jueves, 28 de noviembre de 2013

¿Ciudad Verde? Tapada de hormigón...



Un amigo ha pasado un papel bajo nuestra puerta, la fotocopia de una nota publicada en La Prensa. Viene a cuento, a pesar de la lucha emprendida por los vecinos participativos de las comunas, Macri consiguió convertir en ley la privatización del espacio público para emprendimientos gastronómicos. Duele de sólo pensarlo, el lunes paseamos por la Costanera Sur y era todo una mugre. La nota de mi admirado Livingston dice así:


BARES EN LAS PLAZAS 

¿Qué mejor lugar que una plaza para poner un bar? ¿Quién puede dudarlo? Contarán con baños públicos (¿o serán “sólo para clientes?”), camiones proveedores, cajones y depósitos de basura. Crecerán como crecen todos los edificios con espacio alrededor. Abundan los antecedentes. Los bosques de Palermo han sido invadidos permanentemente por los sucesivos gobiernos de la ciudad, violando disposiciones vigentes. En los últimos años las 720 hectáreas originales del parque se redujeron a 120 libradas al público. El último caso -denunciado por los Amigos del Lago de Palermo- es generar “un nuevo polo gastronómico” en el Paseo de la Infanta. Otro caso bastante reciente fue construir sucursales bancarias de hormigón armado, estilo Banco de Londres, en las plazas porteñas. El autor de la idea fue el intendente Suárez Lastra (1987-1989). Los edificios fueron construidos y acertadamente demolidos pocos años después. Extendiendo un poco estas propuestas, todo debería ser instalado en las plazas, hasta completar su desaparición… El espacio abierto no es percibido como una presencia (precisamente de vacío) sino como una carencia: “¿Que podríamos poner allí?” es la pregunta. Pero el espacio habitable necesita vacíos, plazas, verdes, juegos de niños. En nuestra ciudad hace falta más espacio “vacío” y no menos. A la salida del cine necesitamos dirigir la vista al cielo y respirar profundo.
Quizá sea por eso que los porteños necesitamos tanto de las “escapadas”: sólo se escapan los prisioneros.
Arq. Rodolfo Livingston
supernova@house.com.ar



 
Publicado el 12/11/2013
PropAMBA en Radio Asamblea
Rodolfo Livingston, Mariano Bibolini, Bernardo Zabala
Radio Asamblea FM 94.1
Lunes a las 20:00 hs. todos los lunes, por internet http://www.radioasamblea.com/

 

martes, 26 de noviembre de 2013

Prejuicios y certezas

Le orinaba en la nuca para refrescarlo

Se ve que ando riendo fuerte, el muchacho me pregunta si está bueno. Sí, respondo. Trata de un esquimal que debe abandonar a su suegra en una zona helada, a la espera del Gran Hermano Oso. Pero le da prurito... aquella vez que se resfrió por salir desabrigado, ella le prodigó los mejores cuidados. Leo en voz alta: "Le pegaba brutales golpes en la espalda con un besugo para espantar la fiebre y luego le orinaba en la nuca para refrescarlo. También le había punzado la vejiga con una espina de salmón para permitir que escaparan los dioses del Mal y lo había alimentado con vísceras crudas de zorro y bosta de ciervo durante noches enteras".

El pibe también ríe, aunque dudo que haya prestado la misma atención inicial sobre el final del párrafo. Me tocan todos, pienso observándolo de reojo. Rastas, remera intervenida a tijeretazos, pantalones demasiado cortos, escandalosas medias a rayas y zapatillas. En la mochila carga una rueda pequeña, sin pedales ni nada, una simple rueda de metal. Le compra una piedra al artesano de enfrente y paga los diez pesos que vale, moneda sobre moneda. El artesano, puro corazón, le regala dos más y le explica cómo puede sacar tres dijes de cada una. "Cincuenta pesos, mínimo, cada dije". Qué contento está el pibe, tan contento que se sienta sobre el muro y se pone a conversar con el artesano como si se conociesen de toda la vida. Del otro lado ha armado una chica que vende pipas para marihuana (ahora mismo está tallando una) y yo en medio -muy sentada en mi silla, muy señora- leyendo el libro de Fontanarrosa. La chica tenía todo el muro para instalarse, pero no... tuvo que pegarse a mi paño con su amiga fellinesca que cuenta a gritos cómo la llevaron presa, jaajá jajá y entonces el cana jijí jujú. Me tocan todos. Eso me pasa por armar un feriado de lluvia, quién me manda a armar un feriado de lluvia, podría estar en casa mirando alguna película, en cambio estoy aquí rodeada de freaks, nerds, o como se diga. El artesano ofrece un trago de jugo de segunda marca, o tal vez tercera, que declino amablemente. El pibe se pone a jugar con un diábolo en medio de la calle. Hay que reconocerle maestría. Ya no es más un joven sucio y desaliñado, ante mis propios ojos y en cuestión de segundos se ha trasformado en un bailarín diestro, el diábolo en sus manos parece un yoyo gigante. Todo en él es armonía mientras gira en el aire: las largas rastas, la remera tajeada a los costados, las medias de gnomo navideño. Admirada, levanto el pulgar en señal de aprobación. Me dedica entonces la rutina que hace frente a los semáforos, con saludo final y todo.

-¿Hacés circo?
-No, aprendí en la calle.
-¿Y qué hacés con la rueda?
-Equilibrio.
-¿Así nomás, sin pedales ni nada?
-Así nomás.

Sentado otra vez al lado mío, me cuenta que en el verano trabaja en un restaurante de la costa, frente al casino. Que está de cocinero hace ocho años, que ya lo conocen todos, que se encarga de los pescados, las carnes y la pizzas, que es un restaurant importante pero él en el invierno se aburre. Mientras conversa se quita las zapatillas (que deja caer) y las medias (que vuelan encima) y acomoda los pies descalzos sobre el muro. Mi paño está a escasos centímetros de su desparpajo.
Muy anti-venta. Muy, muy anti-venta. Eso me pasa por armar un feriado de lluvia, etc, etc.

La vieja del cuento se salva del oso.

Afiladísima

En la película Sin límites, el protagonista consume una droga que le permite utilizar su cerebro al 100%. Toda la información que alguna vez leyó, vio o escuchó está presente para él, ordenada y disponible.

Inspirada por la trama, miro a mi alrededor en el colectivo. ¿Cuál será el próximo asiento libre? Ese. Con total certeza, me acerco al asiento en cuestión. A los pocos minutos, la mujer al lado de la ventanilla descorre el cierre de su cartera y saca un llavero con un conejo de paño. ¿Cómo supe? Algo en mi inconsciente debe haber registrado una señal mínima, tal vez cierta tensión en su cuello. Qué bien, estoy afiladísima.

Cuando toco timbre en mi parada, la mujer del llavero, aún sentada, cogotea la altura por la ventanilla. Moraleja: aunque tu cerebro funcione al máximo, siempre habrá alguien que amague levantarse quince cuadras antes.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Buenas y santas, cómo dicen que les va

Los prejuicios (y van...)

Cerca de casa hay un almacén. Chiquito, escondido, sólo viene a mi mente cuando llueve mucho o el viento se embolsa en la entrada del edificio. Lo atiende una mujer menuda, delgada y vivaz.
Madre, como indican los dibujos infantiles que adornan una de las paredes. Por ellos le pregunto mientras me despacha, son de su nena. Tienen onda, más allá de parecerse a cualquier otro garabato infantil. Charla va, charla viene, se me ocurre preguntarle si no tendrá uno de esos potes de helado o algo que me sirva para mezclar componentes. Para hacer manualidades, le explico. Ah, ¿soy artesana? Eso intento. Ella también, estuvo siete años en la Feria de Mataderos. Pero después surgió esto del almacén, y bueno...

La mujer enseña sus palmas. Las yemas de los dedos siguen llenas de pequeños cortes, a un año largo del cambio de rubro. Antes de despedirnos alcanza un folleto, más que un folleto, un cuadernillo de aros de plata que me deja con la boca abierta. Paso una a una las páginas, llenas de diseños limpios, pensados con el corazón. Una artista. La miro con ojos nuevos, estoy frente a una persona de sensibilidad exquisita.

¿Y por qué no habría de serlo? ¿Porque en una multitud pasaría desapercibida, porque vende fiambre? Ay, Maia, Maia...

A dieta

Dani, el librero anarquista, pasa a mi lado portando un choripán. Ante mi mirada, explica que está haciendo la dieta de la manzana. No me animo a preguntar (es capaz de responder cualquier grosería), pero la curiosidad puede más y voy detrás suyo.

-Dale, decime... ¿cómo es la dieta de la manzana?
-Como de todo, menos manzana.

Cuán cierto

"Cualquier cosa que estés destinado a hacer, no importa de qué se trate, debes hacerla ahora. Las condiciones serán siempre imposibles".

Doris Lessing, escritora, Nobel de Literatura.

Si estoy acá es porque puedo

Ayer nos conmovimos con la noticia de la mujer que dio a luz en plena autopista, su auto atascado por el accidente fatal del peaje Dellepiane. Haciendo el zapping de todas las noches, alcancé a escuchar a una de las parteras, decía que Dios la había mandado al lugar. "Si estoy acá es porque puedo", pensó en medio del stress. Y después, "Dios, ayudame" (la beba venía de nalgas y la mamá, primeriza, estaba asustada y sufría). La partera sonrió al contarlo, lo suyo sonó a trueque: "Dios, yo vine... ¡ahora ayudame!"

Parafraseándola, podríamos decir que si estamos acá (en este trabajo, relación, ciudad), es porque podemos.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Imagínate vestida de odalisca

De vez en cuando salgo de mi zona de comodidad, nomás para ver qué pasa. Y así fue como le compré a nuestro viejo librero La diosa erótica, de Alessandra Rampolla. Cómo adueñarte de tu potencial sexual, sonaba cuando menos prometedor.

La carcajada me hizo atragantar la pepa que estaba masticando, el dibujo mostraba un vibrador en forma de patito de hule. "Su forma no fálica es ideal para aquellas personas que buscan discreción con sus juguetes eróticos". Y seguí riendo con esto y aquello (el texto abunda en diminutivos), sólo por eso valió la pena cada peso invertido.

La Rampolla propone una lista de películas eróticas... ¡donde no figura Match Point! Imperdonable olvido. Y un cancionero erótico, otra lista "arbitraria y subjetiva". Fui a escucharla... Mmm, maso.

Salvo Barry White. Como bien dice: ¡CUALQUIER COSA de Barry White!
En este tema, ¿no parece haber encontrado la horma de su zapato? ¿No luce hasta incómodo?
Ah, guachito (parece decir Lisa Stansfield), ¿andabas buscando guerra? Guerra tendrás.

https://www.youtube.com/watch?v=2ObEqe8YRuE

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Paz

I

Los sonidos del tráfico se perciben espaciados, un pájaro insistente saluda a la mañana.
El Hombre posa su mano sobre mi costado. El aire que inhalo la empuja hacia arriba, cuando exhalo, su mano y mi vientre bajan. Es un movimiento que me resulta familiar -rítmico, profundo- pero en esta duermevela aún no consigo ubicarlo. La respuesta llega enseguida... es el del mar, el mismo sube y baja de aguas adentro.
El mar, ¿respira?

II

Estoy sentada bajo una pérgola, a la sombra. Un hombre pasa y saluda festivo. "¿Disfrutando la tarde?" No suelo responder a desconocidos, pero éste tiene la mirada limpia. "Disfrutando la tarde, sí". Me cuenta que trabaja en el parque, que la glicina tiene ciento veinticinco años, que hace unos días la hubiese encontrado rebosante de flores. Me cuenta también, a título de nada, que tiene cita con un mecánico dental, que su señora le paga la mitad del tratamiento, que Pami no lo cubre. Observo entonces que le faltan unos cuantos dientes. "Estas cosas suelen ser muy caras...", me conduelo. El hombre conversa algo más y se aleja presuroso. Pocos minutos después vuelve en sentido contrario, se ha cambiado la remera por una camisa de manga corta y lleva un cepillo dental en la mano. "Hay que lavarse los dientes, si no...", dice al pasar.

Un inocente. Un inocente, la glicina sin flores, el sol sobre el pasto y el viento en las hojas de los árboles.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Tropiezos y torpezas

Será por el video de Mr. Bean haciendo desastres en una boda, el tema es que por estos días se me dio por recordar un hecho vergonzoso, uno de tantos vividos. Durante mi adolescencia, se casó una compañera de secundario. Hecho bastante insólito, éramos aún muy jóvenes. Pese a habernos juntado un par de veces en su casa, tenía con ella una relación de escasa intimidad. Yo me sentaba en el primer asiento (ya por entonces veía poco y nada) y ella al fondo, con dos amigas con las que compartía risitas, carcajadas y secretos. Conformaban un trío cerrado, una suerte de cofradía. Aún así, me dieron ganas de regalarle algo para su nueva vida de casada.

Por aquel entonces éramos pobres. No sólo éramos pobres, carecíamos además de roce social. Vivíamos de prestado en una bellísima casa quinta perteneciente a mi abuelo materno, a unas quince cuadras del mar, y esa era toda nuestra (inmensa) fortuna. Comprábamos grandes bolsas de arroz y harina integral y plantábamos chauchas, zapallo, zanahorias y rabanitos. En el jardín (enorme, salvaje) había además un manzano, algunos limoneros y un par de higueras. El agua era de molino, en invierno acarreábamos leña para las salamandras. El único lujo era una cocina de cuatro hornallas con gas de garrafa, que competía con la vieja cocina económica. No teníamos televisión ni radio, salvo la Spika de mi abuelo. Y quién iba a osar pedírsela, si el abuelo iba a todos lados con la radio en el bolsillo de su saco. Yo caminaba ida y vuelta el largo trayecto hasta el colegio y había aprendido a zurcir mis medias. No nos sobraba nada, mal podíamos entonces comprar un regalo de casamiento. Pero en casa había una bandeja de acero inoxidable -de tamaño respetable- con un hermoso grabado. Debe haberse notado a todas luces que era usada (sobre todo en el revés), sin embargo dudo de que yo reparase siquiera en ese detalle. Para mí era un objeto bello y de calidad, un buen presente. Y allá fui, a casa de nuestra compañera, con la bandeja primorosamente envuelta. Me atendió su madre, que me hizo pasar a la cocina y me explicó, muy incómoda ella, que yo no estaba invitada ni a la ceremonia ni a la fiesta... ¿me quedaba claro? No lo dijo así, por supuesto, la buena mujer transpiró lo suyo. Y yo entretanto busqué hacerle entender que eso no me importaba, que mi única intención había sido acercarle a la novia algo bonito y útil.

Hoy fui a comprar insumos. Me atendió, en uno de tantos locales, un muchacho de pocas luces que además está a cargo de la caja. Cada vez que lo veo, pienso lo mismo: ¿cómo es que le dieron este trabajo? ¿Cómo es que dura en este trabajo? No parece comprender lo que la gente pide, confunde caucho con cuero y se queda largos segundos mirando extrañado a quienquiera le formule la menor pregunta. ¿Cadenas?, parecen decir sus ojos... ¿qué cadenas? Tiene una expresión entre bobalicona y soñadora, y un corte de pelo emo.

Será por el video de Mr. Bean, será por mi propia vida llena de torpezas, esta mañana lo miré de otra manera. ¿Qué recursos faltarán en su familia, cuales serán los baches a cubrir?
Los clientes, ya irritados, solemos repetirle una y otra vez la misma frase: "No, no me entendés..." Una manera como cualquier otra de decirle boludo, en suma. Él parece estar a años luz del negocio que atiende, en otro mundo, un mundo donde seguramente importa más el amor que lo que la gente pueda colgarse del cuello o las orejas.