Será por el video de Mr. Bean haciendo desastres en una boda, el tema es que por estos días se me dio por recordar un hecho vergonzoso, uno de tantos vividos. Durante mi adolescencia, se casó una compañera de secundario. Hecho bastante insólito, éramos aún muy jóvenes. Pese a habernos juntado un par de veces en su casa, tenía con ella una relación de escasa intimidad. Yo me sentaba en el primer asiento (ya por entonces veía poco y nada) y ella al fondo, con dos amigas con las que compartía risitas, carcajadas y secretos. Conformaban un trío cerrado, una suerte de cofradía. Aún así, me dieron ganas de regalarle algo para su nueva vida de casada.
Por aquel entonces éramos pobres. No sólo éramos pobres, carecíamos además de roce social. Vivíamos de prestado en una bellísima casa quinta perteneciente a mi abuelo materno, a unas quince cuadras del mar, y esa era toda nuestra (inmensa) fortuna. Comprábamos grandes bolsas de arroz y harina integral y plantábamos chauchas, zapallo, zanahorias y rabanitos. En el jardín (enorme, salvaje) había además un manzano, algunos limoneros y un par de higueras. El agua era de molino, en invierno acarreábamos leña para las salamandras. El único lujo era una cocina de cuatro hornallas con gas de garrafa, que competía con la vieja cocina económica. No teníamos televisión ni radio, salvo la Spika de mi abuelo. Y quién iba a osar pedírsela, si el abuelo iba a todos lados con la radio en el bolsillo de su saco. Yo caminaba ida y vuelta el largo trayecto hasta el colegio y había aprendido a zurcir mis medias. No nos sobraba nada, mal podíamos entonces comprar un regalo de casamiento. Pero en casa había una bandeja de acero inoxidable -de tamaño respetable- con un hermoso grabado. Debe haberse notado a todas luces que era usada (sobre todo en el revés), sin embargo dudo de que yo reparase siquiera en ese detalle. Para mí era un objeto bello y de calidad, un buen presente. Y allá fui, a casa de nuestra compañera, con la bandeja primorosamente envuelta. Me atendió su madre, que me hizo pasar a la cocina y me explicó, muy incómoda ella, que yo no estaba invitada ni a la ceremonia ni a la fiesta... ¿me quedaba claro? No lo dijo así, por supuesto, la buena mujer transpiró lo suyo. Y yo entretanto busqué hacerle entender que eso no me importaba, que mi única intención había sido acercarle a la novia algo bonito y útil.
Hoy fui a comprar insumos. Me atendió, en uno de tantos locales, un muchacho de pocas luces que además está a cargo de la caja. Cada vez que lo veo, pienso lo mismo: ¿cómo es que le dieron este trabajo? ¿Cómo es que dura en este trabajo? No parece comprender lo que la gente pide, confunde caucho con cuero y se queda largos segundos mirando extrañado a quienquiera le formule la menor pregunta. ¿Cadenas?, parecen decir sus ojos... ¿qué cadenas? Tiene una expresión entre bobalicona y soñadora, y un corte de pelo emo.
Será por el video de Mr. Bean, será por mi propia vida llena de torpezas, esta mañana lo miré de otra manera. ¿Qué recursos faltarán en su familia, cuales serán los baches a cubrir?
Los clientes, ya irritados, solemos repetirle una y otra vez la misma frase: "No, no me entendés..." Una manera como cualquier otra de decirle boludo, en suma. Él parece estar a años luz del negocio que atiende, en otro mundo, un mundo donde seguramente importa más el amor que lo que la gente pueda colgarse del cuello o las orejas.
Muchos recuerdos, historias parecidas las nuestras y las de la mayoría de la gente, supongo. El año pasado una señora muy mayor, cliente hace años, me trajo de regalo una bandeja de losa inglesa, hermosa, pero con pedacitos de comida pegados de los últimos 50 años. Sí, me dijo que se la habían regalado para el casamiento y quería que yo la tenga. La agarré con CIF y quedó preciosa. La torpeza hubiera sido no lavarla. La semana pasada me llamó el sobrino para decirme que la Sra. falleció. Y yo me siento orgullosa de servir la cena en su bandeja.
ResponderEliminarEn cuanto a los que se quedan con la boca abierta y la mirada perdida, uf, conozco el tema. Uno no sabe si pegarles o abrazarlos. A mí me nace el instinto de protección con esa gente. (bah, si atiende en un lugar no, ahí lo quiero matar inmediatamente). Y coincido con su reflexión final. A mí me da la impresión de que están en un mundo un poco mas bello.
Ultimo: NO había un post anterior que no está???
Besos Amiga, la quiero.
Sí, pienso que cada quien tendrá sus propias vergüenzas.
ResponderEliminarEl muchachito mencionado es todo un caso. Un día le pedí que me descontara tres piezas rotas que se veían claramente a través del envoltorio transparente, lo único que tenía que hacer era sacar el precio unitario, multiplicarlo por tres y restar el resultado a la suma final. Se me quedó mirando como diciendo ¿de qué habla esta mujer? Finalmente preguntó: "¿lo lleva?" "Sí, lo llevo, pero no quiero pagar por bueno lo que está roto". ¿Qué hizo entonces? Me cobró, no puso esos insumos con el resto y tuve que volver otro día a buscarlos.
Ah, lo que me costó explicarle. "Sí, quiero la bolsita que te olvidaste de poner el otro día". "No, no traje el ticket, no me importa volver a pagarla". Todo así. ¡Y está de cajero!
Están todos los posteos, muchacha. Fíjese en "Entrada antigua".
ResponderEliminarLa extraño, ud ya lo sabe.