Hace poco pasaron la noticia de una mamá escuchando por primera vez la voz de su hijo de ocho años. Cómo damos por sentadas nuestras gracias, cuántas veces oímos sin escuchar al otro.
http://www.youtube.com/watch?v=JR3kehP_eZg
lunes, 31 de marzo de 2014
lunes, 17 de marzo de 2014
Una factura horrible
No sé por qué tiendo a abatatarme cuando hago trámites.
Sabrán disculpar lo auto-referencial de estos posteos, sé de gente que rechaza el estilo "diario íntimo". Es lo que me sale. O como diría una vieja amiga: "Yo, por nombrar a quien tengo a mano..."
No sé por qué tiendo a abatatarme cuando hago trámites. Vale decir, salgo más que preparada de casa. ¿Llevo el celular? Lo llevo. ¿Sé a qué voy? Por supuesto, me llegó una factura horrible. A todo esto, ¿llevo la factura? Sip. Pero una vez frente a la empleada de turno (después de hacer una larga cola en U), me tildo, me cuelgo.
"¿Señora?" Largo silencio de mi parte. Simplemente parezco no hallar las palabras. La empleada espera. "Necesito un número para ir arriba", arranco por fin, señalando con el índice hacia el cielo raso. No sé por qué digo eso, si ni siquiera dan números (ya he estado antes). "¿Por qué tema es?", dice la empleada. "Creo que hay un error en la última factura y preciso reclamar", diría cualquiera. Me llegó una factura horrible, digo yo. "¿Número?", dice la empleada. "¿De la factura o del celular?", pregunto yo. "De celular", dice ella. Empiezo a revolver en mi cartera, cómo pretenden que recuerde tantos números si nunca me llamo. Aquí está, mjujú... desbloquear, desbloquear, desbloquear, menú, contactos, yo. "Quince..." "Espere al medio, la llaman por el apellido, ¡el que sigue!"
"Arriba" me atiende un dechado de diligencia, una piba que no tendrá más de veinte años, le explico en confusa mescolanza que no puede ser que el Cargo por Rehabilitación de Corte por Mora salga casi tanto como lo que abono por mes, que si pago fuera de término es porque no me llega la factura a casa y yo tengo dos trabajos y me olvido de pagarla y me empiezan a llegar esos mensajes avisándome que me van a cortar el servicio si no pago, pero cómo voy a pagar si no tengo la factura. Sé que la estoy mirando con ojos grandes de campesina en apuros. Ella no dice ni sí ni no, durante largos minutos teclea y teclea, hasta que no aguanto más y pregunto qué estarás tecleando tanto. "Lo que ud me dijo, señora, estoy haciendo el reclamo para que la factura llegue a su domicilio y pidiéndole crédito". Finalmente escribe una cifra sustancialmente menor en lo que luego me entero es el cupón de la factura y me dice ligerito que pague a cupón abierto con el número de referente de Pago. "No te entendí nada... ¿qué?" La piba pega golpecitos con la birome y dice más lentamente: "Éste es el cupón y éste el número de referente". "¡Ah! Decime, otra cosa que no entiendo: los otros días consulté mi saldo y me quedaban, ponele, diez, once pesos, mandé un par de mensajes, volví a consultar y tenía como cincuenta. ¿Por qué pasa eso?" "¿A ud le llegan mensajes de empresas?" "Sí, ya reclamé por eso. ¿Vos decís que es crédito que recupero?" Qué inteligente me siento, crédito que recupero, ¿de dónde saqué esa frase?
Sabrán disculpar lo auto-referencial de estos posteos, sé de gente que rechaza el estilo "diario íntimo". Es lo que me sale. O como diría una vieja amiga: "Yo, por nombrar a quien tengo a mano..."
No sé por qué tiendo a abatatarme cuando hago trámites. Vale decir, salgo más que preparada de casa. ¿Llevo el celular? Lo llevo. ¿Sé a qué voy? Por supuesto, me llegó una factura horrible. A todo esto, ¿llevo la factura? Sip. Pero una vez frente a la empleada de turno (después de hacer una larga cola en U), me tildo, me cuelgo.
"¿Señora?" Largo silencio de mi parte. Simplemente parezco no hallar las palabras. La empleada espera. "Necesito un número para ir arriba", arranco por fin, señalando con el índice hacia el cielo raso. No sé por qué digo eso, si ni siquiera dan números (ya he estado antes). "¿Por qué tema es?", dice la empleada. "Creo que hay un error en la última factura y preciso reclamar", diría cualquiera. Me llegó una factura horrible, digo yo. "¿Número?", dice la empleada. "¿De la factura o del celular?", pregunto yo. "De celular", dice ella. Empiezo a revolver en mi cartera, cómo pretenden que recuerde tantos números si nunca me llamo. Aquí está, mjujú... desbloquear, desbloquear, desbloquear, menú, contactos, yo. "Quince..." "Espere al medio, la llaman por el apellido, ¡el que sigue!"
"Arriba" me atiende un dechado de diligencia, una piba que no tendrá más de veinte años, le explico en confusa mescolanza que no puede ser que el Cargo por Rehabilitación de Corte por Mora salga casi tanto como lo que abono por mes, que si pago fuera de término es porque no me llega la factura a casa y yo tengo dos trabajos y me olvido de pagarla y me empiezan a llegar esos mensajes avisándome que me van a cortar el servicio si no pago, pero cómo voy a pagar si no tengo la factura. Sé que la estoy mirando con ojos grandes de campesina en apuros. Ella no dice ni sí ni no, durante largos minutos teclea y teclea, hasta que no aguanto más y pregunto qué estarás tecleando tanto. "Lo que ud me dijo, señora, estoy haciendo el reclamo para que la factura llegue a su domicilio y pidiéndole crédito". Finalmente escribe una cifra sustancialmente menor en lo que luego me entero es el cupón de la factura y me dice ligerito que pague a cupón abierto con el número de referente de Pago. "No te entendí nada... ¿qué?" La piba pega golpecitos con la birome y dice más lentamente: "Éste es el cupón y éste el número de referente". "¡Ah! Decime, otra cosa que no entiendo: los otros días consulté mi saldo y me quedaban, ponele, diez, once pesos, mandé un par de mensajes, volví a consultar y tenía como cincuenta. ¿Por qué pasa eso?" "¿A ud le llegan mensajes de empresas?" "Sí, ya reclamé por eso. ¿Vos decís que es crédito que recupero?" Qué inteligente me siento, crédito que recupero, ¿de dónde saqué esa frase?
viernes, 14 de marzo de 2014
La cultura del cuidado
Que yo recuerde, no fui al dentista más que dos veces en mi infancia. Pasaron largos dieciséis años hasta que pedí turno con otro, en una nueva ciudad y vaya a saber por qué motivo. Me encontró tres caries, así, de movida. Había que hacer esto, lo otro y lo de más allá... y gastar una pequeña fortuna. "Bueno -me dije en un principio, resignada- es el precio a pagar por tanto descuido". Por lo general, después de un diagnóstico de miedo, buscamos una segunda opinión. Acorde a la regla, acudí al consultorio de otra profesional. Bendita sea, lo mío no eran caries sino pigmentación. Una buena limpieza y a otra cosa.
Muchas veces me pregunté cómo fue que mis padres olvidaron la salud de mis dientes, o mis pies. Papá era podólogo, nada menos. No de manera profesional, pero tenía su título... y un set completo de alicates, tijeras y limas guardados en un bello estuche con fleje. Se veía que mis pies andaban con problemas de arco. Hasta yo, adolescente distraída, me daba cuenta. Una mañana tomé coraje y dije "Papá, necesito plantillas". Para mi sorpresa, papá cruzó la calle hasta Casa Pirelli y compró un par de plantillas de goma espuma. No dije nada. Mal hecho.
Ahora soy adulta y puedo probar botas de hombre y decirle a la vendedora (sin que se me mueva un pelo), "¿No tenés 42? Allá arriba saltan del 41 al 43, unas me van chicas y las otras grandes". Además puedo elegir la bota no sólo porque me quede bonita, sino porque la siento cómoda. ¿Cuántos tiempo lleva saber cuidarnos? Recién hace poco descubrí el gusto de andar descalza. Mis pies agradecidos, aprovecho las tareas en casa para flexionarlos. Para entender el significado de mis pies desnudos -o lo que es lo mismo, del amor a mis pies- hay que imaginarme cada verano en una carrerita hasta la orilla del mar. No porque la arena quemase, sino para ocultar mis pies. Para que la gente, sentada en sus reposeras, no fijase su vista en mis enormes pies de alemana cuadrada. El calzado, mejor dicho la dificultad para conseguirlo, determinó mi forma de vestir durante años. En mi pueblo los números llegaban hasta el 38, 39 con toda la furia (recuerdo haber caminado con unas zapatillas blancas y rojas que eran la tortura misma). Toda mi femineidad era puesta a prueba. Si mis zapatos eran de hombre, ¿cómo podía siquiera pensar en vestir una minifalda? ¿Puntillas? ¿Lentejuelas, brillos? Durante años vestí jeans, remeras holgadas y camisacos... ¡sólo para que no desentonasen con el calzado! ¿Qué cambió ahora? No sé, los números vienen más grandes, o acaso mi vergüenza haya encogido.
Cuidarse -y ese era el tema original del posteo- requiere de prueba y error, tiempo y paciencia. Es un aprendizaje, para nada sencillo en estos tiempos de bombardeo publicitario. En cuanto a nuestros padres... seguramente a ellos tampoco los han cuidado al 100%. Tal vez sí les inculcaron la cultura del trabajo, de "la responsabilidad primero", pero no la del cuidado. Eso puede verse en la gente grande que va a trabajar llueve o truene, aún con el auto roto, aún con paro de colectivos. ¿Es para enorgullecerse? Seguro. Pero dan ganas de arroparlos.
Muchas veces me pregunté cómo fue que mis padres olvidaron la salud de mis dientes, o mis pies. Papá era podólogo, nada menos. No de manera profesional, pero tenía su título... y un set completo de alicates, tijeras y limas guardados en un bello estuche con fleje. Se veía que mis pies andaban con problemas de arco. Hasta yo, adolescente distraída, me daba cuenta. Una mañana tomé coraje y dije "Papá, necesito plantillas". Para mi sorpresa, papá cruzó la calle hasta Casa Pirelli y compró un par de plantillas de goma espuma. No dije nada. Mal hecho.
Ahora soy adulta y puedo probar botas de hombre y decirle a la vendedora (sin que se me mueva un pelo), "¿No tenés 42? Allá arriba saltan del 41 al 43, unas me van chicas y las otras grandes". Además puedo elegir la bota no sólo porque me quede bonita, sino porque la siento cómoda. ¿Cuántos tiempo lleva saber cuidarnos? Recién hace poco descubrí el gusto de andar descalza. Mis pies agradecidos, aprovecho las tareas en casa para flexionarlos. Para entender el significado de mis pies desnudos -o lo que es lo mismo, del amor a mis pies- hay que imaginarme cada verano en una carrerita hasta la orilla del mar. No porque la arena quemase, sino para ocultar mis pies. Para que la gente, sentada en sus reposeras, no fijase su vista en mis enormes pies de alemana cuadrada. El calzado, mejor dicho la dificultad para conseguirlo, determinó mi forma de vestir durante años. En mi pueblo los números llegaban hasta el 38, 39 con toda la furia (recuerdo haber caminado con unas zapatillas blancas y rojas que eran la tortura misma). Toda mi femineidad era puesta a prueba. Si mis zapatos eran de hombre, ¿cómo podía siquiera pensar en vestir una minifalda? ¿Puntillas? ¿Lentejuelas, brillos? Durante años vestí jeans, remeras holgadas y camisacos... ¡sólo para que no desentonasen con el calzado! ¿Qué cambió ahora? No sé, los números vienen más grandes, o acaso mi vergüenza haya encogido.
Cuidarse -y ese era el tema original del posteo- requiere de prueba y error, tiempo y paciencia. Es un aprendizaje, para nada sencillo en estos tiempos de bombardeo publicitario. En cuanto a nuestros padres... seguramente a ellos tampoco los han cuidado al 100%. Tal vez sí les inculcaron la cultura del trabajo, de "la responsabilidad primero", pero no la del cuidado. Eso puede verse en la gente grande que va a trabajar llueve o truene, aún con el auto roto, aún con paro de colectivos. ¿Es para enorgullecerse? Seguro. Pero dan ganas de arroparlos.
lunes, 10 de marzo de 2014
Snacks
Al servicio de la comunidad
El Hombre me cuenta que cada mañana lucha contra un caos de tránsito. Se refiere concretamente a la zona de Avda. Directorio, una cuadra antes de llegar a San Pedrito. "Dos cuadras atrás arranca la onda verde y se largan todos juntos, en bajada, formando un embudo. Es un mar de autos que van hacia el centro, te estrolás con la bicicleta, no podés frenarla. Y a las siete y media los tipos están ahí, con las cuatro por cuatro en doble fila, frente a un colegio privado. Decime si no podrían estacionar a media cuadra y llevar a los nenes caminando..." Y sigue: "Hoy llegué a la otra escuela, la de San José de Calasanz en Avda. La Plata, y más garcas en doble fila. Ya en San Juan encontré a cuatro policías en moto frente al semáforo, paré y les dije: 'Están los garcas estacionados en doble fila en la escuela de Calasanz, acá a dos cuadras, van a generar un accidente grande'.
-¿Así dijiste, los garcas?
-¡Y si son garcas! Un tipo al que no le importa lo que le pasa al otro, que se para en doble fila, que hace la de él... es un garca.
-¿Y entonces?
-Uno de los canas dijo: 'Nosotros no estamos para eso, llame al 911'.
-¿Qué le contestaste?
El Hombre usa su tono más irónico: "Yo creí que ustedes eran el 911. A mí se me cruza cada cosa por la cabeza, pensé que estaban al servicio de la comunidad..."
La solidaridad
Mi vecina, una joven mamá con dos criaturas, intenta en vano abrir la puerta de entrada al edificio. Del otro lado espero con paciencia, por estos días a nosotros también se nos traban las llaves.
EL TAMBOR NO FUNCIONA BIEN, ¡POR FAVOR BUSQUEN LA SOLUCIÓN!, dice la nota que escribo y pego con cinta de embalar en la puerta de entrada. Otro vecino -un viejo con su perro- se acerca a leer y ríe. "Algunas llaves funcionan bien y otras mal...", dice antes de ingresar al ascensor. Lástima, no me da tiempo a preguntarle qué haríamos los no afortunados en caso de emergencia.
No es la gran cosa
Sueño que sé levitar, que no es nada del otro mundo. No quiero decirlo para no salir en los medios como LA MUJER QUE SABE LEVITAR. No es la gran cosa -insiste mi sueño- se trata sólo de impulsar un pie y llegar con liviandad al cielo raso.
"Soñé que sabía levitar", le cuento al Hombre. "Tenía que ver con reírse, en Mary Poppins caían al suelo cuando se ponían serios".
-Yo sueño que vuelo.
-¿Y..?
-¿Te parece poco?
Genial
Escuchado en radio:
La velocidad de la luz es mayor a la del sonido, por eso hay gente que parece brillante hasta que abre la boca.
El Hombre me cuenta que cada mañana lucha contra un caos de tránsito. Se refiere concretamente a la zona de Avda. Directorio, una cuadra antes de llegar a San Pedrito. "Dos cuadras atrás arranca la onda verde y se largan todos juntos, en bajada, formando un embudo. Es un mar de autos que van hacia el centro, te estrolás con la bicicleta, no podés frenarla. Y a las siete y media los tipos están ahí, con las cuatro por cuatro en doble fila, frente a un colegio privado. Decime si no podrían estacionar a media cuadra y llevar a los nenes caminando..." Y sigue: "Hoy llegué a la otra escuela, la de San José de Calasanz en Avda. La Plata, y más garcas en doble fila. Ya en San Juan encontré a cuatro policías en moto frente al semáforo, paré y les dije: 'Están los garcas estacionados en doble fila en la escuela de Calasanz, acá a dos cuadras, van a generar un accidente grande'.
-¿Así dijiste, los garcas?
-¡Y si son garcas! Un tipo al que no le importa lo que le pasa al otro, que se para en doble fila, que hace la de él... es un garca.
-¿Y entonces?
-Uno de los canas dijo: 'Nosotros no estamos para eso, llame al 911'.
-¿Qué le contestaste?
El Hombre usa su tono más irónico: "Yo creí que ustedes eran el 911. A mí se me cruza cada cosa por la cabeza, pensé que estaban al servicio de la comunidad..."
La solidaridad
Mi vecina, una joven mamá con dos criaturas, intenta en vano abrir la puerta de entrada al edificio. Del otro lado espero con paciencia, por estos días a nosotros también se nos traban las llaves.
EL TAMBOR NO FUNCIONA BIEN, ¡POR FAVOR BUSQUEN LA SOLUCIÓN!, dice la nota que escribo y pego con cinta de embalar en la puerta de entrada. Otro vecino -un viejo con su perro- se acerca a leer y ríe. "Algunas llaves funcionan bien y otras mal...", dice antes de ingresar al ascensor. Lástima, no me da tiempo a preguntarle qué haríamos los no afortunados en caso de emergencia.
No es la gran cosa
Sueño que sé levitar, que no es nada del otro mundo. No quiero decirlo para no salir en los medios como LA MUJER QUE SABE LEVITAR. No es la gran cosa -insiste mi sueño- se trata sólo de impulsar un pie y llegar con liviandad al cielo raso.
"Soñé que sabía levitar", le cuento al Hombre. "Tenía que ver con reírse, en Mary Poppins caían al suelo cuando se ponían serios".
-Yo sueño que vuelo.
-¿Y..?
-¿Te parece poco?
Genial
Escuchado en radio:
La velocidad de la luz es mayor a la del sonido, por eso hay gente que parece brillante hasta que abre la boca.
viernes, 7 de marzo de 2014
La liviandad
I
La realidad es bastante diferente a lo que muestra la publicidad. Entonces una ve una vieja comedia con Chevy Chase y no sabe si reírse o llorar.
La trama nos cuenta que una pareja y sus dos hijos parten de vacaciones con destino a un parque de diversiones. ¡Al fin, vacaciones! El papá tiene la firme determinación de pasarla bien y que su familia se di-vier-ta. Con ellos viajan, además, una anciana tía y su perro. Como no podía ser de otra manera, todo sale mal. Al salir del camping -un desastre maloliente que les costó una fortuna- el padre ata el perro al paragolpes del auto para cargar las valijas tranquilo... y lo olvida por completo. Kilómetros después es detenido por un policía, amante de los animales, que le muestra indignado la correa vacía. Si eso fuera todo... la tía fallece en algún punto del camino, y nadie se da cuenta hasta bastante después. ¿Qué hacer con ella? Están varados en el Gran Cañon y los pibes se niegan a seguir viaje junto a una muerta. Por tanto el padre envuelve el cuerpo en una manta, lo sienta en el porta equipajes y retoman el camino así, con un bulto más sobre el techo del auto. ¿Cuál es el problema? No es que vaya a llover, ni mucho menos. El destino ahora es Phoenix, Arizona, a casa del hijo de la occisa. Cuando arriban llueve a cántaros, en medio de los relámpagos el papá se carga el cuerpo al hombro y enfila hacia la puerta de entrada. Nadie responde a los timbrazos. Descubren entonces una nota de su primo, regresa recién el lunes. Qué inconsciente. ¿Y ahora? Lo más apropiado es dejar el cadáver sobre una silla del patio trasero, protegido por un paraguas. La mamá de los pibes acusa a su esposo de desalmado. ¿Qué pretendía ella, que él enviase el cuerpo por correo? Hay que seguir viaje.
¿Por qué son tan efectivas estas comedias? ¿Por qué seguimos riendo días después, al recordarlas? Porque es todo un desafío disfrutar las vacaciones -o siquiera pensar en tomarlas- cuando la vida aprieta con sus obligaciones y responsabilidades. Despreocuparnos o cumplir, otra que Hamlet.
II
El Chaqueño Palavecino cuenta en un reportaje que casi no conoció a su padre. En realidad, soy el resultado de una "arrimadita". Así, sin resentimiento. La liviandad bien entendida.
La realidad es bastante diferente a lo que muestra la publicidad. Entonces una ve una vieja comedia con Chevy Chase y no sabe si reírse o llorar.
La trama nos cuenta que una pareja y sus dos hijos parten de vacaciones con destino a un parque de diversiones. ¡Al fin, vacaciones! El papá tiene la firme determinación de pasarla bien y que su familia se di-vier-ta. Con ellos viajan, además, una anciana tía y su perro. Como no podía ser de otra manera, todo sale mal. Al salir del camping -un desastre maloliente que les costó una fortuna- el padre ata el perro al paragolpes del auto para cargar las valijas tranquilo... y lo olvida por completo. Kilómetros después es detenido por un policía, amante de los animales, que le muestra indignado la correa vacía. Si eso fuera todo... la tía fallece en algún punto del camino, y nadie se da cuenta hasta bastante después. ¿Qué hacer con ella? Están varados en el Gran Cañon y los pibes se niegan a seguir viaje junto a una muerta. Por tanto el padre envuelve el cuerpo en una manta, lo sienta en el porta equipajes y retoman el camino así, con un bulto más sobre el techo del auto. ¿Cuál es el problema? No es que vaya a llover, ni mucho menos. El destino ahora es Phoenix, Arizona, a casa del hijo de la occisa. Cuando arriban llueve a cántaros, en medio de los relámpagos el papá se carga el cuerpo al hombro y enfila hacia la puerta de entrada. Nadie responde a los timbrazos. Descubren entonces una nota de su primo, regresa recién el lunes. Qué inconsciente. ¿Y ahora? Lo más apropiado es dejar el cadáver sobre una silla del patio trasero, protegido por un paraguas. La mamá de los pibes acusa a su esposo de desalmado. ¿Qué pretendía ella, que él enviase el cuerpo por correo? Hay que seguir viaje.
¿Por qué son tan efectivas estas comedias? ¿Por qué seguimos riendo días después, al recordarlas? Porque es todo un desafío disfrutar las vacaciones -o siquiera pensar en tomarlas- cuando la vida aprieta con sus obligaciones y responsabilidades. Despreocuparnos o cumplir, otra que Hamlet.
II
El Chaqueño Palavecino cuenta en un reportaje que casi no conoció a su padre. En realidad, soy el resultado de una "arrimadita". Así, sin resentimiento. La liviandad bien entendida.
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