miércoles, 23 de noviembre de 2016
Reunión de consorcio
Estaría bueno hacer una reunión el 24, en la terraza, sacar un par de mesas y que cada uno traiga algo para picar o tomar. Y poner esas tiras de luces de colores, grafico ilusionada. Sí, podría ser, ¿vos estás acá para esa fecha? Suba de expensas. ¿Otra vez? ¡Pero cómo! Y sí, hay que pagarle las cargas sociales a Graciela. Ruidos molestos, veamos. Respetar el horario de 13 a 16 y después de las 20 hs. No, las 20 es muy temprano, mejor después de las 22. Ok, las 22. Y los fines de semana, qué? Porque un cumpleaños, a ver, uno tiene derecho a un poco de esparcimiento en su propia casa. Primero habría que definir qué es ruido molesto, dice Evelyn, que recién llega. Es justamente lo que estábamos hablando, dice el dueño del 14. Sí, aclaremos, dice Ernesto, porque no quiero tener problemas, yo toco el bajo y la guitarra y no quisiera que me pongan en la misma bolsa con el del departamento 3 que se viene con la banda. No, acá ensayos no, dice Evelyn, son domicilios particulares. Yo no voy a dejar de tocar la guitarra, se encrespa Ernesto, yo trabajo con mi instrumento. ¿Y quién te dijo algo, acaso yo te dije que no podías tocar la guitarra? Si de hecho la tocás todos los días y jamás te hice un planteo. ¿Cuándo, si no estoy en todo el día? Yo ya sé cómo viene la mano, nomás me estoy cubriendo. ¿Y cómo viene la mano, a ver? Contanos a todos, exige Aldana, la hija de Evelyn. Que después me tocan el timbre, dice Ernesto a quien el cogote se le va enrojeciendo. Vos traés un tema que no existe, querés particularizar cuando hay otros puntos importantes que tratar, eleva la voz Evelyn. No grite, señora, pide el dueño del 14, estábamos debatiendo los horarios para ruidos molestos, usted llegó tarde y hubo que volver a explicar todo. Disculpe, pero esta reunión es para los que vivimos aquí, dice Evelyn con una sonrisa torcida. Yo también tengo derecho a opinar, usted recién aparece y no aporta nada positivo, dice el dueño del 14. Ah, y usted sí, ¿usted con sus inquilinos sí? ¿Qué pasa con mis inquilinos? Que tuvimos que llamar a la policía porque se querían acuchillar, y el otro, el anterior, con el perro que se cagaba todo (¿se querían acuchillar?, cuchicheo yo). Me voy, dice Marta, me duele la cabeza, hablan todos juntos. Usted tiene problemas con todo el mundo, ya se ve, está diciendo el dueño del 14. ¡Yo hace venticinco años que vivo en este edificio, señor! ¿Y eso le da derecho a maltratar a la gente? Vamos, Aldana, ruge Evelyn, abandonemos esta reunión, yo no tengo nada que debatir acá. Y renuncio, redactá que renuncio, le dicta a Valeria en tono dramático. Esa mujer, cuenta Ernesto cuando Evelyn se ha ido, me golpeó la pared porque yo estaba hablando con mi señora, fue la gota que rebalsó el vaso (rebasó, corrijo mentalmente). Los budistas dicen que uno atrae aquello que lo hace evolucionar, le digo a Ernesto. ¿Que lo hace qué?, se inclina Ernesto. Evolucionar. Me mira sin entender. Por ahí te enseña a defenderte. No, si yo me defiendo muy bien. Es tu maestra, insisto. ¡Mi maestra! Ernesto rechaza la idea con un gesto de horror. Bueno, dice Mirta, una vecina que tuve pretendía que yo no apretase el botón del baño, pará. Por eso, ¿qué son ruidos molestos? Rosa quiere saber si se escucha mucho su bastón cuando va y viene por el pasillo. Antonio propone formar grupos de trabajo y empezar a arreglar el edificio por nuestra cuenta, un sábado rasquetear una pared, otro pintar el pasillo. ¿Por qué esperar todo de la administración? Si mi marido viviese habría llamado al Jardín Zoológico para que poden el árbol de la vereda, dice Rosa. Botánico, la corrige Juan al lado suyo. Al Jardín Zoológico habría llamado, repite Rosa. Y después me pide perdón cuando abandono la reunión, tal vez ha metido la pata en algo, ella antes hasta subía a limpiar la terraza con sus propias manos.
miércoles, 16 de noviembre de 2016
El sentido común
En The Monuments men, hay una escena preciosa. Bob Balaban, que en la película se llama Preston Savitz, trata con cierta displicencia a Bill Murray, en su papel de Richard Campbell. Representan de algún modo al intelectual y al tipo sencillo, ambos integrantes de un grupo que se dedica a rescatar obras de arte robadas por los nazis. No tienen entrenamiento militar en absoluto. Y sufren un encuentro con un joven soldado alemán. El soldado, tan inexperto como ellos, está apuntando a Savitz con su arma cuando Campbell se acerca. Por qué no nos sentamos, sugiere Campbell y saca cigarrillos y encendedor de su bolsillo. Fúmate un cigarrillo, le dice a su amigo. No-fu-mo, casi deletrea Savitz. Fúmate un condenado cigarrillo, insiste Campbell.
Supe de alguien que en una situación apremiante, y en un país extranjero, avanzó gritando: "¡Messi, Messi!". La multitud se abrió como las aguas ante Moisés y facilitó su salida.
jueves, 10 de noviembre de 2016
Disculpen las molestias, nos están asesinando
Hace semanas que un hombre hace doler mi corazón. No, no estoy enamorada, el corazón tiene varias razones para dolerse. Es alguien que grita desde alguna casa, en la misma manzana. Grita vago de mierda, la concha de tu madre. Y después golpea. ¡Pá! Con un palo, pareciera, o un cinto. Imaginaba, no sé por qué, a un laburante esforzado. Alguien que madrugaba lo suyo y debía lidiar con un hijo rebelde. Pero no es forma de educar, no es la manera. Durante días los gritos y golpes se repitieron, a toda hora, al punto que no entendí cómo no lo denunciaban los vecinos. Tendrán miedo a su fiereza, pensaba. Porque el tipo mete miedo.
Ayer se salió de madre, totalmente desaforado. Esta vez la destinataria fue una mujer. PUTA, TE VOY A MATAR!!! Lo escuché desde casa, a través de dos puertas cerradas. Y salí a la terraza. Parada ahí, mirando hacia donde venían los alaridos, comencé a gritar a mi vez: BASTA!!! BASTA YA!!! Me desgañité, grité por mí, por mi madre, por mi abuela, grité por todas nosotras. El hombre no escuchó, siguió en lo suyo. ¡¡¡Pá, pá!!! TE VOY A MATAR, PUTA, PUTA!!! ¡¡¡Pá, pá, pá!!! Entré a casa y llamé al 911. "Ya le mandamos un patrullero". Lo esperé en la puerta, coincidiendo con un vecino que me preguntó si los gritos venían del edificio. Los míos sí.
El patrullero llegó cinco minutos después (cinco eternos minutos después) y el policía que descendió cruzó la calle a paso cansino. Le faltaba el termo bajo el brazo, nomás. Le expliqué, lo hice entrar, lo llevé a la terraza, le mostré la casa donde yo supongo se vive el infierno. "Porque el sonido se distorsiona, vio". El policía caminó unos pasos y señaló un pasillo. "Si es ahí, tenemos varias denuncias, es un borracho". Mientras salimos le cuestioné que se hubieran demorado, no pude menos que pensar que si una mujer acciona el botón antipánico, la asesinan tres veces hasta que ellos llegan. "Nosotros vinimos enseguida, es del 911 que tardan en avisarnos". Me pidió los datos y luego dijo "Vamos a ver si alguien se anima a hablar..." A mi entender, la nada misma.
A la noche los gritos arreciaron. Un femicidio cada treinta horas, un femicidio cada treinta horas, un femicidio... Dejé la luz del pasillo encendida, así y todo tuve insomnio.
Ayer se salió de madre, totalmente desaforado. Esta vez la destinataria fue una mujer. PUTA, TE VOY A MATAR!!! Lo escuché desde casa, a través de dos puertas cerradas. Y salí a la terraza. Parada ahí, mirando hacia donde venían los alaridos, comencé a gritar a mi vez: BASTA!!! BASTA YA!!! Me desgañité, grité por mí, por mi madre, por mi abuela, grité por todas nosotras. El hombre no escuchó, siguió en lo suyo. ¡¡¡Pá, pá!!! TE VOY A MATAR, PUTA, PUTA!!! ¡¡¡Pá, pá, pá!!! Entré a casa y llamé al 911. "Ya le mandamos un patrullero". Lo esperé en la puerta, coincidiendo con un vecino que me preguntó si los gritos venían del edificio. Los míos sí.
El patrullero llegó cinco minutos después (cinco eternos minutos después) y el policía que descendió cruzó la calle a paso cansino. Le faltaba el termo bajo el brazo, nomás. Le expliqué, lo hice entrar, lo llevé a la terraza, le mostré la casa donde yo supongo se vive el infierno. "Porque el sonido se distorsiona, vio". El policía caminó unos pasos y señaló un pasillo. "Si es ahí, tenemos varias denuncias, es un borracho". Mientras salimos le cuestioné que se hubieran demorado, no pude menos que pensar que si una mujer acciona el botón antipánico, la asesinan tres veces hasta que ellos llegan. "Nosotros vinimos enseguida, es del 911 que tardan en avisarnos". Me pidió los datos y luego dijo "Vamos a ver si alguien se anima a hablar..." A mi entender, la nada misma.
A la noche los gritos arreciaron. Un femicidio cada treinta horas, un femicidio cada treinta horas, un femicidio... Dejé la luz del pasillo encendida, así y todo tuve insomnio.
Dios nos ampare
"El cambio climático no es más que una nueva invención de China para minar la capacidad industrial de Estados Unidos". Adivinen quién.
lunes, 7 de noviembre de 2016
En la feria
Dani, el librero anarquista, cuenta de la vez que fueron con Caritas al club de barrio y estaba el loco de siempre. El loco se presentó como loco y ahí estaba Caritas diciendo: bueno, todos estamos un poco locos. "Yo me quedaba callado, porque lo veía venir", sigue Dani, habitué del lugar. El loco dijo sí, pero yo estoy loco en serio y Caritas de nuevo: claro, pero quién no está un poco loco, todos tenemos nuestras cosas... El loco entonces sacó sus papeles de loco y los arrojó sobre la mesa, como para corroborar sus dichos. Yo casi me muero, dice Dani. Y qué papeles eran, curioseo. "No sé, el certificado médico, el del psiquiatra".
El tema ahora es Greta Garbo, Nora le ha prestado a Nelly la película Mata Hari y quiere saber si le gustó. "La mina tiene buena cara, pero camina toda torcida, yo la vi y pensé ¿qué le pasa a esta mujer?". Nora ríe. Nelly camina moviendo los hombros con exageración. "No me digas que no camina así". Intervengo para decir que recuerdo haber leído que Greta Garbo tenía pies grandes, que incluso nunca se los filmaban. "En esa época no sería fácil conseguir un 41 o 42, por ahí andaba con zapatos que le apretaban y caminaba raro porque le dolían los pies". Nelly descarta mi teoría con un gesto, así sin más. "Andá..!", dice y mira para otro lado como siempre que supone que la estamos cargando. Pero hablo en serio. Observo sus pies de nena, es lógico que no entienda de qué hablo. La teoría de Nora es otra, baja la voz como si la Garbo misma pudiese oírnos: "Se decía que era lesbiana, en esa época debe haber sido dificilísimo". Todo es en esa época esto, en esa época lo otro. Sergio acota que en esa época se caminaba torcido. Dani, enterado del asunto, se acerca con su renguera de siempre: "Que conste que yo camino torcido y no soy lesbiana". Y me explica que el término garbo surgió a partir de la actriz.
Hace calor, demasiado. A pesar de haber tomado litro y medio de agua, a media tarde me siento desfallecer. Cuidame el paño que voy al súper, le digo a Sergio. Avanzo por la vereda para ganar tiempo, por detrás de los puestos. En la cuadra siguiente, me corta camino un feriante. "No se puede pasar", dice. Enarco las cejas. "Está en trabajo de parto", amplía. Detrás suyo alcanzo a ver una mujer sentada, más bien apoltronada, de piernas abiertas. Lleva calzas, y un abdomen a punto de estallar. Me desvío a la calle y veo cómo ahora intentan protegerla de miradas indiscretas con una pañoleta floreada, de las mismas que venden. Otra mujer intenta un llamado por celular. Qué curioso, tanta gente pasando distraída, mirando mates y collarcitos de cerámica... Y ahí mismito, tras un telón de gasa y para quien esté atento, la vida en su máxima expresión. En el súper no hay tanta gente como supuse, compro la última Cepita y espero para pagar con el cartón apoyado en mi mejilla. Cuando vuelvo no hay rastros de la parturienta, tal vez la refugiaron en los fondos de la parrilla al paso, tal vez ya la trasladaron. Pienso en el bebé o la beba, feriante de la primera hora, vaya que sí.
martes, 1 de noviembre de 2016
La risa
El hombre sube al subte y amenaza con cantar. Digo amenaza porque no tiene buena voz, al menos no hablando. Aunque nunca se sabe, a veces esas voces ásperas resultan una sorpresa.
Voy a cantar tal cosa, dice el hombre y se lanza con un tema que no es el anunciado. Eso sólo basta para que me muerda los labios. Se acompaña con un instrumento poco acorde al género elegido, en total disonancia. Un señor sentado enfrente me mira con malicia. Desgraciado, sabe que estoy tentada, él mismo baja la cabeza conteniendo la risa. Una pareja conversa entre sí, la chica murmura algo y el muchacho esconde la cara tras la mochila sobre sus rodillas. Se queda así, con la cara oculta, mientras el cantor sigue y sigue, cada vez más desafinado. Oh, Dios, qué difícil. No puedo reírme, no debo. El de mirada maliciosa se levanta, gracias al cielo, tal vez ya se baje. Pero no, es sólo para ubicarse a espaldas del hombre. Cobarde. El tema -largo, larguísimo- llega a su final. "¡Un aplauso para el cantor!". La chica obedece, el pibe palmea con desgano su mochila. Yo no, no puedo ser tan deshonesta.
El cantor pasa la gorra, por increíble que resulte varias personas le entregan monedas. En el siguiente vagón arranca de nuevo, con otro tema. Ahora sí, río las ganas contenidas. "Pobrecito...", intento justificarme con el que tengo al lado, que me mira serio. Es peor, río hasta sacudirme toda, hasta llorar. La pareja también aprovecha, al señor malicioso no quiero ni mirarlo. De vuelta en casa, de sólo acordarme tengo otro ataque. Qué hijo de puta.
Me preparo un café y canturreo. "Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser..." No, no era así. Pucha. "Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser..." No acierto el tono. Cuando nadie me ve ni escucha, por suerte.
Voy a cantar tal cosa, dice el hombre y se lanza con un tema que no es el anunciado. Eso sólo basta para que me muerda los labios. Se acompaña con un instrumento poco acorde al género elegido, en total disonancia. Un señor sentado enfrente me mira con malicia. Desgraciado, sabe que estoy tentada, él mismo baja la cabeza conteniendo la risa. Una pareja conversa entre sí, la chica murmura algo y el muchacho esconde la cara tras la mochila sobre sus rodillas. Se queda así, con la cara oculta, mientras el cantor sigue y sigue, cada vez más desafinado. Oh, Dios, qué difícil. No puedo reírme, no debo. El de mirada maliciosa se levanta, gracias al cielo, tal vez ya se baje. Pero no, es sólo para ubicarse a espaldas del hombre. Cobarde. El tema -largo, larguísimo- llega a su final. "¡Un aplauso para el cantor!". La chica obedece, el pibe palmea con desgano su mochila. Yo no, no puedo ser tan deshonesta.
El cantor pasa la gorra, por increíble que resulte varias personas le entregan monedas. En el siguiente vagón arranca de nuevo, con otro tema. Ahora sí, río las ganas contenidas. "Pobrecito...", intento justificarme con el que tengo al lado, que me mira serio. Es peor, río hasta sacudirme toda, hasta llorar. La pareja también aprovecha, al señor malicioso no quiero ni mirarlo. De vuelta en casa, de sólo acordarme tengo otro ataque. Qué hijo de puta.
Me preparo un café y canturreo. "Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser..." No, no era así. Pucha. "Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser..." No acierto el tono. Cuando nadie me ve ni escucha, por suerte.
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