miércoles, 29 de enero de 2014

Y qué sé yo cómo titular estos posteos

Para serenarse

 Algo menciono, algo que me produce bronca. "Papá -responde el Hombre- solía darme un buen consejo: no pateés todas las piedras que encuentres en el camino, porque al final del día te quedás sin pie".

Cero intimidad

En nuestro piso alquilaron un departamento por un mes y medio, para hacer una película. Durante toda la semana ingresaron muebles, además de equipos de filmación y un perchero lleno de prendas. "Tienen cara de narcotraficantes", dice el Hombre. ¡Es cierto! Mis sentimientos hacia ellos fluctúan, uno se acerca a nuestra puerta entreabierta (hace un calor de infierno) para pedir una birome. A decir verdad, parece un muchacho tímido. Finalmente conozco al productor. "Trataremos de molestar lo menos posible", promete.

A media tarde salgo de casa con un paquete enorme con destino al lavadero y me encuentro sorpresivamente con al menos siete actores (sentados en la escalera, recostados contra la pared) estudiando sus guiones. Ni ellos ni yo saludamos. Está como para tener una pelea doméstica -pienso- con tantos testigos silenciosos al otro lado de la puerta.

La comunicación está deserotizada

 ¿Por qué dice que la comunicación ya no erotiza?

-Es que ahora es pornográfica... ¿Hay algo más aburrido y deserotizante que una película pornográfica? En algo tan explícito no queda nada velado, y cuando no hay nada velado, no hay nada que impulse al deseo. Cuando se arrebata el deseo, uno se debilita, y como oyente o televidente queda debilitado. No creo, por otra parte, que anular el deseo o neutralizarlo sea inocente. Si uno no desea escuchar o ver otra cosa, empieza  a ser una especia de ameba, empieza a conformarse y a ser formateado de manera inconsciente, subliminal, por algo que crea la realidad, que son los medios.
Basta salir a la calle, ver mi cuadra, mi barrio, para comprobar que esa realidad no es la misma que me dice la televisión y la radio; pero a la vez es una manera de dejarme encerrada en mi casa, una manera de debilitarme, de no tener contacto con el otro. Esto es político también. Hay un disciplinamiento de los cuerpos, como ya analizaba Foucault sobre los siglos XVII y XVIII.

Liliana López Foresi (reportaje de Rubén Pereyra para Revista Veintitrés, diciembre del 2013)

lunes, 20 de enero de 2014

Compartiendo II

Cada loco con su tema

"Soy compulsiva", reconoce Marcela. Y me cuenta que cuando tenía su negocio de ropa, alineaba todas las perchas hacia el mismo lado. "Señora -explicó una vez un policía- así le pueden robar fácil, sacando las prendas en bloque del perchero. Yo diría que ponga una percha para un lado y otra para el otro, así resulta más difícil quitarlas." Marcela ríe. "Nunca pude, era más fuerte que yo". Le pregunto si vio Mejor, imposible. Sí, la que no se anima a ver es Toc toc.

Dos turistas me preguntan cómo llegar a la 9 de julio. A buen bosque van por leña, sé tanto como ellas. El compañero nuevo tampoco tiene idea. Pero ahí está el plano salvador... si yendo hacia Balcarce y más allá llegan al Bajo, tienen que caminar unas ocho cuadras en sentido contrario. "No quiero saber los nombres de las calles, de ninguna calle", comparte el compañero nuevo. Lo miro con curiosidad. "No quiero enraizarme".

La vida es una fiesta

La vida es una fiesta, dice la radio. No se puede dormir con las persianas altas por las dudas los murciélagos con rabia, no se puede disfrutar de la lluvia en la playa por las dudas los rayos... y todo así. Dani, el librero anarquista, arrastra las palabras: "Esta vez Crónica no miente: estalló el verano."

La valentía

La valentía y el humor.

http://www.youtube.com/watch?v=ak8EjMszkVg

sábado, 11 de enero de 2014

De cómo lidiar con Atila

En Una noche en el museo, Ben Stiller es el guardia nocturno del Museo de Historia Natural. Todos los habitantes del museo cobran vida entonces. Y él tiene que lidiar con unos cuántos problemas, por ejemplo, un Atila que lo tiene entre ceja y ceja y que cada vez que lo ve, busca desmembrarlo.

¿No será que es así de fiero porque alguien, a su vez, destrozó "algo" en su corazón? ¿Tal vez el amor, siendo niño? Aunque el análisis sea más viejo que el sol, la escena tiene lo suyo.

https://www.youtube.com/watch?v=7lHNU1rlprg

viernes, 10 de enero de 2014

La vergüenza

El hombre camina delante mío, con sus dos perros siguiéndolo. Uno de ellos es un cocker viejito que se las ingenia igual para ir al trote. Avanzamos por un sendero angosto, para no perder ritmo los adelanto. A nuestra izquierda, por afuera del sendero, una madre con su hijo nos sobrepasan a todos. También van a buen ritmo, aún cuando la madre no lleva ropa deportiva sino una pollera. Qué bien -me da por pensar- tan temprano y entrenando juntos. La señora apoya apenas su mano en la espalda del hijo, un treintañero morrudo. Él se la quita de encima con malos modos y aprieta el paso. Lo siguiente que veo es que se acerca al sendero y le da un mamporro en la cabeza a una chica que camina más adelante, también con su madre.


¿Vendrán juntos, será un gesto torpe y cariñoso de reencuentro? Es obvio que no, la chica se da vuelta y lo increpa incrédula: "¡¡¡¿Pero qué te pasa?!!!" "¡No te quiero ver más por acá, negra de mierda! ¡No vengas nunca más a caminar acá!" No es difícil entender lo que sucede, así y todo mi cerebro demora en asimilarlo. Soy consciente de que camino más lento, de que el hombre con los perros acorta la distancia detrás mío, de cierta sensación de alerta (alerta, peligro). "Negra puta, puta de mierda", sigue insultando el morrudo. "¡No, no!", suplica su madre con la voz aflautada por el miedo. Y a nosotros: "Perdónenlo, es esquizofrénico..." Yo busco la mirada del hombre de los perros. "No entiendo cómo esta mujer lo saca a la calle -me cuchichea- ¿ud vio el golpe que le dio a la chica?" Sí, lo vi y sigo alelada. "Si está enfermo, intérnelo", reacciona la otra mamá. Es una mujer de porte importante, como el resto de nosotros estudia la escena sin dejar de caminar, interponiendo el cuerpo para proteger a su hija. "Negra puta", continúa el morrudo su arenga. "Gordo de mierda", se harta la piba. Y secunda a su madre: "Vos tendrías que estar internado". La respuesta lo enerva aún más y hace amague de írsele encima: "¡sos vos la que tenés que estar internada, negra de mierda, negra puta!", no, no, implora quien estira los brazos para sujetarlo, la madre de la piba entretanto se arma de una gran rama caída y se acerca amenazante, una suerte de Némesis urbana. "Voy a llamar a la policía", anuncia la piba con voz temblorosa. Cuando llego a su lado, veo sorprendida que le falta por completo el antebrazo derecho, el celular se apoya apenas sobre un pequeño apéndice. Cobarde hijo de puta. "Está enfermo -consuelo a la mamá de la piba- no tiene sentido decirle nada, no razona como nosotros". "Sí, pero si me la agarra sola, me la mata -responde ella, aún cargando con la rama- ¿ud lo conoce?" "No, es la primera vez que lo veo". Del agresor y su madre no quedan rastros, me quedo pensando que fui incapaz de reaccionar, que permití la discriminación y no hice nada. Lo menos que puedo hacer es acompañar a madre e hija, que ya están tomando otro camino, en una segunda vuelta al circuito.


"¿Llamaron a la policía?", pregunto poniéndome a la par. Sí, pero esos cruzaron la avenida y se refugiaron en uno de los edificios, cuando llegue el patrullero no va a servir de mucho. "Puf, encima vecinos... Discúlpenme si no intervine, al principio pensé que se conocían, que venían juntos". No deja de ser cierto, aunque esta caminata al lado de ambas se sienta como una reparación escasa y tardía. "Yo escuché no no -cuenta la piba- pero me pareció que era una pelea de pareja y no quise darme vuelta, vio? Porque capaz que me decían vos que mirás". "Qué cosa -dice la madre- una sale a caminar para desestresarse y termina junando a los costados. Los otros días había un grupo de chicos molestando a la gente que pasaba, terminaron peleándose entre ellos, tirándose con piedras y palos..." "Qué barbaridad". Qué barbaridad, y el sol y la mañana y la vuelta corta y la vergüenza.