lunes, 19 de diciembre de 2016
Amiga pájaro
Tengo una amiga pájaro. Sospecho que llegó a mi vida para enseñarme liviandad. Trabaja en una escuela cercana y vino un par de jueves durante el recreo largo, a tomar unos mates. Subió las escaleras pendiente de su celular, invitaciones aquí, invitaciones allá. El tercer jueves -yo almorzaba tardíamente con otra amiga en un restaurant de comida al paso- me mandó un mensajito a ver si estaba en casa. Como buena taurina, pasé a esperar su visita cada jueves. Como buena taurina o como el zorro amigo del principito.
Pero mi amiga falla en las artes del amaestramiento. Está, no está, aparece por la feria en fugaces visitas, a veces sólo me acompaña hasta la parada del colectivo, otras saluda apenas y se va tras la murga con su perra. Algunos días, muy temprano de mañana, escucho su risa a mis espaldas. Conversamos largamente y de repente, como un collar que pierde sus cuentas, se escurre calle abajo. Puede ser que vaya a una clase de expresión corporal o de teatro, puede ser que venga de yoga. Le gustan todos los hombres (confiesa), pero también la aburren. Su fe es inmensa, su búsqueda espiritual constante, su pena profunda. Tuve que aprender a disfrutarla en los escasos momentos que parece dedicarme. Como a un colibrí, pensaba el otro día. Si pienso que el colibrí va a desaparecer, me pierdo la maravilla de su visita.
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