"¿Qué pasa, agente?". Una unidad de traslados de la policía acaba de subir a la vereda, en plaza Dorrego. Es sábado, son apenas las 8 y monedas y voy camino al bar de siempre. "No puede pasar, señora, hay un muerto". Pongo cara de auch, creo que incluso digo auch. Subo las escaleras y me detengo unos momentos. El cuerpo ya está cubierto con un plástico gris, de la camioneta bajan una gran bolsa negra. "¡Trajeron una bolsa!", celebra el hijo de una feriante, un changuito hermoso que suele caminar ligero con un cartón entre las manos simulando manejar un colectivo. Pongo mi índice sobre los labios. Ssshhh, le hago. Otra artesana se acerca, contrita. "Es así la vida", comenta resignada. Es muy mayor, una persona triste. Huyo, no sin antes cruzarme con uno de los pibes encargados de la limpieza de la plaza. Viene hacia mí, rastrillo en mano. "El policía me dijo que no podía pasar, que hay un muerto", le comento. "A mí me dijo lo mismo. Y cómo no lo sacan, le dije yo, cómo va a sentarse la gente a tomar algo con el muerto ahí", contesta el pibe. "A ver -me escandalizo- primero está el muerto, la gente que se la banque". El pibe ríe, tal vez llevó su deseo de limpieza demasiado lejos.
Ya en el bar coincido con otro compañero. Le cuento lo del muerto, un hombre de la calle. "Dicen que fue por una sobredosis, pero no sé... De frío no puede haber sido, con los calores que hacen. Tal vez fue una combinación de mala alimentación y droga".
-Peor fue lo de un amigo que venía a verme. Un tipo ermitaño, de estos que mucho no se dan con la gente. Murió en la casa, demoraron diez días en enterarse.
-Uy, qué horrible.
-Lo fue a ver otro amigo, a llevarle unas pizzas y qué sé yo. Lo paró el encargado del edificio y le mostró la puerta toda rota.
-Qué soledad, pobre.
-Tenía un rollo con la madre, quería encontrar una mujer como la madre y eso es imposible.
-¿Y qué edad tenía?
-Sesenta y seis.
-¡Ah, joven! ¿Y de qué murió?
Mi compañero encoge los hombros, no se sabe.
¿Vos estabas cuando vino la morguera? Sí. ¿Y?, me pregunta una señora con el morbo en los ojos. Nada, no vi nada. Con el correr de las horas los rumores corren. Murió a las cinco de la mañana, tenía cuarenta y cinco años, es el español con el perrito, no, si lo vimos pasar hace un rato, es uno lungo, el amigo de Fulano. Un mutante menos, dice un mal parido. ¡Un-mutante-menos, un-mutante-menos!, canturrea golpeando sobre el muro el pibe que trae caballetes y tablas. Es un provocador profesional, no tiene caso irritarse.
En el lugar arma ahora una feriante. Detrás suyo aún se ven las cintas de la policía, esas que ponen para resguardar la escena. De la reja al farol, del farol al árbol.
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