Marcos es español. Su perro, Inti, ecuatoriano. Donde va uno va el otro. Ese primer día, Marcos se sentó al lado de mi paño de feriante. Y ahí se quedó, sin decir nada, mirando al frente. Después se fue con su perro no sé dónde y volvió al rato. Uh -pensé- espero que no me dé la lata. No entendía bien qué hacía ese hombre joven, de anteojos, que tanto parecía llegar como estarse yendo. Marcos rompió el hielo preguntándome por el libro que leía. Yo a mi vez le pregunté que hacía. "Nada", respondió. "Pero... ¿trabajás, estudiás?" No. ¿Y cómo vivís? La gente me da. Ah, pedís. No, yo no pido, la gente me da.
Muchos días después, me animo a preguntarle.
-¿Cuáles son tus dolores?
-¿Qué dolores?
-Tus dolores, vayamos a lo profundo.
-Mis hijos. Que estén creciendo sin padre. Yo soy responsable de la repercusión que pueda tener en sus vidas la ausencia de un padre.
Marcos piensa un segundo dolor.
-No haber podido corresponder con amor a mi última pareja. Sí por momentos, pero no sostenerlo en el tiempo.
-¿Qué fue lo más significativo que aprendiste en la calle?
-Que dando amor recibes amor, antes no lo sabía.
Cuenta Marcos que para encontrarse y ser feliz tuvo que vivir en el presente, que es donde existe la vida. Para lograrlo se despojó del pasado y dejó de preocuparse por el futuro. "Tuve que olvidarme de mis hijos, olvidarme de todo, vivir sin la presión de las responsabilidades. Era surrealista, me encontraba enseñando a padres el amor por sus hijos y yo estaba separado de los míos. Yo abandoné a mis hijos y soy consciente de eso".
-¿Te sentís incoherente?
-Uno no puede dar lo que no tiene. No puedo mantener la energía del amor incondicional todo el tiempo.
-¿Por qué?
-Porque no tengo una vida muy ordenada. Es fácil ser un monje en la montaña, es difícil serlo en la ciudad.
Observo el surco que le cruza la nariz, una cicatriz antigua, alguien alguna vez lo despertó de un botellazo. Su perro tiene ojos color miel y un aire entre digno y melancólico. Es la primera vez que Marcos se responsabiliza de un ser vivo hasta las últimas consecuencias. Marcos explica que tiene picos de energía. "En esos momentos las palabras que salen de tu boca son la Verdad Absoluta, la gente se queda con la boca abierta y te pone etiquetas: eres psicólogo, eres filósofo, eres Jesucristo. Como escribí una vez: Tan cerca que no puedes verlo, tan sencillo que no puedes creerlo, tan inmenso que no puedes imaginarlo".
Le cuento que hablé de él con una amiga que atiende un kiosco de diarios y revistas, que mi amiga reconoce tener pocas pulgas con los que no trabajan. Hace poco se le acercó una mujer con un celular en la oreja: "¿No me da diez pesos para la leche de los chicos?" Y ella la sacó carpiendo. "Escuchame, yo estoy desde las cinco de la mañana acá, baldeando la vereda y ésta se aparece a las once, con los pelos parados, a manguearme. Rodeada de pibes, encima, ni siquiera sabe cuidarse, lo único que hace es coger. Distinto hubiera sido que me diga 'Señora, ¿tiene algo que yo pueda hacer? Preciso comprarle la leche a mis hijos'. Eso es dignidad."
Marcos opina que es más práctico y más amoroso compadecerse. Convertir la rabia en compasión, que nace del amor. Esa es la Alquimia Verdadera. Porque si mi amiga del kiosco hubiera tenido los padres de la "otra", el entorno de la otra, la educación de la otra, las experiencias de la otra... sería la otra.
-¿Que dirías a los que te tratan de parásito?
-¿Parásito? Es su opinión y la respeto. Pero yo no paré de trabajar en todo este tiempo, creando conciencia en la gente.
Y enumera refugios, comedores sociales y asilos de ancianos.
-¿Qué países conocés?
-Alemania, Suiza, Francia, España de norte a sur, las islas Baleares, las islas Canarias, Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador...
-¿Y cuánto hace que estás viajando?
-Seis años.
-Una carrera.
Marcos ríe. Una carrera, confirma.
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