballo vamos pal monte, a caballo vamos pal monte...", cantan nuestros compañeros. Mónica y yo bailamos tras los puestos, alguien levanta un celular para filmarnos.
http://www.youtube.com/watch?v=ooo2k_4_m1Q
Ah, Betina! Corregí un error y borré su miedo. :-)
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