I
Los sonidos del tráfico se perciben espaciados, un pájaro insistente saluda a la mañana.
El Hombre posa su mano sobre mi costado. El aire que inhalo la empuja hacia arriba, cuando exhalo, su mano y mi vientre bajan. Es un movimiento que me resulta familiar -rítmico, profundo- pero en esta duermevela aún no consigo ubicarlo. La respuesta llega enseguida... es el del mar, el mismo sube y baja de aguas adentro.
El mar, ¿respira?
II
Estoy sentada bajo una pérgola, a la sombra. Un hombre pasa y saluda festivo. "¿Disfrutando la tarde?" No suelo responder a desconocidos, pero éste tiene la mirada limpia. "Disfrutando la tarde, sí". Me cuenta que trabaja en el parque, que la glicina tiene ciento veinticinco años, que hace unos días la hubiese encontrado rebosante de flores. Me cuenta también, a título de nada, que tiene cita con un mecánico dental, que su señora le paga la mitad del tratamiento, que Pami no lo cubre. Observo entonces que le faltan unos cuantos dientes. "Estas cosas suelen ser muy caras...", me conduelo. El hombre conversa algo más y se aleja presuroso. Pocos minutos después vuelve en sentido contrario, se ha cambiado la remera por una camisa de manga corta y lleva un cepillo dental en la mano. "Hay que lavarse los dientes, si no...", dice al pasar.
Un inocente. Un inocente, la glicina sin flores, el sol sobre el pasto y el viento en las hojas de los árboles.
Tu segundo relato me recordó a Tess Gallagher, esa atmósfera...
ResponderEliminarLa frase que cierra el texto es tan triste y tan linda.
Betina, no la conocía. Gracias.
ResponderEliminarCada pájaro caminando
No mientras, sino mucho después de decírmelo él,
yo lo imaginaba bañando a su madre,
encorvándose sobre la cama y bajando
la manta. Había una palangana con agua
y él mojaba un paño
en ella una y otra vez. El paño
chorreaba un poco sobre la sábana
cuando él iba y venía desde la cabecera
a la mesa de noche
porque no había sitio
en el cuerpo de ella que él no debiera tocar pues
era necesario. Y ella le ayudaba moviéndose
lo poco que podía, levantándose para que él
lavara, debajo de los brazos, el hueco suavemente.
Luego progresaba
desde los pies, por los tobillos, sobre
las rodillas. Y por último, abría
sus muslos y pasaba el paño con firmeza
y con la idea de limpiar
arriba, donde la entrepierna, entre los labios,
sobre la V de pelos escasos,
como si él fuera una madre
que tuviera el pretexto de la limpieza para tocar
con amor e indiferencia
las partes secretas de su hija, para rozar
la asexualidad soñolienta en su espera,
para descubrir qué hacer por el amor
del cuerpo, por el amor de lo que
sólo el cuerpo puede hacer por sí mismo.
Así su mano, suavemente en el sitio
de su luz natal. Y ella, los ojos ahondados
y cerrados en la habitación oscura.
Y porque él me dijo que la muerte de ella era tan
importante como el estar con ella,
yo pude amarle de otro modo. No
por el cuerpo solo, o por su propia materia,
sino llevada por las blancas espirales del temblor
hasta que el espíritu, el aliento que éramos,
se nos quitó. Pequeña entonces,
la palabra sagrado.
La volvió boca abajo
y lavó las escápulas,
la parte estrecha de la espalda. "Ya está bien", dijo ella.
"Basta ya".
Sobre nuestros labios aquella mañana, el jugo ácido
de las madres, tan fuerte en la remembranza,
sin pedir, sin dar, y lo que dijiste,
va siendo el fin de nuestro amar, así para no dañar
al ser más querido, me hizo pensar
en lo que queda de nosotros
después de quitado nuestro sexo. "Cuéntame", dije,
"algo que no pueda olvidar". Luego vino la historia
de tu madre, y cuando terminaste,
dije: "Está bien. Basta ya".
Gracias a vos por compartir este poema, es muy hermoso (no lo conocía).
ResponderEliminarAquí subí un fragmento de TG, lleno de viento y de soledad, como tu texto: http://lunavalencia.blogspot.com.ar/2012/09/tess-gallagher-dice.html
Un beso